13 de noviembre de 2013
Andrés Calamaro estrena nuevo disco y sale de gira por el país, Latinoamérica y España. El tema que le dedicó a Spinetta y su relación con Charly García y el Indio Solari.
Ya se perdió la noción de cuánto hace que Andrés Calamaro está adherido a nuestra vida cotidiana. El silbido inevitable, el estribillo que zumba en nuestros oídos como un mosquito en la noche pringosa, y esas frases a las que echamos mano cuando cuadra («quiero vivir dos veces para poder olvidarte», «¿de qué hablamos cuando hablamos de amor?»), se sumó ahora su inexplicable derrotero mediático, en el que las redes sociales son una continuación de la maldita tevé o viceversa. Pero que el árbol del impudor no tape el bosque de ese cancionero fundamental, simple y complejo al mismo tiempo, hecho de melodías y, sobre todo, de gestos.
Una actitud, muchos modales: los que caben entre «Mil horas» y «No tan Buenos Aires», entre Beto Satragni y Bob Dylan, entre Alta suciedad y El salmón, entre Los Rodríguez y la Bersuit. Andrés Calamaro parece haber vivido mil vidas. Fue y volvió del rockero altanero al hábil y afectado declarante, del político incorrecto de causas perdidas al songwriter frágil. Ahora transita un camino intermedio, una meseta, que musicalmente representa una vuelta de rosca de sus mejores momentos artísticos. Bohemio, el disco que acaba de lanzar y que presentará en Buenos Aires el 7 de diciembre en el Hipódromo de Palermo, tiene todo lo que tiene que tener un disco producido por Cachorro López: radiable, breve, claro y, también, sintético. Aquí, no deja de ser curioso que Calamaro se haya concentrado en su condición de cantante y haya delegado las partes instrumentales.
Hay algo generoso en sus canciones: son canciones que abrazan. Seguramente, la más destacable es la que abre el disco, «Belgrano». Un soberbio homenaje a Luis Alberto Spinetta, en el punto exacto entre la megalomanía y el luto sentido. Calamaro avanza en la sana costumbre de honrar a sus mayores en entrevistas y también en sus temas. Ya ha escrito uno para Pappo y otro para Miguel Abuelo, por citar sólo dos. El que le dedicó a Spinetta larga con una frase demoledora y exquisita: «¿Cuáles fueron tus últimas palabras / tu último destello de conciencia? / ¿Qué dejaste escrito en una carta / qué canción elegiste escuchar?».
–¿Cuál fue la trastienda de Bohemio?
–Al principio, siempre son cientos de grabaciones de distinta naturaleza. Estaba puliendo repertorios y también internado en el laboratorio musical de «conceptos», cuando hace un año nos encontramos con Cachorro López. Ahí le entregué unos archivos con música y repertorio. Supongo que cuando Cachorro nos puso en su agenda ya estaba pensando en un disco. Hasta entonces ni siquiera estaba seguro de si los discos todavía existían, y seguía volcado en la grabación libre y proyectando el armado de un nuevo grupo para las giras.
–¿Son todos temas nuevos?
–La mayoría de las canciones están escritas hace un año y medio, o dos. Algunas son anteriores, de otra temporada. Pero no es un disco de «reciclaje de repertorio». Lo grabamos hace seis meses y las canciones no cumplieron dos años.
–Sorprende que hayas decidido abrir el disco con un homenaje a Spinetta.
–Hubiera preferido que Luis Alberto sea un secreto, y que cada oyente (en la medida de sus posibilidades generacionales, geográficas y sensibles) descubra a Luis en estos versos. Para nuestra generación, encontrarse con estas señales sutiles es posible, incluso cálido… Pero en otros países van a escuchar «Belgrano» sin saber siquiera que existe un barrio con este nombre. Espero que la canción se sostenga sin el contexto. Luis Alberto fue un ícono fascinante, un tesoro para los que escuchamos rock en este país. También es cierto que siempre se comportó como un camarada cálido, cercano y afectuoso. No regalaba elogios gratuitos, pero a mí me abrió la puerta de su casa y de su estudio-hogar. Soy contemporáneo a Invisible, aquellos fueron los primeros discos que compré de él. Después fui a buscar el legado de Almendra y Pescado Rabioso.
–Es un disco breve, casi un vinilo.
–Habrá que pensar en Cachorro: él además de productor, es músico y compositor. Graba con corazón y con inteligencia. Tenía que confiar en él y en sus direcciones. Fue cuidadoso de cada compás y de cada frase musical y cada verso. Cachorro tuvo meses para elaborar un concepto en el sonido, en el balance del repertorio y editar dentro de las canciones, la forma y el texto.
