Pese a la temprana eliminación, la presencia del seleccionado femenino de fútbol deparó un resultado trascendente: el reconocimiento popular a una actividad relegada. El camino junto al movimiento de mujeres en la batalla por los derechos.
12 de julio de 2019
París. Florencia Bonsegundo festeja uno de los goles albicelestes en el empate 3 a 3 frente a Escocia, por la última fecha del grupo D. (Bonaventure/AFP/Dachary)
El miércoles 19 de junio por la tarde, un millón y medio de personas, sentadas frente a televisores de todo el país, temblaron de emoción por una épica, la de la selección femenina de fútbol. Significó 7,7 puntos de rating, el pico de la medición durante la transmisión de la TV Pública del partido de las chicas frente a Escocia, la remontada desde un 0-3 que las dejaba afuera de Francia 2019 hacia un empate sobre el final que les dio aire: la posibilidad de que otros resultados le permitieran a la Argentina clasificar por primera vez la segunda ronda de un mundial femenino de fútbol. Eso no sucedió, pero el dato sobre la cantidad de televidentes es quizá más sintomático que el resultado futbolístico: muestra que puede haber un interés masivo, que la sociedad futbolera lo acepta de otra manera y que, entonces, la pelota deja de ser un asunto prohibido para las mujeres. No es una concesión, es el producto de la lucha de ellas.
Un año antes, el equipo que dirige Carlos Borrello pedía ser escuchado. Se jugaba la Copa América femenina en Chile. La Argentina enfrentaba a Bolivia y Soledad Jaimes hacía el gesto patentado por Juan Román Riquelme de formar dos orejas con sus manos, simulando al Topo Gigio. Solo pedían recursos, mejores condiciones de trabajo, el pago (y el aumento) de los viáticos, un contexto que les permitiera competir en igualdad de condiciones. En 2017 ya habían hecho un paro con esas reivindicaciones. Durante un año y medio, la selección estuvo sin competir. Pero las jugadores no se cayeron. La pelea por un fútbol igualitario empalmó acaso con un 2018 de lucha feminista, de calles repletas reclamando por el aborto legal. Cuando a fines del año pasado, el equipo jugó frente a Panamá por el repechaje para entrar al Mundial, la cancha de Arsenal se llenó de celeste y blanco pero también, y sobre todo, de verde.
Pura resistencia
Acompañadas por esa marea, además, llegó la pelea por la profesionalización. Macarena Sánchez, una futbolista santafesina, dio el último paso cuando le inició una demanda a UAI Urquiza ante su despido. La AFA tuvo que ceder: en marzo, anunció que abría las puertas a la profesionalización equiparando los salarios de las mujeres con los de los hombres de la Primera C. Sánchez fue la primera jugadora en firmar un contrato. Ahora juega en San Lorenzo.
Es imposible entender lo que sucedió en Francia con la selección femenina sin mirar el contexto. El escenario explica por qué la primera participación mundialista de la Argentina en doce años solo tenía por objetivo competir, estar a la altura ante equipos que llevan años de desarrollo. Y fue lo que sucedió. A la selección de Borrello le tocó debutar con Japón, campeona en 2011 y subcampeona en 2015. El empate las convirtió en heroínas. Las chicas argentinas fueron pura resistencia. Y en lo que en la selección de varones se vería solo como un esquema defensivo, en la de mujeres se entendía como una reacción ante una desventaja que viene desde lo formativo. Luego vino una derrota, pero con lo justo, el 0-1 frente a Inglaterra, otra potencia. Hasta el empate épico con Escocia. La vuelta, con recibimiento especial en Ezeiza, también expuso que en ese avance no hay retorno.
Mayor libertad
«Acá hay un paradigma que está cambiando para siempre y es que el fútbol dejó de ser prohibido», dice Ayelén Pujol, periodista y autora de ¡Qué jugadora! Un siglo de fútbol femenino en la Argentina. Y lo dice desde Francia, a donde viajó para cubrir el Mundial para distintos medios. «Quedó muy sobre la mesa que estaba prohibido y que eso era una injusticia, era violento, agresivo, opresor. Las mujeres que amaban al fútbol hasta acá vivieron una opresión muy grande. Yo lo sentí así. A partir de ahora, sobre todo en nuestro país, las nenas que quieran jugar al fútbol van a poder hacerlo con mayor libertad por la mirada que hay en la sociedad sobre eso pero también por la conciencia que se generó», agrega Pujol, que es jugadora de Norita FC, un equipo que homenajea a Norita Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo, y que compite en la liga Nosotras Jugamos.
En el libro de Pujol está el testimonio de Amalia Flores, que a principios de los noventa fue la primera jugadora argentina en ser contratada en Europa. Pasó de Yupanqui a un club de Caivano, Italia. «Si alguien me preguntara qué es jugar al fútbol –dice Amalia en ¡Qué jugadora!–, le diría que es algo hermoso, y que si lo lleva en la sangre, se divierta, que intente hacer caños, quiebres de cintura y que, si tiene muñecas, arranque de chiquita, que las cabezas son buenas pelotas para dar los primeros pasos». Amalia cuenta que hacía eso, jugaba con las cabezas de las muñecas.
«No es la única que lo hizo –aclara Pujol–, esa historia se repite. Es intentar romper con lo asignado, los estereotipos, mujeres, nenas o como se autoperciban que querían tener una pelota y recibían muñecas de regalos. Pero la pasión no se educa, no se controla, es una pulsión que te brota por el cuerpo». Pujol piensa ahora en que las futbolistas del futuro tendrán referencias, modelos donde mirarse. Acaso en Soledad Jaimes y Estefanía Banini, que tienen sus trayectorias en el exterior. O en Vanina Correa, que juega en Rosario Central y se atajó todo frente a Inglaterra. O en Dalila Ippolito, que con solo 17 años ya jugó su primer Mundial.
«Las ves dejando el alma por la camiseta, matarse por cada pelota, en acción, transpiradas, y entonces una mujer futbolista es una posiblidad real, tangible, es empírico», agrega Pujol. Y a la vez queda por verse qué jugadoras –qué tipo de referentes– elige mostrar la FIFA para su producto. Porque el fútbol femenino también comienza a ser una marca. «El fenomeno –explica Pujol– está atravesado por todo esto también, lo político, lo social, lo económico». Pero a la vez marca la cancha de lo que no tiene retorno: «Estamos plantadas para no agachar la cabeza, para pelear». Y eso es lo que demostró la selección.