Científicos argentinos investigan para la Organización Mundial de la Salud la relación entre la presencia de ciertos contaminantes y las enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Depresión y mutaciones genéticas, entre otras posibles consecuencias.
12 de septiembre de 2018
(ASHLEY COOPER/SCIENCE PHOTO LIBRARY)
Cuando la cuestión es el cuidado del medioambiente, es frecuente pensar en ríos invadidos por cócteles de productos químicos provenientes de alguna industria con políticas ambientales desaprensivas, en el uso de agrotóxicos para un campo cada vez con menos campesinos, y también en los desechos provenientes de la basura convencional o electrónica invadiendo tierra y agua. ¿Y el aire? ¿Qué tan seguro es y cómo afecta a la salud de la población cuando está contaminado?
Este mismo interrogante se lo hizo la Organización Mundial de la Salud (OMS) hace 60 años, cuando muy poco se sabía sobre los efectos nocivos de los contaminantes atmosféricos. Posteriormente, en 1964, aparecieron los primeros informes que evidenciaban que las sustancias tóxicas presentes en el aire –entre las que se encuentran el dióxido de azufre, el dióxido de nitrógeno y el ozono–pueden llegar a tener efecto mutagénico, es decir, alterar la información genética de un organismo generando mutaciones.
Desde 1987, este organismo internacional viene publicando guías con datos numéricos sobre contaminación del aire y haciendo recomendaciones a los gobiernos para que implementen políticas públicas a fin de reducir el daño para las personas.
Ahora, y con vistas a una publicación donde se desarrollen nuevas directrices, la OMS eligió a cinco equipos científicos en todo el mundo para que revisen las principales publicaciones y reúnan evidencia acerca de los efectos de los contaminantes del aire en la mortalidad de los seres humanos. Entre estos equipos se encuentra, por primera vez, el liderado por el argentino Pablo Orellano, especialista en epidemiología e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que junto con dos grupos de Reino Unido, uno de China y otro de Holanda trabajarán para la organización.
«Desde hace más de 10 años venimos investigando los contaminantes del aire junto con mi equipo de la Facultad Regional de San Nicolás, que pertenece a la Universidad Tecnológica Nacional. Este grupo es multidisciplinario, algunos somos del Conicet, otros de la Facultad y otros de la Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires. Hicimos un trabajo sobre la influencia de la polución en niños y adultos con asma y los publicamos en la revista Plos One, la gente de la OMS lo vio y nos convocaron, estamos muy contentos», relata Orellano en diálogo con Acción.
Los contaminantes del aire son muchos, pero existen algunos que están estandarizados, ya sea porque se cuenta con aparatología para medirlos o porque son regulados por leyes. Así, se conocen los contaminantes gaseosos y los sólidos. Entre los primeros se encuentran el dióxido de azufre, el dióxido de nitrógeno y el ozono, y los sólidos están conformados fundamentalmente por material particulado, que se clasifican de acuerdo a su tamaño: PM10 y PM2,5. El PM10 significa que el material particulado tiene partículas inferiores a 10 micrones, y el PM2,5, que es aún inferior y por lo tanto ingresa más fácilmente al torrente sanguíneo, se deposita en los pulmones pero, además, como suele contener metales pesados y compuestos orgánicos, también posee efectos sobre la salud cardíaca.
Las fuentes de emisión de estas partículas pueden ser de tres tipos: las provenientes de las industrias y el tránsito vehicular y las de origen natural, como la arena o la ceniza volcánica.
«En el caso de San Nicolás, por ejemplo, tiene un polo industrial metalúrgico y si bien son empresas más riesgosas, el tránsito vehicular, contrariamente a lo que uno podría suponer, pesa más que el tema de las industrias, por una cuestión de cercanía a la fuente. Las industrias están más alejadas de los medios urbanos, en cambio el tráfico vehicular está más cerca de la gente», indica el investigador.
Cuestión de límites
Lo que hará concretamente el equipo de científicos argentinos liderados por Orellano, quien es doctor en Salud Pública y epidemiólogo, será detectar y relevar publicaciones a nivel mundial sobre contaminación del aire y analizar la calidad de la evidencia para posteriormente realizar estadística sobre las asociaciones que existen entre los contaminantes y la mortalidad.
«Son más de 2.000 papers. Queremos saber cómo influyen en el corto plazo los cambios de la contaminación en la mortalidad general y la mortalidad específica por causas cardiovasculares como infartos, enfermedades respiratorias y cerebrovasculares. Como resultado, además de reafirmar que sí influye, vamos a tratar de establecer nuevas concentraciones límite para que esto pase, porque creemos que las concentraciones nocivas están más abajo de lo que se supone hasta ahora. Por ejemplo, hasta hace 50 años, la OMS pensaba que la contaminación del aire solamente afectaba a las personas si sucedía un gran desastre con alguna industria, pero esto cambió radicalmente», señala Orellano.
Según los valores fijados por este organismo, la contaminación en cuanto a partículas finas (PM2,5) debe ser de 10 μg/m3 de media anual, es decir 10 microgramos por centímetro cúbico de aire, y de 25 μg/m3 de media en 24 horas. En tanto, para el particulado grueso (PM10) debe ser de 20 μg/m3 de media anual y 50 μg/m3 de media en 24 horas.
De acuerdo con la página interactiva de la OMS, denominada Breathelife, la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, estaría un 20% arriba de la exposición a contaminantes, considerada segura, con 12 PM2,5. La misma página advierte, además, que en Argentina se producen 14.763 muertes anuales por contaminación del aire.
«Estos valores recomendados no son niveles bajo los cuales estemos seguros, sino que son niveles por encima de los cuales se sabe que se va a afectar la salud. En Latinoamérica en general y en particular la Argentina se cuenta con muy pocos aparatos para medir la contaminación del aire, los validados son bastante costosos, en Buenos Aires hay solo cuatro cuando debería haber 20 o 30», señaló Orellano.
Factores de riesgo
Además del relevamiento para la OMS, el grupo de investigadores está realizando un estudio observacional sobre la influencia de la contaminación del aire en más de cien pacientes con asma y enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) que se atienden en el hospital público de San Nicolás.
«Mediante encuestas con seguimiento, les preguntamos a los pacientes si fuman, si hacen ejercicio, dónde viven y dónde trabajan. La idea es ver si se puede asociar el lugar donde se ubica la vivienda con las enfermedades, y saber cuál es la frecuencia de las exacerbaciones. Hasta el momento no estamos viendo una diferenciación geográfica muy clara, es decir, si existe diferencia de acuerdo con la ubicación de tal o cual industria. Por eso estamos analizando otras variables. En general, los factores de riesgo interactúan con otras cuestiones locales como la temperatura o la humedad, incluso el nivel socioeconómico de las personas –asegura Orellano–. La idea es tratar de estudiarlo más a nivel local para comparar con estudios de Europa».