En el marco de las conquistas del feminismo y la saludable «explosión» de las problemáticas vinculadas con las relaciones entre los sexos, ¿qué pasa con las identidades masculinas cuando agonizan los modelos tradicionales? El fin de los estereotipos.
10 de abril de 2019
Universidad de Avellaneda. Participantes de distintos países de América Latina formaron parte del séptimo Encuentro de Varones Antipatriarcales. (Juan Salvador Bordas)Santiago, de cinco años, refunfuña y se queja porque se le vino abajo el castillo que armaba con su juego de bloques, y su papá –Javier, de 45– lo reprende: «Eso no es de varoncito». Santiago da media vuelta y se marcha a su cuarto mientras Javier, en secreto, se cubre la cara de vergüenza: «¡Qué animal de las cavernas! ¿Cómo pude decirle eso?». Rato después va al cuarto del pequeño y lo encuentra prendido al videojuego en la tablet: «Ya pasé al nivel 20», le dice orgulloso: el chico entendió el mensaje y le mostraba a su papá que era capaz de hacer cosas «de varoncito», pero a este no parece haber tutorial capaz de explicarle cómo se supone que debería sentirse o si debería pensar que actuó bien o mal.
El modelo tradicional del «macho» es una estatua en demolición. Es fácil entender que no hay actitudes, conductas, formas de pensar, gustos o preferencias que sean inherentes «naturalmente» a una identidad de género cualquiera, y la del varón no es la excepción. Un poco más difícil es desembarazarse de los estereotipos que cada cual lleva incorporados a través de la crianza, como sucede en esta anécdota que relata Javier. De ahí a considerar que la identidad de los varones es algo que ni siquiera merece ser pensado, hay un abismo, o un pantano. El caso es que muchos están empantanados en él.
A mediados de noviembre de 2018, cientos de varones de todo el continente se reunieron en Buenos Aires a discutir estos temas en el marco del séptimo Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales (ELVA). El leitmotiv del evento –«Ni machos ni fachos»– apunta al rechazo de los estereotipos y a debatir lo que llaman «nuevas masculinidades» –siempre en plural– en el marco de las luchas del feminismo y la revolución que provocan en el sentido común.
«Marica» el que llora, «puto» el que se abraza con otro… «Cuando el varón se libere de estos karmas vamos a poder construir otro tipo de vínculos», comenta Juan Pablo, de 31 años, uno de los tantos participantes del último ELVA, organizado por un colectivo que no reconoce jerarquías internas y que va por su séptimo encuentro internacional, además de participar activamente en los talleres de Género que se dan en las escuelas secundarias porteñas en el marco de la Educación Sexual Integral (ESI) y demás actividades.
En algún momento pudo decirse que el avance de las mujeres en el ámbito laboral «fuera de casa» –y también, en parte, el crecimiento del teletrabajo– tomaban desprevenidos a los varones, de repente «descolocados» en el ámbito hogareño. En Europa y los Estados Unidos se acuñó el neologismo «housebands», combinando house (casa) y husband (esposo). Un curioso intento de respuesta positiva, totalmente alejado de la perspectiva política actual, fue el intento de creación de la Liga de Hombres Amos de Casa, en 2003, por el dibujante Hernán Torre Repiso. El propósito de esta asociación, que funcionaba en las mismas oficinas que la Liga Argentina de Amas de Casa liderada por la mediática Lita de Lázzari (fallecida en 2015), se proponía brindar contención al varón «en situación de hogar», asistencia psicológica y talleres de mantenimiento y administración doméstica.
Historia de una pregunta
Es a medida que las luchas feministas ganan terreno cuando surgen los primeros cuestionamientos al orden patriarcal, quedando claro que este orden no tiene que ver con un supuesto «enfrentamiento entre varones y mujeres» sino con una forma de relacionarse entre seres humanos basada en valores que establecen quién tiene el poder y quién, en teoría, debe someterse. Y de esos valores y conductas típicos surgen los códigos que regulan también, al propio mundo de los varones.
Aparece ahí una clara divisoria de aguas «entre el grupo de varones que se identifican con los modelos más tradicionales, donde se ve un movimiento de resistencia a que las mujeres adquieran poder en todos los ámbitos, y las generaciones más jóvenes, a partir de los millenials», sostiene Álvaro Ojalvo, historiador especialista en estudios de Género de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE) de Santiago de Chile y miembro de la Asociación Americana de Estudios de la Masculinidad. Las diferencias, explica, «tienen que ver con la manera en que nos ubicamos como varones en esos dos espacios tradicionalmente bien diferenciados que son el del trabajo, que simboliza el lugar de lo público, y el del hogar», signado por las tareas domésticas y la crianza de los hijos.
«Las diferentes formas que cada cual o cada grupo tiene de asumir esos lugares hace que haya muchas masculinidades diferentes, incluso conviviendo simultáneamente, conformando un escenario muy complejo donde ninguno de esos modelos tiene de por sí más valor que los otros», sintetiza el historiador chileno, que realiza su doctorado en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Reparar el barco en altamar
Para el psicoanálisis de hoy, la figura del padre-varón como tal no es requisito indispensable para la conformación de la identidad de género ni la resolución del «Complejo de Edipo». «Lo necesario es una figura que plantee una diferencia, de un vector que lleve a la exogamia, que separe», aclara el psicoanalista Carlos Barzani, especializado en estudios de Género, quien asegura que efectivamente los pacientes en el consultorio se preguntan «qué significa hoy ser varón».
¿Tiene sentido esta pregunta? Para Ojalvo, lo que sí tiene sentido es «preguntarse cuáles son las masculinidades posibles», los modelos, «y dentro de ellos, con qué clase de masculinidad me identifico yo».
Lennon, Maradona, el Che Guevara, Perón, representan modelos de masculinidades muy diferentes. «Cuando un hombre se justifica diciendo “mi viejo era un violento”, lo cierto es que hay otros modelos además de ese», coincide Barzani. «La potencia de muchas mujeres hace que algunos se sientan inhibidos –concluye–, y el varón que en este contexto no puede preguntarse acerca de su masculinidad a veces queda como tecleando en el aire».