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Amigo de Pappo y Spinetta, fue uno de los pioneros del rock en Argentina y también en España. Después de tocar fondo, a los 63 años el guitarrista presenta un notable disco debut como solista.

 

Experiencias intensas. El reconocido guitarrista fue integrante de bandas como Aquelarre y Tantor y también sonidista de Seru Giran. (Jorge Aloy)

Héctor Starc es uno de los guitarristas más volcánicos de la historia del rock argentino. A lo largo de sus casi cinco décadas de carrera, integró grupos legendarios como Aquelarre y Tantor. Pero este hombre, que tocó con casi todas las grandes figuras del género, nunca había editado un trabajo solista. Y ahora, a los 63 años, lo hizo. Su álbum debut, un ajustado compendio de rock, blues, funk y baladas, tuvo un largo proceso de preparación. «Las canciones fueron grabadas hace más de 10 años, pero el proyecto quedó en suspenso porque ninguna compañía discográfica se interesó en él», cuenta el músico. Finalmente, a través de Acqua Records, ese material vio la luz el año pasado. A los temas registrados originalmente por Starc, se le agregaron nuevas instrumentaciones y coros. «Bola de Ruido» –tal es su apodo– regrabó algunas partes vocales, pero dejó intactas sus intervenciones en la guitarra. «Nunca estuve conforme con mi desempeño. Pero ahora que mis dedos no son los de antes, empecé a apreciar lo que hice. Por eso mantuve los solos originales, porque jamás volveré a tocar así», confiesa.
Las composiciones más sentidas del disco, titulado simplemente Héctor Starc, las creó durante un período oscuro de su vida. Piezas como «De algo vamos a morir» y «Perder para sumar» son emergentes de aquella etapa. Aunque también está «Dame tiempo», una melodía de aire blusero compuesta cuando empezó a abandonar el infierno. El CD está dedicado a viejos amigos que ya no están, como Pappo y Luis Alberto Spinetta. «El Flaco jamás hizo algo pensando en ganar guita o para aparecer en las revistas», reflexiona Starc. «Durante los conciertos de la reunión de Almendra, la gente pedía “Muchacha, ojos de papel”, pero él no quería hacerla», recuerda. «Yo le decía: “Luis, si no la cantás es como ir a ver a Paul McCartney y que no haga ‘Yesterday’”. Y él me respondía: “El público debe evolucionar, y para eso hay que ofrecerle cosas nuevas”. Esa actitud de honestidad creativa marcó a muchos músicos de mi generación», afirma.
Starc inició su carrera profesional en conjuntos como Los Pop Singers y Alta Tensión, pero su nombre comenzó a trascender cuando ofició de telonero de Almendra, en el Teatro Pueyrredón de Flores. Aquella actuación sirvió para que fuera invitado a la primera edición del Festival B.A. Rock, en noviembre de 1970. Meses después, el bajista Emilio Del Guercio y el baterista Rodolfo García lo convocaron para un nuevo proyecto, Aquelarre. El combo, de elaborada propuesta musical, editó cuatro álbumes y se convirtió en un suceso. Pero la salvaje devaluación conocida como el Rodrigazo resintió la economía de la agrupación y la empujó al exilio. En setiembre de 1975, la banda rumbeó hacia España. «Nos instalamos en Barcelona y, a los pocos días, se muere Franco, que había prohibido el uso del catalán por casi 40 años. Todo el mundo empezó a hablar ese idioma. Por eso, cuando debutamos en vivo, algunas personas nos tildaron de franquistas porque cantábamos en castellano», rememora. Luego de 2 años en tierra española, el grupo retornó al país para despedirse de su público con una actuación en el estadio Luna Park.
De su periplo europeo, Starc volvió con una consola de 24 canales y varios amplificadores. Al tiempo, empezó a trabajar como sonidista de Seru Giran. «Cuando daban conciertos en el interior del país, solía subirme al escenario para los bises. Hacíamos “Suéltate rock and roll”, “El fantasma de Canterville” y volaba todo por el aire», recuerda con una carcajada. Paralelamente, armó un trío de jazz-rock, Tantor, con Rodolfo García y el bajista Carlos Machi Rufino. Pero el carácter instrumental de la propuesta delimitó su alcance y el conjunto se desmembró. Tras unos meses en la banda de David Lebón, el músico intentó un par de experiencias grupales que no trascendieron. A mediados de los 80, comenzó una etapa signada por el consumo de drogas y alcohol de la cual emergió una década más tarde. En el medio, se divorció de su mujer, se distanció de sus hijas, desperdició oportunidades laborales y casi pierde la vida.
A fines de 1995, ingresó a Alcohólicos Anónimos y conoció a su actual mujer, vital en el proceso de recuperación. Sobrio y «limpio» desde entonces, se dedica a su empresa de alquiler de equipos de sonido e instrumentos. Su casa alberga una colección de piezas únicas, como el órgano con el que Los Gatos grabaron «La balsa» o la guitarra con la que Pappo registró los primeros discos de Pappo’s Blues, aunque esas reliquias son sólo para disfrute personal. A pesar de cierto apego al pasado, el músico está al tanto de la actualidad del rock vernáculo. Rescata a Andrés Ciro y a Gonzalo Aloras, pero al resto de la escena la define como una mezcla de «codicia, marketing y pavada». Su nuevo proyecto se llama Trieste, un trío que completan Machi Rufino y el baterista Juan Carlos Black Amaya. Los ensayos ya arrancaron y en los recitales habrá temas de Aquelarre, Invisible, Pescado Rabioso, Pappo’s Blues y Tantor. Salir al ruedo con antiguos compañeros es todo un estímulo para esta etapa de su vida. «Me siento como si tuviese 20 años. Tengo energía y ganas de hacer cosas», sostiene, entusiasmado. Los malos tiempos terminaron y, por fortuna, la música sigue.
Gabriel Martín Cócaro

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