Cultura | MARCELO TINELLI EN EL STREAMING

Estrella de bajo presupuesto

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Julián Gorodischer

Con el estreno de Estamos de paso, el conductor deja de lado el brillo de las grandes producciones televisivas para adaptarse al nuevo formato audiovisual. Falta de temas y falsa camaradería.

El jefe. En el nuevo programa de Tinelli no hay lugar para el lucimiento de sus acompañantes.

Como en las películas que protagoniza Adrián Suar, en el nuevo programa de Marcelo Tinelli no hay lugar para el lucimiento del elenco secundario que está detrás del Jefe. En su flamante incursión en el streaming del canal Carnaval, las «primeras figuras» descienden al panel, ahí donde la falta de temas y primicias se sustituye con cartel francés. Y ese traslado de figuras de la tevé al rol de panelistas realza el estatus del propio Tinelli.

Nombres propios que componen el personaje de sí mismo: la crepitante separada que reivindica su derecho al goce, Sabrina Rojas; el antiguo infiel devenido en un multi proclamado «dador de servicios sexuales», Fede Bal; la feminista antaño arrepentida de formar parte de Showmatch que vuelve con un manto de piedad, Carla Conte; el antiguo exponente de un humor crudo, hecho de cámaras ocultas pero ya sereno en la madurez, Pachu Peña; y sus hijas y el primo, para que Estamos de paso le dé un empujón promocional a otra temporada del reality Los Tinelli, hecho de artificiales cruces escandalosos que nunca se resignan a carecer de punch real. 

Estamos de paso (se emite los martes y miércoles a las 22) es intolerable para el antiguo espectador de TV, o para el oyente de radio. La jarana es el tono neutro basado en la camaradería entre empleados y jefe, que vemos y sentimos siempre fría y artificial. El ambiente estereotipado del streaming promedio no colabora: esos torsos alrededor de una mesa ni siquiera son congraciados, como en la radio, con la invisibilidad. Se pasan las horas fingiendo como ante una cámara de seguridad en el trabajo, entre el tipiar sin rumbo y el tic nervioso (o TOC), como ordenar su porción de escritorio o carcajear para avalar cada intervención del jefe.

La subjetiva mira todo el tiempo hacia el pasado, a las anécdotas de Showmatch; y de pronto se entiende la razón por la que todos sus panelistas tienen en común haber pasado por diferentes huestes, en distintas épocas. «Mon dieu», dice el antiguo espectador, poco acostumbrado a que la escena se mantenga estática, inmutable, para dar marco a un Marce ansiógeno al que le cuesta conectar con la mirada. Hombres y mujeres del streaming son en tanto estereotipo, reducidos a acotaciones fugaces dignas de las barras de decidores de chistes del viejísimo Videomatch, donde lo que vale es el remate en timing rápido. De ellos se espera esa veloz asociación, ese refuerzo sobre lo que Marce venía diciendo para hacerse funcionales a un tono alto con imposturas estilo big show, pasado por el filtro de un estudio modesto que no permite abrir el plano.

Y, sin embargo, hay algunas rutas que les sientan cómodas: el antiguo chiste verde pasado por un dejo de stand up de perdedores añosos con pretensiones juveniles; el verdugueo ensañado, que a veces lo toma de punto, pero que casi siempre va a parar a Fede Bal, y su perpetuo physique du rol de Isidorito Cañones. Hablan de los buenos viejos tiempos, del antes y después de cada gala histórica, con mucho nombre de bailarina, de famosos de entonces, empapados del espíritu de la biopic, de Moria a Coppola, que está en el ambiente y da de qué hablar. Aquí, Marcelo hace la propia, a verba acelerada y un presupuesto mucho más asequible en tiempos de reclamo de salarios adeudados.


Palabras de relleno
Haga el ejercicio: prenda en cualquier momento del streaming noctámbulo y Marce estará ejerciendo ese estilo de conducción que es como una barrida de discurso hecha de palabras que no dicen nada, de relleno; solo cede y retoma el hilo, entre el panel y el control, como hacía en el estudio multitudinario, solo que se desluce en el clima íntimo que exige pensamiento propio y énfasis moderado, cosas que para Marcelo son puro déficit.

La pretendida gracia está en las hijas y El Tirri, su primo, que otra vez, como en el reality Los Tinelli, le cambian la dirección a la gastada, hasta que ahora el sometido es él, el conductor, con el supuesto aporte que ese momento de actuación le da a la «absoluta naturalidad» y al «sin filtro». Se pueden saber del líder, literalmente, el color de sus paños menores; cómo es él ante el guardado de los víveres en la heladera; y cómo se lo ve de cerca en el VIP del boliche, en el que coincide con sus hijas, que tienen el permiso para denunciarle el «cringe» aire pende-viejo, según dicta su ética de «tiro al aire» que se resiste a envejecer.

«Espectacular». «Es el mejor programa de streaming a nivel nacional». Carla Conte y Fede Bal se sacan el sombrero ante lo que acaba de pasar: Marcelo protagonizó «el corte de pantalón». Hizo todo lo posible para que se le viera un pedacito de ropa interior, para después mostrarse sorprendido de que se le haya visto «¡un huevo!». Y le pasa justo a él, al pionero del blooper, siempre bienvenido si lo lleva «a las portadas de los portales». Para que no queden dudas de que en los nuevos viejos tiempos ya no caben las tijeras dirigidas a las minifaldas ni los antiguos «planos ginecológicos» a «Las Tinellis». Ninguna cancelación va a mancillar el histórico regreso del rey de los gomazos.

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