14 de mayo de 2014
Luego de sorprender con unos videos que subió a Internet, Malena Pichot inauguró una carrera que la llevó a la televisión, la radio y el stand up. Irreverencia, feminismo y una forma distinta de contar las cosas.
Cualquiera que siga a Malena Pichot en Twitter, la escuche en Burundanga, el programa que conduce con Gillespi en Nacional Rock (de lunes a viernes de 18 a 21) o se acerque a verla en el hilarante espectáculo de stand up que comparte los sábados en la sala Siranush con Ezequiel Campa sabe que la chica no tiene pelos en la lengua. Desde su irrupción en la escena pública en 2008 a través de unos videos confesionales con altísima carga de despecho amoroso y humor corrosivo que subió a YouTube hasta hoy, Pichot no ha parado de generar polémicas con su atrevimiento, su irreverencia y sus mensajes feministas poco complacientes.
Aquella aparición en Internet la mostraba en una faceta definida a la perfección ya desde el mote del personaje: La loca de mierda. De ahí saltó a MTV y después a la TV abierta: estuvo al frente del segmento humorístico «Cualca!» en Duro de domar, fue parte del elenco de la serie de Telefé El hombre de tu vida, dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por Guillermo Francella y Mercedes Morán. También hizo una miniserie de 13 capítulos para el canal Cosmopolitan, Por ahora, especie de secuela de los sketchs en Duro de domar, y fundó una productora independiente que integra con Julián Lucero, Julián Kartún, Julián Doregger y Charo López, acompañados por los realizadores Federico Suárez y Esteban Garay Santaló y el productor Nicolás Avelovich.
Los trabajos de ese grupo, bautizado también Cualca!, se encuentran muy fácilmente en Internet, el medio en el que Pichot se mueve como pez en el agua, aunque ella prefiera relativizar esos análisis académicos que aseveran que nuestras relaciones han cambiado diametralmente desde que pagamos todos los meses el servicio de banda ancha. «Para mí, las cosas no han cambiado tanto», afirma. «Cuando era chica, conocía a un pibe en un bar y al otro día tenía una cita. No hay mucha diferencia entre chatear con alguien, mandarse fotos y después encontrarse y tener una cita tradicional. Quizás se habilita un mundo más ligado con la masturbación, simbólica o real: gente que tiene relaciones textuales durante meses y nunca se ve. Pero ya existía el género epistolar, ¿no?».
–Empezaste con los videos de YouTube y después llegaste al stand up. ¿Cómo fue el proceso?
–La primera vez hice un monólogo medio kamikaze y salió muy bien. La gente se rió y a mí me flasheó que pasara eso. La segunda vez ya no se rieron tanto; ahí vi la realidad de las cosas (risas). Pero igual seguí, estuve un año en un show que se llamaba VIP y aprendí mucho. Soy fanática del stand up desde muy chica: creo que era una cosa de concheta que no se comunicaba mucho con nadie.
–¿Y quiénes eran y son tus favoritos?
–Seinfeld, sobre todo. George Carlin me atrapaba, más que hacerme reír. Y mi hermano tenía un DVD de Richard Pryor que vi mucho.
–Ahora hay un montón de gente que enseña stand up. ¿Es efectivamente algo que se puede aprender?
–Y…, es como todo. Ir a un taller literario no te asegura convertirte en un buen escritor. Y con el stand up pasa algo parecido. Para mí lo importante es exagerar algo de tu propia personalidad, usar eso para hacer reír. Eso exige estar muy consciente de esa característica de tu propio carácter y saberla explotar. Cuando ves a varias personas que se formaron en el stand up con un mismo referente, es probable que te encuentres con que hablan igual y tienen un estilo muy similar. La gente que va a Bendita, el programa de Beto Casella, por ejemplo, tiene el mismo tono, la misma música. Eso no sirve. Los temas ya están todos transitados, lo único que queda es que encuentres algo que te particularice, que demuestre tu personalidad.
–En el exterior hay gente muy importante, como Louis C.K. ¿Acá hay comediantes de este estilo?
–Charo López y Bimbo juegan en un nivel sarpado, para mí. Y yo en un punto también, si tenemos en cuenta que es un ambiente bastante conservador. Hay una chica, Noelia Custodio, que tiene apenas 24 años y es buenísima. En cinco años va a ser mucho más genial, tiene un material increíble. Pasa que en el stand up más comercial no se puede decir cualquier cosa, no te dejan los productores. Por eso hay mucho tupper, mucha oficina, mucho «mi suegra».
–¿Cómo evaluás tu experiencia en la televisión?
–Aprendí un montón haciendo la miniserie con Campanella. No es fácil trabajar en un ámbito como el de la televisión argentina, donde el desarrollo de una idea depende tanto de las condiciones de producción. Pero también es cierto que, como las condiciones suelen ser tan limitadas, de alguna manera eso termina estimulando tu ingenio. Igual hice pocas cosas, no puedo hablar demasiado. No volvería a hacer lo de Duro de domar: estuve un año entero trabajando por una plata simbólica. Originalmente, me llamaron para que trabajara de notera, pero les fui con otra idea, les dije: «Yo sé hacer esto y necesito este grupo de gente conmigo». Pusieron algo más de plata, pero igual no alcanzaba. Si era plata para mí sola, estaba muy bien, pero yo decidí repartirla entre 10 personas que laburaban conmigo. Después de un año, esperaba que esas condiciones cambiaran, pero no fue lo que pasó. Obvio que ninguno de nosotros pensaba en hacerse rico con ese trabajo, pero nos llevaba esfuerzo, mucha dedicación. A la tele no le interesa tanto la calidad, sino el negocio. Y además hay un monopolio, no podés entrar así nomás con algo propio. Lo de «Cualca!» fue una especie de milagro. De todos modos, prefiero mil veces estar haciendo producciones audiovisuales en Internet. No me interesa ser guionista de Pol-Ka si eso implica ponerme totalmente al servicio de ellos.
