6 de diciembre de 2025
Divididos
Divididos
La Calandria

Muro sonoro. Mollo, Ciavarella y Arnedo, los vértices del power trío nac & pop.
Hace unas semanas, Juana Molina decía: «Siempre quiero hacer un disco distinto. Pero al final, advierto que todo se pueda escuchar como una sola canción. No puedo dejar de ser yo. Todos los caminos conducen a Roma». La misma idea la podrían plantear los Divididos. Es tan monolítica la propuesta que patentaron en 1988 y que vienen puliendo con intermitencias discográficas, pero con un vivo constante y poderoso, que cada lanzamiento funciona como una confirmación o un subrayado. No se trata de repetición, sino de un estilo que en directo se vuelve «aplanadora del rock» y que en el disco no se aleja de cierta «lógica del escorpión»: los matices de alguna balada, el aporte de alguna armónica, la intervención de gaitas sucumben frente a la pared sonora de Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella. Esa pared es, ya, un muro, la construcción de un power trío nac & pop que supo asimilar la tradición.
Pensar cuánta agua corrió bajo el puente desde 1988 impresiona. Más allá de la música: se trata de otra civilización. El río se fue arremolinando y en ese remolino Divididos persiste, inalterable. Conmovedor por momentos, reflexivo en otros, el toque carece de artificios y con orgullo se muestra alejado de fórmulas fatigadas como el feat. Perdura una pureza que lejos está de oler a espíritu adolescente. Huele a madurez y a resistencia.
Como decía César Aira, la creación suele pasar por un procedimiento que se vale de viejas mecánicas para la inspiración. El tema que abre Divididos, primer álbum de canciones nuevas en 15 años, es «Aliados en el viaje», escrito con la colaboración de Pedro Irigaray, de los viejos tiempos de la banda MAM. La letra se escucha como una declaración de principios: «Aprendimos a buscar/ A cruzar por aguas claras, cielo adentro/ Un camino que, a su vez nos deje el corazón en tierra firme/ Aliados en un viaje/ de espejos y señales/ La línea que nos marque/ Lo cierto y lo impensado/ Lo frágil y lo intenso/ Lo que nos pertenece».

Y lo que les pertenece es un rock con menos riesgo que potencia, que alterna líricas que comentan estos tiempos para sugerir, al fin, que existe una escapatoria: el viaje interior. «Bafles en el mar» señala: «Por esas cosas que nos hace el tiempo/ por laberintos de rosales voy/ cae la flor sobre su propia espina/ No hay sueño que no lleve cicatriz/ Tiempo de cura, cura todo el tiempo/ Todo es saber esperar/ De uno mismo nace el misterio/ Que tu alma vieja te revelará (…) Volver al centro, volver al silencio/ Como abrir el gran portal/ Verás que no pasa nada». Volver al silencio, la cura del tiempo, la flor, la espina, el sueño, la cicatriz, son elementos y sensaciones que suponen una filosofía zen. En contraste, el frenesí de la web. Canta Mollo, con un aullido desolado, en «Doña Red»: «¿Dónde estoy? ¿Dónde me llevarás?/ Doña Red sin red/ Solo sé que estás ahí». En «El grillo», una de las canciones más bellas del disco, se oye como otra apuesta al silencio, a la soledad, a lo trascendente: «Resuenan ecos de la inmensidad/ El silencio despide al dolor».
Hace más de medio siglo, un Luis Alberto Spinetta veinteañero escribía un manifiesto que, en referencia a Antonin Artaud, llamó «Rock: música dura, la suicidada por la sociedad» y que denunciaba a los «mercaderes del rock». El planteo de Spinetta le calza bien al trío. Mientras el rock parece ser cada vez más una inocua banda de sonido de época, una especie de música funcional, la aspereza de Divididos es un manifiesto en sí mismo. Al fin y al cabo, todo nació con un suicidado por la sociedad, Luca Prodan. A él le dedicaron una de las canciones del disco. El título es elocuente: «El faro». «El faro que encendió este camino/ Sonidos que marcarán nuestro destino/ El bombo es lo ancestral, lo primitivo/ El golpe que te abrazó en noches de frío», cantan, ancestrales, primitivos. Ellos siguen con el legado, a su manera, a pura terquedad.
