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Súper Mario al rescate

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Diego Pietrafesa

El nuevo Jefe de Gobierno logró el apoyo de casi todos los sectores para salir de la enésima crisis política de la península. Manejará fondos millonarios de la UE para la recuperación pospandemia. Hombre de confianza de la banca y los mercados.

Salvador. Draghi, al frente del Banco Central Europeo, fue clave para evitar el derrumbe del euro. Dejó el cargo a Christine Lagarde en 2019. (Remko de Waal/ANP/AFP)

En los últimos 75 años Italia vio pasar a 65 Gobiernos y más de 30 primeros ministros: el último de ellos es un banquero amigo del establishment y los mercados. El perfil técnico de Mario Draghi seguramente le facilitó la llegada al poder en medio de una negociación política laboriosa, escenario que supo construir con un abanico multicolor de partidos e ideas hasta hace poco irreconciliables. Hay premura: la Unión Europea destinó 209.000 millones de euros para la recuperación del país y el uso de esos fondos requiere de estabilidad en la administración y, parece, de alguien de confianza del establishment para las cuentas públicas y, sobre todo, las privadas. En medio de una situación económica que preocupa mucho, la pandemia sigue con alto registro de infectados y fallecidos.
Lo conocen como Súper Mario y lo llaman «el hombre que salvó al euro» por su actuación al frente del Banco Central Europeo (BCE) en 2012, previo paso por el Banco Mundial. La moneda común crujía por el estallido de la burbuja financiera en Grecia, crisis que Draghi afrontó con pocos escrúpulos: es que como vicepresidente de la banca de inversiones Goldman Sachs había permitido que desde Atenas presentasen un Presupuesto fantasioso y flojo de papeles para acceder a un multimillonario préstamo a tasas bajas. Desde el sillón del BCE (y con el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea) impuso recortes desalmados para pagar esa deuda, que condenaron al pueblo griego a la miseria. El euro respiró aliviado, sí, pero el poder financiero saltó en una pata mientras sufrían los mismos de siempre.
Draghi plantea –sin mayores precisiones– un aumento en los recursos públicos para sustentar la difícil coyuntura. Pero también establece un combate contra el déficit fiscal (Italia está solo detrás de Grecia en materia de deuda pública, con el 150% de su PBI) y afirma que la austeridad y la sustentabilidad en las cuentas del Estado serán prioridad. «Cada despilfarro actual es una injusticia que cometeremos con las generaciones futuras, un secuestro de sus derechos», expresó el flamante mandatario al asumir. Caen sobre Draghi las sombras de su paso como director general del Tesoro de su país (1991-2001), cuando encabezó privatizaciones por 100.000 millones de dólares. Con esos antecedentes, tres compañías miran con desconfianza el futuro a corto plazo: la línea aérea Alitalia (con un rojo de 9.000 millones de euros en sus balances), el banco Monte Dei Paschi y la poderosa aceitera Ilva.

Reconstrucción
«Como después de la Segunda Guerra Mundial», así describió Draghi la tarea de reconstrucción que se propone. Prometió reformar el sistema jurídico y eliminar trabas que alienten la llegada de inversores; también dijo que bajaría la presión impositiva. Si bien el crecimiento durante los pasados doce meses ubicó a Italia como penúltimo en el bloque continental, el país sigue siendo el tercero de la Eurozona en materia de Producto Interno Bruto, detrás de Alemania y Francia, delante de España.
El presidente del Consejo de Ministros (tal el nombre del cargo que ocupa) expresó que privilegiará la agenda ambiental y peleará por un reconocimiento de la fuerza laboral de las mujeres, postergadas en posibilidades de desarrollo y con bajos salarios. El empleo joven, dañado por la pandemia, será –dijo– materia de cuidado. Y aseguró que desarrollará medidas para cuando cese la ley que impide los despidos. Draghi aclaró que no propiciará la persecución a los inmigrantes, pero comunicó que propondrá a sus socios continentales un nuevo acuerdo para que exista «un mayor equilibrio» entre las atribuciones y responsabilidades de las naciones «de primer ingreso» (Italia, España, Grecia y Malta) y poder lograr el apoyo concreto de los demás países a la hora de abordar la problemática.
«Hoy la unidad no es una opción, es un deber», recalcó el nuevo huésped del Palacio Chigi. La historia reciente indica que en los últimos tres años, Italia tuvo mandatarios y gestiones de toda raíz y color: la ultraderecha, con La Liga de Mateo Salvini; el Movimiento Cinco Estrellas, una postura antisistema de la «nueva política», del humorista Beppo; el Partido Democrático, progresistas, cuyo apoyo permitió que Giuseppe Conti, predecesor de Draghi, formara Gobierno. A la mesa del primer ministro también se sentaron Silvio Berlusconi y su agrupación Forza Italia, e Italia Viva, del ex PM Mateo Renzi. ¿Podrá Draghi sostener en el calendario semejante coalición variopinta? No los une el amor sino el espanto, diría un admirador de Dante Alighieri.
Con todo, la fiebre política convive con otra enfermedad mundial. «El principal deber que tengo es el de combatir la pandemia con todos los medios, proteger la vida de nuestros ciudadanos porque el virus es enemigo de todos», afirmó Draghi. La segunda ola de COVID-19 en Italia trajo hasta 13.000 contagios diarios, los fallecidos suman 96.000. Para el banquero es clave la producción de una vacuna local que asegure 300.000 inoculaciones por día. Por el momento, el 2% de la población completó el esquema de dos dosis, un guarismo bajo, pero acorde al panorama general del Viejo Mundo.

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