5 de octubre de 2021
Con equipos ofensivos, figuras y la tecnología al servicio del fenómeno, la Premier League es la más seguida por el público. Historia y negocio, aspectos clave.
Alto nivel. Liverpool y Chelsea, dos de los grandes animadores de esta temporada, en el duelo disputado en Anfield, en agosto de 2021.
ELLIS/AFP/DACHARY
Me gusta el fútbol inglés –dice Pablo Aimar–. Sobre todo, porque se juegan muchos minutos netos. A los equipos que van a jugar contra el Arsenal, un conjunto muy técnico que intenta desplegar buen fútbol, no les dejan el pasto alto y seco para que jueguen peor. Las canchas son un green de golf. Juegan a ver quién es mejor». Es 2015, y Aimar todavía ni siquiera es entrenador de la selección argentina Sub 17: es solo un hombre que habla del juego. Más de un lustro después, la Premier League, la liga más poderosa y lucrativa del fútbol, profundizó la idea de jugar y, para aficionados y especialistas, ver qué equipo lo hace mejor.
El último campeón es Manchester City, un equipo que diseñó Pep Guardiola. Pero en las últimas seis temporadas, además, salieron campeones Leicester, Chelsea y Liverpool. Y pelearon el título Manchester United, Arsenal y Tottenham. Que no hubiera un monopolio, como en las ligas de Italia (Juventus), Francia (PSG) y Alemania (Bayern Munich), ni un duopolio como en España (Real Madrid y Barcelona), también posicionó a la Premier como la liga más competitiva, un atractivo televisivo que gana ojos en el mundo.
Además, el espectáculo de la Premier sumó en la actual temporada a Cristiano Ronaldo, de vuelta en Manchester United, subcampeón de la Europa League. Y tiene al campeón (Chelsea) y al subcampeón (Manchester City) de la Champions. En la temporada 2019/20, la Premier embolsó 5.134 millones de euros en ingresos, seguida por la Bundesliga (3.208) y la LaLiga (3.117). Pero en el reparto más igualitario recae la clave: la mitad se reparte de manera equitativa entre los clubes, un cuarto en relación con las posiciones finales en la tabla y el otro cuarto a los clubes que son transmitidos por la TV, ya que el grueso de la fecha se juega a la misma hora y los partidos no se televisan en directo para que la gente vaya a los estadios. Cuando la brecha entre ricos y pobres es más corta, entonces, aumentan las posibilidades de que los partidos sean más parejos. «La Premier es la mejor liga del mundo –le dijo el entrenador chileno Manuel Pellegrini, ex-DT de Manchester City y West Ham, al sitio Coaches’ Voice–. Por el entorno, por la calidad del espectáculo, por el respeto a la organización, por las canchas, por la emoción, por el respaldo de los hinchas, por el fútbol directo».
El valor de mercado de la Premier, según el sitio Transfermarkt, es de 8.900 millones de euros, casi el doble de la LaLiga española (4.930 millones). En el mercado de fichajes de mitad de año, la Premier fue la liga que más gastó (22.580 millones), por encima de los 15.080 de la Serie A italiana. La transferencia de Jack Grealish se convirtió en la más alta de la historia de la Premier: fue transferido, a cambio de 117 millones de euros, de Aston Villa a Manchester City. Dentro del top diez de los clubes que más desembolsaron en contrataciones, seis son de la Premier. Si el United repatrió a Cristiano, Chelsea hizo lo propio con el belga Romelu Lukaku, por el que pagó 115 millones de euros. En la temporada pasada, Lukaku salió campeón con el Inter en Italia y terminó, con 24 goles, como segundo máximo goleador por detrás de Cristiano (29). Pero no todo es dinero. «Leeds es un club extraordinario –dijo Marcelo Bielsa, su DT–. No es frecuente que un club invierta tanto en la mejora de la formación, ya sean los campos, las instalaciones, la tecnología o las comodidades para el trabajo de los jugadores».
Hacia otro modelo
Claro que el fenómeno de la actual liga inglesa tiene una historia. La Premier League nació en 1992, cuando los clubes de primera división se separaron de la Football Association (FA), organizadora desde 1888, y firmaron un contrato millonario con la TV paga. En 1985 habían muerto 39 personas en la tragedia de Heysel, en la previa de la final Liverpool-Juventus de la Copa de Europa y en 1989, 96 hinchas de Liverpool, aplastados y asfixiados en una tribuna del estadio de Hillsborough. «Hooligans», acusó el Gobierno neoliberal de Margaret Thatcher, con la complicidad de la prensa, aunque la masacre de Hillsborough, según la investigación oficial, fue provocada por la policía, que abrió una puerta para el ingreso de los hinchas. Thatcher fomentó los créditos públicos para modernizar estadios y desreguló la financiación, que atrajo a los capitales extranjeros. La Premier sirvió para sacar a los hooligans, pero fue una excusa para relegar a los hinchas de clase trabajadora a los pubs de cervezas y partidos por TV. En su «Programa para el futuro del fútbol», de 1992, la FA ya avisaba: atraer a «más consumidores pudientes de clase media». Las entradas populares desaparecieron: entre 1990 y 2008, el precio medio subió un 600%. Ahora, es verdad, no hay hooligans en los estadios. Pero tampoco jóvenes y familias: la edad promedio del hincha se acerca a 50 años.
Casi tres décadas después de la creación de la Premier, 17 de los 20 clubes tienen capitales extranjeros. «Un deporte que durante tanto tiempo estuvo en el centro de la identidad de la clase trabajadora se transformó en un bien de consumo de la clase media controlado por millonarios arribistas», apunta el escritor Owen Jones en Chavs. La demonización de la clase obrera. Jeques árabes, magnates estadounidenses, paracaidistas asiáticos y oligarcas rusos administran a los clubes de la Premier. Los hinchas excluidos a los pubs, sin embargo, bloquearon micros de los equipos y entradas a los predios, salieron a las calles, elevaron demandas y le torcieron el brazo a la Superliga Europea, un proyecto de torneo elitista y cerrado que pretendieron instalar doce de los clubes más ricos y poderosos de Europa con el apoyo de la banca JP Morgan. La reacción de los hinchas ingleses acaso haya sido impulsada por un instinto primitivo. Inglaterra es la cuna del fútbol. Los trabajadores le arrebataron the beautiful game (el juego bonito) a la aristocracia a finales del siglo XIX. Ellos, de alguna manera, también son la Premier League.
«Si el modelo son los clubes ingleses –dijo el sociólogo inglés David Goldblatt– temo que todo termine siendo un desastre cultural y moral». Goldblatt, autor de El partido de nuestras vidas, un trabajo sobre la Premier League, le pide además al Gobierno inglés frenar «la venalidad de muchos propietarios privados», porque los clubes «llevan el nombre de una comunidad que los antecede y con la que tienen una deuda de lealtad». Y, en especial, porque sin los hinchas «el fútbol es nada». En Inglaterra, esos hinchas quieren que sus equipos vayan al frente, que ataquen sin importar tanto cómo. Esa es la esencia. El juego, de este modo, se torna imprevisible.
Innovadora, la Premier puso en práctica en la actual temporada una nueva modalidad de aplicación del VAR con la intención de que el juego sea más dinámico. Los fuera de juego son menos milimétricos, los jueces de línea levantan la bandera en caso de que el offside sea muy claro y no esperan la finalización de la jugada, y el VAR solo llama al árbitro cuando el penal también es muy claro. Una serie de medidas que, al final, fomentan ese jugar y ser mejor, alentadas por una industria que demanda show.