Cooperativismo | Pensar la Argentina

Dos hombres que escriben

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Diego Pietrafesa

Juan Sasturain y Ricardo Ragendorfer fueron entrevistados en el ciclo de charlas de Horacio Embón en el Centro Cultural de la Cooperación. Definiciones sobre su arte y el vínculo con la actualidad.

Foto: Jorge Aloy

En la Sala Osvaldo Pugliese del Centro Cultural de la Cooperación entran caminando despacio y sin estridencias dos hombres, de 80 y 68 años. Son Juan Sasturain y Ricardo «Patán» Ragendorfer. Horacio Embón, anfitrión de la charla «Pensar la Argentina», los define como «hombres comprometidos con la condición humana».

Los invitados aportan su propia bienvenida. «Soy alguien que lee y escribe mucho», dice Sasturain. «¿Quién soy? Esa es una pregunta que me vengo haciendo desde hace mucho tiempo», completa Ragendorfer, y cosecha las sonrisas que siembra. Agrega que «desde hace muchos años me he dedicado a escribir notas policiales, un género que prefiero llamar “delincuenciales”. Algunas de las cosas que escribo me las publican ahora en la sección “política”. Es porque la realidad se ha convertido en una novela negra». Sasturain describe que «lo que he hecho es escribir en los medios, que no necesariamente es ser periodista. Mi referencia a la política estuvo atravesada siempre por una peripecia fantástica». 

El debate se centra primero en la dificultad de contar historias y de saber dónde ubicarlas dentro del espacio mediático. Ragendorfer afirma que «las historias malditas se escriben con sangre. La realidad actual no solo debe leerse desde la sociología o, mejor dicho, desde la política, sino desde la sociología psiquiátrica. Me atrevo a apostar que en un futuro tal vez no demasiado lejano, cuando se estudie esta época, se la denomine “la del Estado manicomio”». 

Coincide Sasturain y agrega que «estos son los tiempos de los sinvergüenzas, no existe el pudor de hacer el mal». Y admite que «el tratamiento de soslayo es lo que me sale mucho mejor que la cosa testimonial». Para ejemplificar, evoca a Etchenique (Lorenzo, protagonista principal de las novelas policiales de Sasturain). Describe que «él vive y actúa durante la dictadura, entre 1979 y 1982. Aunque sea un policía retirado y un jubilado municipal al mismo tiempo, y que no tenga una intención reivindicativa, vive en ese momento, le desaparecen los chicos a su alrededor, se hace cargo en los que la realidad lo atraviesa».

Suena en la sala el nombre del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos. Lo trae Ragendorfer para interrogarse sobre si llamar o no a esta coyuntura política «fascismo». Y cita sus textos para aportar que «este es un fascismo que surge de la entraña del cuerpo social, por esa razón es un fascismo pluralista, sin jefes. Como todo fascismo es disciplinante y civilizatorio. Pero es, de alguna manera, el fascismo de los que ni siquiera saben qué es el fascismo». 

Embón introduce el concepto de «nadie se salva solo» y las miradas se posan sobre Sasturain, acaso quien estudió más y mejor la obra de Héctor Germán Oesterheld. En principio, aclara que «nos tenemos que salvar nosotros. ¿Vamos a sentarnos a esperar a que venga alguien? Lo único que se puede hacer es acompañar, no podemos aspirar a liderazgos ni a protagonismos porque ya lo hemos tenido y, bien o mal, lo hemos hecho y ya pasó. Hay que acompañar la construcción de algo. Estar de acuerdo en putear a estos (el Gobierno) es una comodidad. Es mejor pensar qué hicimos mal para que lo que construyamos a partir de ahora sea un poco mejor».

Sasturain llama al autor de El Eternauta un «aventurador». Y explica que «él no imaginaba, ni inventaba ni conjeturaba. Aventurar es una idea de concebir la aventura como desafío personal. La aventura no es el boludeo del héroe que se queda con la chica y anda por lugares extraños. El héroe de la aventura en Oesterheld no existe antes de los sucesos, se genera a través de la experiencia. El hombre común que ante una situación límite elige: o se queda en el molde o toma una decisión. En esa decisión existe la aventura. La aventura es el resultado de asumir una circunstancia. En Oesterheld decimos que trató de vivir a la altura de lo que había escrito».

De todas sus crónicas del mundo del hampa y de delincuentes de todo tipo, prontuario y magnitud, Embón se detiene en El otoño de los genocidas, el libro que reúne entrevistas que Ragendorfer les hizo a los protagonistas del terror. Patán revela una de las razones por las que esas entrevistas resultaron tan estremecedoras como novedosas: «Mi idea, cuando me enfrento a un personaje de esa calaña, no es apretarlo ni acusarlo de cosas que ya se saben, sino que el tipo se relaje. Porque en esas circunstancias son capaces de decir las más grandes barbaridades».

Se respira en el aire una atmósfera de café. Nadie fuma, pero el humo del cigarrillo podría ser una puesta en escena justa y mágica. En los oradores, la esgrima de las palabras es una danza. Acierta Sasturain cuando concluye que «lo que uno busca es la excelencia y la eficacia. La excelencia en términos artísticos, el arte no está hecho ni de buenas intenciones, sino de convicción. La pelea por el lenguaje es básica. Enfrentamos la tergiversación de los sentidos, el solapamiento de los sentidos, la suma de sentidos que tapa a los anteriores. ¿Quién sabe qué dicen que dijimos hoy?».

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