14 de mayo de 2014
En los últimos años se multiplicó el circuito alternativo de bares y espacios dedicados al género, con epicentro en Almagro. Una nueva generación de cantores, orquestas y bailarines que pide pista.
Trasnoche de miércoles. En su sede, el CAFF, la Orquesta Típica Fernández Fierro da un potente concierto. El lugar: un pintoresco galpón que supo ser taller mecánico y que ahora combina una enorme bola disco, una pintura de Osvaldo Pugliese mirando fijo y una barra que parece salida de una película de Quentin Tarantino. No muy lejos de allí –entre la estética dark de La Catedral, los chicos que llenan el Bar Sanata y los parroquianos mezclados con palermitanos en el antiguo Boliche de Roberto–, hay otras opciones para ver tango, en una hipotética geografía que se conoce como el corredor Almagro. Está concentrada en unas pocas manzanas del barrio, donde siempre tocan grupos en la ruta alternativa del género. Es el reverso de los shows para turistas.
Desde que, a mediados de los 90, una nueva generación de músicos se empezó a interesar por el tango, pasaron muchas cosas. Y una de ellas fue el surgimiento a paso lento, pero firme, de un circuito con sus propias reglas, exponentes y agitadores. Hoy se sigue expandiendo a través de una serie de salas autogestionadas, cuya programación está a cargo de los propios músicos, a las que se suman los festivales barriales que recorren desde La Boca hasta Caballito y, también, el armado de milongas que culminan con la orquesta que organiza la fecha tocando en vivo para los bailarines. Un poco genéricamente –y también un poco injustamente, porque está iluminando una realidad de propuestas genuinas–, a todo este combo se lo conoce como el circuito off del tango.
Todas las voces
¿Cómo se fue desarrollando esta historia? Mientras que las casas para turistas se multiplicaron desde la devaluación de 2002 a fuerza de divisas, y el baile fue el gran motor de la revitalización del género, las salas para escuchar grupos y solistas habían quedado relegadas: se contaban con los dedos de una mano. Tal vez cansados de esta situación, los músicos tomaron cartas en el asunto para generar algo tan básico como esencial: espacios donde tocar. El pianista Julián Peralta, director del grupo Astillero y uno de los creadores del Teatro y de la Escuela Goñi, lo explica así: «En 1995 mi generación empezó a tocar tango de la manera más amateur posible. A medida que pasaron los años, crecimos, estudiamos, conseguimos trabajos y empezamos a componer. Llegó un punto en el que dijimos: si no comenzamos a crear nuestros lugares, nos vamos a aburrir tocando los 20 clásicos de siempre. No fue por generación espontánea, ni sucedió de un día para el otro. Fue un crescendo». Así como Peralta, son varios los músicos que activaron su faceta de productores y se unieron para inventar alternativas en un casillero vacío: el del productor privado.
Almagro es uno de los epicentros de la movida actual del dos por cuatro, pero no el único. En el límite exacto entre Agronomía, Parque Chas, Villa Pueyrredón y Villa Urquiza, se encuentra el bar notable El Faro. Allí, los viernes se realiza el ciclo «El tango vuelve al barrio», con un personaje que funciona como hechicero: el cantor Hernán Cucuza Castiello. Con pasado de futbolista –que homenajea con un colorido vestuario que combina botines, camisa, corbata y arito–, Cucuza encarna como nadie la expresión de la música ciudadana como algo cotidiano. Su carisma, la expresividad y un repertorio ubicado a mitad de camino entre los clásicos y las piezas perdidas –«Lo que vos te merecés», «El adiós», «Olvido»– son la plataforma para largas veladas llenas de invitados que culminan a la madrugada.
Uno podría suponer que le llevó años construir esta historia, pero ocurrió cuando le propuso cantar allí al dueño del bar. Cucuza lo explica con una metáfora futbolera: «El público está. Muchas veces no hay que esperar que te tiren el centro. Directamente, tenés que agarrar la pelota, tirar el centro y cabecear. No es lo ideal, pero cuando estás generando algo, tenés que moverte». Para Castiello, el trabajo de base de los últimos diez años fue decisivo. «Llegó un punto en que se alinearon los planetas. Hay una renovación de público, de artistas y de búsqueda».
Si el tango volvió a ser una suave brisa en los barrios, una de sus expresiones más nobles es la de las peñas con cantores; un ámbito amateur que tiene algo de cinematográfico: allí van los vecinos que tienen ganas de cantar. Con 120 años de historia y las paredes tapizadas con fotos de boxeadores y de futbolistas, el Bar Los Laureles ocupa toda una esquina de Barracas. El ruido del tren, que circula a pocos metros, no intimida a los vecinos en estas ceremonias a micrófono abierto. La ruta de las peñas se ramifica por otros barrios: el Bar de Julio, La Casa del Tango, Musicleta, Bar Sanata.
Sus personajes son entrañables: en ese ámbito se destacan héroes anónimos, como Inesita La Calandria, figura icónica del Bar El Chino en los 90, que es recibida como una estrella barrial a sus 87 años, o el guitarrista Javier Díaz González, un maestro en el arte de acompañar cantores. Sólo hay que conocer el dato del día y el lugar. Desde otra perspectiva, la programación de salas que hacen foco en la actualidad del tango, como el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (con su ciclo Tango de miércoles), el Centro Cultural Torquato Tasso, la Alianza Francesa y el Café Vinilo, también señala la vitalidad del género.
