27 de noviembre de 2013
Seguida por un público fiel, la serie de abogados genera debates en los programas de chimentos y las redes sociales. Claves de un fenómeno que trasciende la pantalla chica.
Actores que abandonan la tira, un rating estancado, portales que hablan de una «serie maldita». Si se dijera todo eso –que es estrictamente cierto, por otro lado– cualquiera creería que Farsantes está más cerca del olvido que de ser la ficción televisiva del momento. Y, sin embargo, así es. Cada capítulo que se emite genera frenesí entre sus fans en Twitter. Es más, ni siquiera necesita estar al aire para despertar comentarios y polémicas. Cada minuto se vuelcan tuits sobre el desarrollo de la trama y las internas del elenco. Y ni que hablar cuando les «pasa algo fuerte» a algunos de los personajes. ¿Un beso entre dos hombres? Las redes sociales estallan. ¿Un personaje muere por las balas de una esposa despechada? Pues hasta la mujer del actor escupe declaraciones públicas lamentando el triste destino del protagonista y se cruza con la guionista.
Series de abogados hay –y habrá– muchas en la tele. Desde las grandes producciones estadounidenses, centradas en los estrados y los juicios con jurado (como Boston legal o Ally McBeal, otra que sabía de personajes con relaciones interpersonales conflictivas) hasta la comedia dramática (ese oxímoron de los géneros audiovisuales) Socias, que en 2008 coprotagonizaron Mercedes Morán, Nancy Dupláa y Andrea Pietra. Pero ninguna ficción de letrados generó lo que Farsantes en el ecosistema de la televisión argentina.
Si bien Farsantes es técnicamente una serie sobre abogados, no es una ficción sobre derecho ni sobre juicios, sino sobre las vidas de los personajes. Y esta, quizás, sea la clave del asunto. Cada capítulo (que suelen tener pequeños argumentos autoconclusivos) aborda un caso legal, pero todos ayudan al desarrollo de una trama mayor que tiene que ver con los vaivenes sentimentales de los personajes que interpretan Julio Chávez, Alfredo Casero, Griselda Siciliani, Facundo Arana y Benjamín Vicuña (estos dos últimos ya fuera de la tira). Es que, vamos, saber si Pedro (Vicuña) encontrará el amor en el nuevo leguleyo del estudio es mucho más interesante que verlo revisar biblioratos y expedientes.
Marina es abogada y mira la serie con su marido. En un principio los atrajo la temática, pero finalmente se engancharon por su desarrollo. «Nos encontramos con que tenía algunas características propias del trabajo del abogado y otras que, por ser una ficción, o se exageran o directamente se apartan de la profesión», advierte. Y, al pasar, lamenta que el título colabore con el estigma que pesa sobre su carrera. «Si seguís la historia, además, te das cuenta que los personajes no son ni chantas ni aprovechadores, y tampoco son así los abogados en general», completa. Durante su primera emisión, el programa alcanzó 22 puntos de rating. Con el tiempo se estabilizó en torno a los 13, 14 puntos y alcanzó picos de 16 y 17 en los momentos álgidos de la trama: el primer encuentro sexual entre Guillermo (Chávez) y Pedro (Vicuña), y el asesinato de este último. Si bien la cifra está lejos de los éxitos históricos obtenidos por otras ficciones de producción nacional, Farsantes se las arregla para estar permanentemente en el primer plano de los medios y las redes sociales. Por caso, sus seguidores alcanzan una virulencia inédita en sus reclamos a los guionistas. En plena era de Twitter, los 140 caracteres fueron campo fértil para el debate entre productores y televidentes.
«Me gusta mucho que sigan la serie, que sufran con nosotros, que se emocionen. Me parece alucinante, pero no entiendo el fanatismo en ninguna de sus formas», afirma Carolina Aguirre, libretista de Farsantes, ante la consulta de Acción. Aunque asegura que no sigue especialmente los devaneos sobre las idas y vueltas de la trama, cuando fue el caso de la muerte de Pedro debió salir a aclarar públicamente que no tenía ningún encono con el personaje ni con el actor. El chileno Vicuña ya tenía compromisos impostergables en su país natal y debía abandonar la tira.
En aquella ocasión, la guionista explicó que se limitó a buscar una salida apropiada para la trama y el personaje, aunque muchos se decepcionaron ante el final trágico. La opinión de Aguirre ciertamente no fue compartida por Carolina Pampita Ardohain –esposa de Vicuña–, quien tildó a los guionistas de «soberbios e ingratos». El propio actor afirmó que, como intérprete, no le gustó la muerte del personaje. En tanto, Aguirre debió defenderse. En diálogo con Acción, explica: «Escribo 50 páginas por día. No lidio con nada más que con la necesidad de entregar libros buenos, sólidos, que me encanten a mí y que le gusten a Adrián Suar, a mi productor y a los actores. Y que, además, se puedan grabar».
Entre tanta polémica, abundan los rumores sobre peleas internas, duelos de egos y malas relaciones dentro del elenco: que si Chávez se pelea con todos, que a Casero muchos no le perdonan sus declaraciones de índole política, que si el ahora también saliente Arana tiene o no química con su «pareja» ficcional. Todo es pasto de rumores, especulación y noticias que suman minutos de aire y alimentan los portales dedicados al chimento y las noticias de espectáculos al paso. ¿Son esos comentarios y rumores los que consiguen despertar la pasión que genera la serie? ¿O es la devoción de sus seguidores lo que activa la maquinaria del chisme? ¿Las declaraciones políticas de Casero hubiesen tenido la misma relevancia si no interpretara a Marcos, un abogado cínico e inescrupuloso? Será imposible sacarse esas dudas; lo único cierto es que esta temporada, no hubo nada tan genuino en la televisión argentina como las emociones que despiertan los farsantes en su audiencia.
—Andrés Valenuzela