–Ahora sí vos sos «el cantante». ¿Esta decisión de hacerte cargo sólo de la voz la pensás como algo pasajero?
–Cuando grabamos el disco, estábamos ensayando muy bien con mis compañeros de gira y la decisión fue involucrar al grupo, pero no excluirme de lo instrumental. Una decisión sabiamente consensuada con Cachorro. Pero luego decantó para el otro lado. Fue un hermoso aporte al disco; casi todos los instrumentos, sus detalles, color y texturas, tienen el sello y la firma de estos músicos tan buenos. También fue una convocatoria a la convivencia: grabamos y ensayamos al mismo tiempo, y los hice a todos cómplices del proyecto. Además, en la grabación moderna uno está a solas con el micrófono. Así graban todos. Nunca dejé de tocar, en este último año y medio grabé mucho piano, guitarra y bajo. Podría haber grabado los instrumentos del disco, porque no fue una cuestión de «no dejarme tocar». Pero que todos se involucraran me dejó con una sensación buena.
Tweet y gritos
Desde sus añejas posiciones sobre la cultura cannábica –casi una militancia– a su tránsito por el amarillismo periodístico más venal, Calamaro parece moverse en un territorio indefinido en el que compromiso y frivolidad se rozan sin aparentes conflictos, casi como una necesidad volcada a borbotones. Calamaro es un hombre de extremos: juega fuerte y –escuchemos el centenar de canciones de El salmón– le pone el pecho a las balas.
–En algún momento de tu exposición, digamos, «mediática» o «virtual», ¿sentiste que estabas corriendo límites?
–Hubo de todo. En doce meses ofrecí un streaming (reproducción virtual de música real) de 2.000 artefactos musicales, todos siguen disponibles en el link soundcloud.com/a-k-25. Y son literalmente 2.000, un volumen de música que desafía a la mayoría de los límites conocidos. Los grabé entre mayo y mayo, en doce meses. Y en ese periodo los ofrecí en la nube musical, donde miles de músicos comparten su música. Fuera de eso, me pasé el año esperando el próximo aeropuerto y el próximo recital. Eso para mí es una responsabilidad y un sacrificio: estar en buenas condiciones para poder cantar un exigente repertorio de dos horas y devolver las expectativas del público. Fue un año de mucho trabajo y lo sigue siendo. El año pasado, fuera de la lupa mediática, sí que estaba corriendo límites. Tengo que citar a Galimberti: «Soy mejor de lo que ustedes creen y peor de lo que se imaginan».
Mantiene esa clase de humor que busca el desconcierto. Por caso, ¿alguien puede citar seriamente a Rodolfo Galimberti? Luego de los períodos «camboyanos» –esa hemorragia tóxica y cancionística de principios de milenio–, Calamaro puede exhibir su década ganada. Y es este decenio el que cristalizó un estilo imitado hasta el tedio: pocos artistas han sido tan copiados como él. Y, a su vez, pocos artistas como él dejan ver tan claramente los manantiales de donde se nutre. En ese doble sentido, se mueve con una libertad y una clase de despojo relacionados con la levedad del pop.
«Tengo un lado oculto, un iceberg que permanece bajo las aguas», señala. «Al mismo tiempo, sigo atrayendo a nuevas generaciones: el interés no decrece y se multiplica en personas y regiones del continente. No puedo permitirme la nostalgia porque el presente se presenta interesante y exigente. No hubo tiempos pasados mejores para mí. Después de Los Abuelos, después de Los Rodríguez, después de Alta suciedad, después de El salmón, todavía sentí futuro. Mi vuelta documentada en el disco en vivo El regreso fue el punto de partida para flamantes generaciones de público. Lo mismo ocurrió con La lengua popular, grabado en 2007. Alguno de mis “clásicos” están grabados 15 años después de “Mil horas”».
–Pero influenciaste a muchas bandas.
–Eso me lo dijo Cucho de los Decadentes hace unos años. Ahora mismo, lo que detecto son algunos intentos débiles de clonación en Oktubre, el disco de Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota. No sé, si estuviera en un sótano inventando algo nuevo haría seguramente una música más extrema o minimalista. Yo no inventé mis secuencias armónicas, que son generalmente sencillas: ya existían y cualquiera las puede usar. El tipo de canción que hago circula desde hace décadas en EE.UU. y acá ya lo hacía Carlos Gardel hace 100 años, salvando las distancias. Estoy hablando de estructuras.