Día de la independencia
Durante los últimos años, se sumó una nueva arista a este fenómeno: los festivales barriales. El primero que surgió fue el Festival de Tango Independiente, que se realiza desde 2010, que va por la quinta edición y que marcó el punto de partida para otros encuentros: ya suman más de media docena. En algún sentido, se los podría pensar como la antítesis de los megafestivales de rock auspiciados por las grandes marcas. Aquí no hay stands con sofás ni promotoras: están armados a pulmón, con conciertos, clases de baile, charlas y bailes populares durante varios días. Palabras como autogestión y cooperativismo funcionan como la contraseña para entrar a este microcosmos.
¿Qué lleva a los músicos a generar este tipo de espacios? Para el bandoneonista Pablo Bernaba, director del Quinteto Negro La Boca y organizador de los Festivales de Tango Independiente de La Boca y de Barracas, obedece a varios factores: «Al principio queríamos retomar la milonga en la calle que se hacía en los inicios del Festival de Tango de la Ciudad, y también mostrar todo lo que pasa hoy con el tango, a pesar de las clausuras del gobierno porteño». Bernaba pone de relieve que cada uno de los festivales está construyendo su propia identidad. «El de La Boca, por ejemplo, surge de la unión de los comerciantes con Bomberos Voluntarios, con salas del barrio y, por supuesto, con La Bombonera: siempre hay una fecha allí. El de Barracas es el más politizado y culmina en la Villa 21-24».
Con las redes sociales como herramienta indispensable para la difusión, el Festival de Tango Independiente promete ser el primero de 2014 en una serie de eventos que se extenderán por Valentín Alsina, La Boca, Barracas, San Telmo, Flores, Caballito, Parque Patricios, Villa Crespo y Boedo durante todo el año.
Baile con orquesta
La danza tampoco permaneció ajena a esta tendencia. Por una cuestión de costos y de aferrarse a las tradiciones, las grabaciones de las viejas orquestas marcaban el pulso de las milongas. Sin embargo, algo empezó a cambiar: a partir del proyecto de las propias orquestas típicas, surgieron prácticas de baile que proponen otra dinámica. Se trata de clases para los aficionados que culminan con la orquesta tocando en vivo para ellos. La historia del Sexteto Fantasma –que todos los martes organiza la milonga Ventanita de Arrabal– es ilustrativa. Cada fecha empieza con una clase a las 20 horas, sigue a las 22 con un grupo invitado y cierra a las 23 con el Sexteto.
«Quisimos generar un ámbito donde poder tocar en vivo todas las semanas, que era algo muy difícil en la ciudad, compartir con grupos invitados y que estuviera bien presente el baile», explica el cantor del Sexteto Fantasma, Rodrigo Perelsztein. «Este espacio nos permitió ir probando formaciones hasta que el grupo quedó consolidado. El proyecto lo sostenemos colectivamente entre los músicos y los profesores, es a la gorra y ya vamos por el segundo año». Ventanita de Arrabal funciona en una vieja casona sobre la avenida Rivadavia, ubicada a pocos metros de la confitería Las Violetas, en el barrio porteño de Almagro. Se accede tocando timbre y subiendo unas escaleras. Por sus señoriales salones se mezclan curiosos, bailarines y músicos.
Pero no es el único ejemplo: con el mismo concepto, la Orquesta Victoria organiza los lunes la Milonga del Vinilo, y la Orquesta El Afronte lleva adelante desde hace seis años dos propuestas: la Bendita Milonga y la Maldita Milonga, los lunes y miércoles, respectivamente, en Buenos Ayres Club. Esta mecánica se extiende al Centro Cultural del Sur de Temperley: allí se celebra la Milonga Mal Llevada, que organiza los jueves el grupo Mal Llevado. Otras propuestas son la Milonga de la Misteriosa, que arma la Orquesta Misteriosa Buenos Aires; la Típica Milonga, con la Orquesta Típica Almagro, y la Milonga de Amores Tangos. La ecuación cierra: para los músicos es la posibilidad de tener continuidad en sus presentaciones; para los bailarines, es el rescate de la tradición de tener a la orquesta tocando para ellos.
En definitiva, hoy el circuito alternativo parece estar en su punto medio: ya no es tan subterráneo como antes, pero tampoco se acerca a la masividad. Alberga propuestas en pequeñas salas para 100 o, a lo sumo, 200 personas. ¿Qué le falta para ser masivo? El pianista Julián Peralta opina: «No sé si estaría bueno que se maneje en espacios más grandes: se perderían detalles. En su situación más cómoda, el tango es para escenarios pequeños». Pablo Bernaba lo ve de otra forma: «El tango tiene más producción que demanda. Tenemos que seguir inventando público, juntarnos con músicos de otros géneros, para que nos conozcan más». Lejos de las casas for export, del baile grandilocuente y de los estereotipos, el tango adquiere otra dimensión: barrial, secreto, autogestionado, pequeño. Como resume Cucuza Castiello: «La gran novedad fue volver al tango más genuino».
—Andrés Casak