Contra un feminismo institucional o de Estado, que busca «domesticar» a las mujeres, la activista italiana apuesta a un movimiento «anticapitalista» que «tenga una mirada sobre toda la sociedad». Teoría y práctica de la lucha contra el patriarcado.
30 de enero de 2019
Debates colectivos. La actividad en el barrio porteño de Flores formó parte de la gira de la autora de Calibán y la bruja por Argentina y Chile. (Diego Martínez)Está cayendo la tarde en el barrio porteño de Flores. El olor de las parrillas encendidas acompaña la feria de libros y artesanías que se extiende sobre la calle Morón. Cientos de mujeres de todas las edades llegan con sus pañuelos verdes –aunque también hay muchos varones– y se van acomodando frente a un modesto escenario donde la escritora, docente y feminista italiana Silvia Federici, quien reside en Nueva York desde los años 60, compartirá la palabra con su colega mexicana Raquel Gutiérrez Aguilar.
La charla comienza y Federici lanza el primer guiño de complicidad: «Me dijeron que tengo una media hora para hablar sobre cómo cambiar el mundo y sobre el nuevo libro El patriarcado del salario». El público estalla en risas, pero la autora se acerca bastante a cumplir con los dos enunciados y en 20 minutos desarrollará las ideas centrales que rigen su obra y arribará a una conclusión: «El feminismo ya está cambiando al mundo en muchas formas».
«He viajado mucho este último tiempo y he visto cómo en Argentina, en México, en toda América Latina en realidad, y también en Europa, hay un nuevo movimiento de mujeres que está saliendo a la calle, un movimiento intergeneracional que está reconociendo que frente a la gran crisis causada por el avance de un capitalismo cada vez más deshumanizado, más bárbaro, existe un trabajo de hormiga, cotidiano que nos muestra que es posible construir la vida en forma más solidaria, más cooperativa», expresa Federici casi al final de su exposición.
Y añade que «ese presente», el de los movimientos de mujeres, «nos muestra una sociedad futura, un sentido donde el bienestar cotidiano es el fin de la vida, donde no nos tratamos como mercancías, donde no somos sujetos de la competencia, donde entendemos que estar juntas es la única forma de enfrentar las catástrofes generadas por este sistema».
La actividad en Flores, ocurrida en octubre del año pasado, fue solo una más dentro del enorme listado que compuso la gira de la feminista italiana por provincias de Argentina y Chile que incluyó encuentros con mujeres organizadas en diferentes espacios que fueron desde el ámbito sindical hasta las villas.
Lejos de la división entre el hacer y el pensar la lucha, Federici conjuga teoría y práctica en cada encuentro. Ese fluir con la misma naturalidad en los pasillos de la villa 21-24 o en las aulas de la Universidad Hofstra, en Nueva York –donde todavía es docente– hace que sus categorías de análisis cobren cuerpos y situaciones concretas. Entonces el diálogo con cualquiera es posible y en su relato se tejen entramados capaces de ligar a la pensadora y arquitecta feminista Dolores Hayden con las mujeres de una comunidad educativa de El Alto, en la Paz, Bolivia.
Bruja mayor
¿Entonces todo vale? No, en absoluto. Federici distingue «muchísimas formas de feminismos», aunque ella se define por uno. «Muchos feminismos no son anticapitalistas, al contrario, en los últimos 40 años, de la segunda mitad de los 70 hacia aquí ha comenzado un feminismo que yo llamo institucional o de Estado, con la intervención de las Naciones Unidas. Es un feminismo que ha usado una agenda distorsionada, que busca domesticarnos para “integrar” a las mujeres a la maquinaria de producción mundial capitalista, siempre en el lugar más precario. Es un feminismo con muchas contradicciones e hipocresía, porque lo hace desde la mística de la emancipación, y dice que la salud y la educación son importantes pero al mismo tiempo los organismos como el Banco Mundial o el FMI cortan los recursos para estos desarrollos», describe. «Yo no estoy con este feminismo. Yo adscribo a un feminismo que no se ocupa solo de las mujeres, sino que tiene una mirada sobre toda la sociedad. Una perspectiva feminista que expresa una historia de lucha en general, y de las mujeres en particular contra todas las formas de violencia».
«Desde este lugar –asegura– me resulta muy claro que el feminismo debe ser anticapitalista, porque el capitalismo es un sistema que no es sustentable, que está basado en el despojo, en la violencia continua, en la explotación de la mayoría de las personas. Este sistema que está matando personas y contaminando el aire, el campo y el agua, que ha sido capaz de dar prosperidad solo a una población limitada, por un tiempo limitado, se llama democrático pero todavía sigue esclavizando. Creo que cualquier lucha debe tener una mirada más allá e introducir elementos que construyan algo nuevo, que siembren las bases de una nueva sociedad».
Detractora del amor romántico, que «tanto nos ha arruinado la vida a las mujeres», esta «bruja mayor», como la llaman amorosamente sus compañeras de camino, es parte de un grupo de intelectuales que han revisado la teoría marxista, a la que le reconocen «su enorme aporte para la comprensión del capitalismo», pero le critican «que el enfoque exclusivo de la producción industrial y del proletariado industrial como sujeto revolucionario dejó fuera de la concepción del cambio social un área de la vida que era de las mujeres con todas las diversidades en todas las partes del mundo».
Esa área, la de la esfera doméstica, de tareas de cuidado, alimento, limpieza y varios etcéteras que Federici resume como «de reproducción de la vida» ha tenido y tiene un rol central para el capitalismo porque «produce la mercancía más importante para el capitalismo que es la fuerza de trabajo».
«Cuando comprendimos esto –subraya– vimos el mundo a la inversa, porque entendimos que la cadena de montaje del capitalismo comienza en la cama, en la cocina, en las relaciones sexuales, familiares y esto fue un cambio de óptica. Entonces desmitificamos la política y entendimos que “la política” no es solamente el gobierno o los partidos, sino que la vemos cada día en las relaciones de poder que estructuran nuestra vida familiar, construida para disciplinarnos, para invisibilizar nuestro trabajo, para delegar en los hombres el control de nuestra vida».
La charla se extiende más de dos horas, en las que la filósofa responde a preguntas que van desde el poliamor hasta las licencias parentales y destaca la lucha del campesinado y asegura que «gracias a los movimientos ecologistas de los 80 hemos visto que la reproducción de la vida no solo implica trabajo en la casa, sexual, de crianza, de afecto sino también cuidado de la naturaleza, de las aguas, de la semilla».
Convencida de que la salida del sistema capitalista es a través de la organización comunitaria, Federici enfatiza finalmente la importancia de la tarea de crianza: «Dentro del feminismo, muchas veces se ha pensado a los centros de cuidados de infancia como lugares donde dejar a los niños para que la mamá vaya a trabajar o para que tenga tiempo libre, y no siempre se ha visto que la crianza es una actividad extremadamente importante y fundamental. Criar es crear un nuevo mundo, es decidir qué mundo vamos a construir, qué valores vamos a reafirmar, entonces es un trabajo muy complejo, muy creativo y muy transformador que se debe pensar colectivamente».