–¿Y qué balance hacés de la miniserie Jorge, que escribiste y protagonizaste en la TV Pública?
–La experiencia fue buena, el resultado está bárbaro, pero fue medio anárquico todo. Lo largaron sin promoción, en cualquier horario. Igual, el que lo quiso ver lo vio en Internet. Todavía lo encontrás ahí. Yo hago las cosas para que la gente las vea; lo que me interesa ante todo es eso, no importa tanto el soporte.
–¿Cómo empezaste a interesarte por el feminismo?
–Mi vieja labura en una ONG que se ocupa de las problemáticas de las embarazadas, que se llama Dando a luz, así que el tema de los derechos de las mujeres siempre estuvo dando vueltas en casa. Me acuerdo que cuando era adolescente vi una publicidad en el programa de los premios Clio: había un asesinato, un charco de sangre y una chica que sacaba una toallita femenina, borraba la escena del crimen y se escapaba por una ventana. Cuando vi eso, dije: «Ah, hay otra manera de contar las cosas, de abordar un tema». Y me decidí a informarme. Nunca fui a encuentros de mujeres, a nada organizado. Sí estuve en las oficinas del INADI por Jorge. Entrevisté a una chica que me dijo: «Si te sentís feminista, no le des tantas vueltas al asunto, ya está». Y me quedó claro que no hace falta que me ponga en tetas frente a una iglesia para ser feminista. Ya de chiquita odiaba usar vestido, creo que ahí empecé a rebelarme.
–Tuviste un par de discusiones públicas bastate calientes por el tema. ¿Te arrepentís?
–Es que soy muy poco sabia. Recién ahora estoy haciendo un esfuerzo por no discutir más. Enojarse y putear es una tontería. No entiendo mucho a la gente que se opone al otro con tanta ferocidad. Hay feministas que me odian, incluso. No lo entiendo, me provoca mucha tristeza. No me gusta la solemnidad de la militancia, y a mucha gente no le gusta que yo hable de un tema serio sin ser «seria». Pero ya no me hago problema por eso. Ser más conocida, paradójicamente, me bajó el ego: es que hay tanta gente puteándote que te das cuenta de que no es tan importante, no les podés dar bola a todos. ¿Hay un montón de gente que no te quiere? Bueno, no pasa nada, no es tan grave. Mucha gente piensa que ser feminista es odiar a los hombres, que las feministas somos mujeres tristes, deprimidas. Es una gran confusión, pero es muy común que se piense eso.
–¿En los medios hay mucho machismo?
–Mucho. Está muy instalada la representación de un tipo de mujer. Yo sufrí bastante en Duro de domar, llegó un momento en el que no quería ir más. Entiendo que tu laburo sea debatir, pero yo, por el show, no puedo defender algo de lo que estoy en contra y decir cualquier cosa. No le diría «negro de mierda» a alguien para levantar la temperatura de un programa. Y hay gente que lo hace. Cuando vos elegís un «personaje» para la tele, algo de ese personaje tenés, eso seguro. Eduardo Feinmann y Baby Etchecopar podrán exagerar un poco, pero también piensan en serio mucho de lo que dicen. Y no son los únicos. Hace poco me llegó una propuesta para una ficción. La descripción del personaje que me ofrecían era así: «Es una chica a la que le gusta el rock, que odia a las mujeres y que no tiene amigas». Alguien desesperado por laburar capaz que lo agarra, pero yo no quiero hacer un personaje que tenga todo lo que odio, salvo que fueran problemáticas que van a ser abordadads de verdad, para aportar algo. No era el caso. Igual, no le pido nada al mainstream. En la tele, la mayor parte de los conflictos de los programas, sean o no de ficción, tienen que ver con quién empezó a salir con quién. Funciona así, no se le puede pedir mucho más, yo no lo hago. No quiero entrar en un sistema donde hay gente como Jorge Rial.
–¿Te sentís cómoda en la radio?
–Me gusta hacer radio con Gillespi porque me hace reír mucho, me divierto con él. Cuando falta y hago el programa sola, siento la diferencia. No soy buena entrevistadora, por ejemplo. Hay cosas que tenés que manejar para hacer radio que yo no manejo. Si no me interesa un personaje, no me sale bien la entrevista, no se qué preguntar. Es una limitación importante para un conductor de radio.
–¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
–Tengo gustos medio cliché (risas). Me gusta ver películas en casa, puedo ver cuatro seguidas, ponele. La movida de ir al cine no me entusiasma tanto, ¡siempre está lleno de gente!
—Alejandro Lingenti
Fotos: Jorge Aloy