13 de noviembre de 2013
El escritor había entregado el manuscrito antes de morir, pero la disputa entre sus herederos demoró su edición. Cuentos que reflejan su manejo del lenguaje coloquial.
Roberto Fontanarrosa murió el 19 de julio de 2007. Unos días antes, había entregado a Ediciones de la Flor el manuscrito de Negar todo y otros cuentos, su último libro. No alcanzó a hacer la reescritura final de todos los textos, explica el editor, Daniel Divinsky, «lo que obligó a un trabajo más exigente de ajuste» en lo que era el proceso normal de edición. La publicación quedó en suspenso durante más de 5 años, por el conflicto entre los herederos del escritor, y se complicó todavía más entre fines de 2012 y principios de 2013, cuando una de las partes negoció con la editorial Planeta la reedición del conjunto de la obra. Un fallo provisorio de la justicia de Rosario permitió finalmente que el libro llegara a la imprenta.
Debido al litigio por los derechos de la obra de Fontanarrosa, no sólo quedó trabada la publicación de Negar todo, sino también la de toda la obra anterior, con lo que los libros fueron agotándose. Desaparecido el autor, los textos eran la forma en que podía continuar y recrearse la relación especial, inusualmente afectuosa que había tramado con el público a través de 35 años de trabajo sostenido. Esa situación ha sido superada, aunque subsista ahora la controversia, según las posiciones en pugna, respecto de la legitimidad de la publicación por una u otra editorial.
Fontanarrosa es todavía mucho menos reconocido como escritor que como humorista. Incluso él mismo no parecía darle mayor importancia al asunto: dejaba en manos de Divinsky la corrección de sus textos y en las entrevistas periodísticas se limitaba a repetir unas pocas referencias: el efecto que tuvo para él la lectura de Dar la cara, de David Viñas, por ejemplo, al mostrarle que los personajes de la literatura podían expresarse en el lenguaje coloquial, el de todos los días, algo que se convirtió en uno de sus principales recursos. Los escritores y la literatura fueron temas persistentes de sus parodias, desde la creación de Ernesto Esteban Echenique, personaje con el que se burlaba de los redactores de aforismos, hasta un cuento como «Temas para contar», en Negar todo, sutil ironía sobre lugares comunes que sedimentan en el ámbito literario y también puesta de acto de uno de sus procedimientos, la observación minuciosa de gestos, rasgos característicos y actitudes.
Sin embargo, el oficio de narrador de Fontanarrosa es complejo y ofrece matices que van más allá de lo humorístico. Solía decir que podía escribir un relato a partir del momento en que tenía en claro cuál era su final, pero al mismo tiempo relativizaba la importancia del desenlace. Contradiciendo la teoría clásica del género, el cuento, en su práctica de escritura, no estaba jugado al efecto final, a sorprender al lector con un gag o con la revelación de una historia determinada. Saber hacia dónde se dirigía era una manera de ordenarse, de pensar en términos formales. No hacía falta tener un buen chiste para cerrar la historia, si en el camino el lector podía disfrutar con las situaciones y los personajes que aparecían. Un poco en broma, un poco en serio, Fontanarrosa planteaba una concepción similar para el libro en su conjunto, la recopilación de los cuentos (siempre 25, en cada caso): los comparaba con los discos de cantantes melódicos, «en los que hay dos o tres temas fuertes, y el resto acompaña».
Negar todo muestra la diversidad temática característica de la obra: hay cuentos relacionados con el fútbol, parodias de temas históricos y militares, textos que remiten a una saga familiar en clave fantástica y humorística, episodios de la Mesa de los galanes. Y, al mismo tiempo, hay relatos que marcan cierta especificidad del libro en el conjunto. El núcleo está constituido por los cuentos en los que Fontanarrosa muestra su destreza en la captación del lenguaje oral. Son relatos escritos íntegramente a través de los diálogos, como «Cumpleaños feliz», que transcurre a través de la conversación aparentemente anodina de una familia hasta que las opiniones sobre fútbol van imprimiendo un crescendo de tensión, o como «Santa Claus llega a la ciudad», la charla íntima de unas mujeres que gradualmente sugieren los efectos de la vejez y la soledad. Si bien hay mucho humor, los mejores cuentos son tal vez los menos graciosos en el sentido convencional, como «Perro en consorcio», sobre una disputa entre vecinos en un edificio.
La camaradería masculina es muy fuerte en el mundo de Fontanarrosa, pero el machismo no es aquí un valor sino un objeto de burla, como muestra el cuento que da título al libro o «Teoría de la belleza», una conversación de bar que aborda el mito de la belleza de las mujeres rosarinas. Borges decía que José Hernández introdujo en el Martín Fierro, para la literatura argentina, al personaje que se muestra al contar, que va diciéndose a sí mismo, y dando su visión del mundo, a través de sus palabras. Fontanarrosa se inscribe en esa tradición: no necesita describir a sus personajes ni recurrir a los efectos que los escritores suelen plantear, le alcanza con hacerlos hablar, para volverlos inusualmente vivos, e inolvidables.
—Osvaldo Aguirre