Charly y la honestidad brutal
Parecen lejanos los tiempos de los dardos tan feroces como infantiles que Calamaro y Charly García se lanzaban por una mujer. Años ahora extraños, en que los excesos podían tomar la fisonomía inquietante de un bate de béisbol que buscaba cabezas enemigas. La guerra de vedettes se fue aplacando, y quedó finalmente un sedimento noble.
–¿Qué te pareció lo de Charly en el Colón?
–Solamente vi instantes en televisión y alguna cosa «no oficial» en Internet y me gustó: un poco de nostalgia en la puesta en escena y momentos de lírica armónica bien aprovechados. Charly tendría que haberse presentado más veces en el Teatro Colón. Me hubiera gustado ver La Máquina de Hacer Pájaros, Seru Giran y Orquesta, o un doble programa de Pubis angelical y Yendo de la cama al living.
–¿Significa algo el Colón para vos?
–Yo no tengo ambiciones sinfónicas ni estoy enamorado del escenario. Me invitaron al Colón dos veces y siempre agradecí honrado la convocatoria. Nunca tuve tiempo y oportunidad (a la vez) para hacer algo en nuestro principal escenario sinfónico. Prefiero los recitales habituales, tampoco me importaría un formato menos eléctrico y cantar en un ámbito de menos intensidad eléctrica y rockera. Pero no me gusta demasiado concentrar la atención y mi ansiedad en funciones especiales. Soy sincero: no descarto nada, ni conciertos sinfónicos, ni acústicos. Ni próximas grabaciones de tangos.
–A propósito, hace poco Charly dijo: «Quiero que la música cumpla la función que tiene que cumplir, que no es incendiar un boliche con bengalas, que no es manifestarse como en una cancha de fútbol, que no es que la banda siga a la gente… La música sirve para curar». ¿Qué opinás? ¿Para qué sirve la música?
–Cada uno adapta el discurso a la realidad y al momento. Somos rockeros argentinos y músicos populares también. No estamos haciendo free jazz ni punk, o géneros que sí nos tendrían acotados a una «independencia» forzada y a cierto tipo de escenarios de elite. Prefiero que no se incendie ningún lugar, fuera de lo metafórico. Percibo que parte del público está menos atento a los detalles musicales como episodios principales: vienen a «participar», a sentir sus canciones preferidas, a cantarlas con un teléfono galáctico en la mano. ¡Después leemos crónicas que nos cuentan lo que los músicos dicen entre canción y canción, lo que hablaron! Es habitual y ocurre en todos los puntos geográficos de nuestro país. Pero el público paga una entrada que no es barata, y tiene derecho a disfrutar como puede y como quiere. El arte popular es balsámico y también lo es la música sublime y sofisticada, son dos formas diferentes de ver las cosas. Yo no me doy demasiada importancia como músico, soy un aficionado que sigue escuchando y descubriendo cosas, escuchando a los maestros con admiración y respeto. Ahora tengo un público que me espera en toda América, mucha gente con ganas de escucharme. Vienen a enamorarse, después vienen con los hijos que engendraron fornicando con mis canciones de música de fondo. Y vienen con sus padres, y vienen con sus hijos. Por eso: la música sirve para muchas cosas.
–¿Cómo calibrás el momento que está pasando el Indio Solari?
–La palabra que me sale es extraordinario. Es un gran artista, que mantiene encendida una pasión complicada de sobrellevar. Mientras que Skay volvió a practicar una cierta «normalidad rockera», de grabar discos y presentarse en vivo con una periodicidad más habitual, el Indio soporta el peso de ser el gran fenómeno de las últimas décadas. Artísticamente, es un auténtico Discépolo de esta época: un letrista excepcional, dominador de las cuestiones musicales y de la creación de discos, y un muy buen artista plástico. Me consta que trabaja todos los días en la plástica, el texto y la música. Ahora mismo, es el mejor. Con un rock de calidad contrastada, arrastra una masividad que nadie había aglutinado, en el mejor sentido. Sabemos que es una generación que no hubiera confiado su corazón a otros y se lo dieron a Los Redondos: es la banda de sonido de nuestro pueblo.
–¿Te interesa el rock actual?
–El rock resiste tendencias y subgéneros, incluso contra las corrientes. Soy de la idea que todos los días nace un buen artista. El rock es respetado en toda América, y sigue generando cosas muy interesantes en Gran Bretaña y los Estados Unidos. Es posible escuchar nuevos discos buenos, más o menos puros, más o menos eléctricos. Me parece que el rock es una generación que influye incluso en el cine, en la televisión… se metió en todas partes, está en los graderíos del fútbol, está en el hip hop, en el cine, la literatura y en las buenas series de televisión. Personalmente, a veces pierdo la fe en el rock, pero enseguida la vuelvo a encontrar.
—Mariano del Mazo