15 de mayo de 2022
La principal coalición opositora, inmersa en fuertes internas, asume posiciones influenciadas por sectores decididos a impulsar un férreo rumbo neoliberal.
Juntos. Referentes del PRO compartieron la mesa con José Luis Espert y Ricardo López Murphy, entre otros, en la cena de la Fundación Libertad.
NA
En medio de una paridad en la correlación de fuerzas parlamentarias –que hace dificultoso el avance de proyectos trascendentes para la sociedad–, y mientras promedia un año sin elecciones, el panorama aparece marcado a fuego por disputas internas en las dos principales coaliciones políticas del país: la que gobierna, el Frente de Todos, y su oposición más importante, Juntos por el Cambio.
Lo que va quedando claro de cara a 2023 es que la propuesta de la derecha para los tiempos que vienen será de sinceridad brutal a diferencia de 2015, cuando la promesa –incumplida– de Cambiemos era, para decirlo en sencillo, «dejar lo que funcionaba bien y arreglar lo que estaba mal». Ya no se oculta el contenido de lo que se pone en juego.
Lo señaló de un modo muy directo el exministro de Defensa, Agustín Rossi, al advertir la necesidad de mantener la unidad más allá de las diferencias dentro del Frente de Todos. «Lo que se va a discutir el año que viene es el sentido de la historia de los últimos 70 años. La derecha que se va a presentar a elecciones va decir que los problemas de los argentinos son causa de los gobiernos populistas».
Es cierto que el latiguillo de que la Argentina viene en caída desde hace siete décadas fue usado de un modo recurrente por el expresidente Mauricio Macri desde que llegó a la Casa Rosada. Pero en la campaña que lo llevó a la primera magistratura llegó a asistir a la inauguración de un monumento en homenaje a Juan Domingo Perón frente al edificio de la Aduana, compartiendo el acto con el dirigente camionero Hugo Moyano y el expresidente interino Eduardo Duhalde.
El discurso público en estos años, azuzado por los medios hegemónicos, se fue corriendo cada vez más a posiciones ultras, como las que representan los «libertarios» encabezados por Javier Milei y José Luis Espert. Y en ese fárrago extremo afloraron dentro de la oposición las divergencias que siempre subyacieron entre los representantes de la Unión Cívica Radical y el PRO. Incluso dentro del partido fundado por Macri, Milei se convirtió en una piedra del escándalo.
El exmandatario –ligado ideológicamente con ese sector– tiene en Patricia Bullrich a una aliada. Pero en el último cónclave partidario no llegaron a un acuerdo para incorporar a Milei, que por otro lado, no dio señales de anhelar tal cosa. El espacio cercano al alcalde porteño, Horacio Rodríguez Larreta, quien no niega sus aspiraciones presidenciales, también se muestra remiso, y razones no le faltan. En su facilidad para la caratulación, Milei definió al jefe de Gobierno de CABA como una «paloma socialista».
Macri y la Fundación Libertad –un think tank financiado por instituciones privadas y grupos económicos de la Argentina, entre ellos la concursada agroexportadora Vicentin– celebraron un encuentro en la ciudad de Santa Fe con la presencia del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa y el expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti donde nadie se guardó nada. «Argentina fue uno de los primeros en crear el populismo, con Perón y Evita. Tal vez seamos uno de los primeros en erradicarlo. Lamentablemente lo hemos exportado al mundo y está siendo muy contagioso», dijo Macri.
En ese mismo encuentro, Rodríguez Larreta sostuvo una idea que ronda desde hace tiempo. Hay que ir rápido a una reforma de las leyes laborales y del sistema previsional. Pero, reconoce, para lograr algo así es necesario un fuerte apoyo político, de al menos «el 70%, con el 50% más uno no alcanza», explicó. El consenso del que habla, recalcó, «no es con todos, con el kirchnerismo y con la izquierda no nos pondríamos de acuerdo nunca».
La que le puso el nudo al mensaje –a pesar de sus diferencias dentro del PRO y de su aspiración a ser ella la candidata–, fue la exministra de Seguridad, con una sentencia que recordó al exlíder británico Winston Churchill. «Yo sé que el cambio es difícil y es con dolor y es con esfuerzo, ¿qué vamos a elegir, la mediocridad de la decadencia o la valentía del cambio con esfuerzo y con dolor?». Buen resumen de esa propuesta: sangre, sudor y lágrimas.
Esa concepción del mundo que comparten las capas más privilegiadas de la sociedad está instalado tan profundamente como para que en el tractorazo de abril pasado –que no resultó tan convocante como esperaban sus organizadores–, Bullrich y Rodríguez Larreta decidieran mostrarse acompañando las demandas «contra la presión impositiva y la intervención del Gobierno en el mercado de granos».
Uno de los ruralistas que estuvo en la organización, José Perkins, también fue bastante transparente en una entrevista con Alejandro Bercovich. «Queremos que nos devuelvan el país, el de Alberdi, el de la Constitución, el que recibió Perón», dijo, y ante la repregunta del periodista, Perkins abundó: «Queremos volver a los principios del siglo XIX».
Radicales incómodos
Desde esta perspectiva, la sociedad entre radicales y el PRO resulta hoy bastante engorrosa. En principio, porque durante toda la gestión de Macri la UCR se sintió un convidado de piedra, que aportó inserción territorial a un partido solamente capitalino sin recibir mucho a cambio. Pero, además, porque en las elecciones de medio término candidatos radicales obtuvieron un apoyo en las urnas que no esperaban en los cálculos previos. El actual titular del centenario partido, el gobernador jujeño Gerardo Morales, ya en «modo candidato», suele declarar que no apoyarían una nueva postulación de Macri.
El fundador del PRO le devuelve gentilezas y en un almuerzo partidario en Puerto Madero reclamó que el partido «no se deje manejar por la UCR en el Congreso, como sucedió en las últimas votaciones». No solo eso, «tenemos que diferenciarnos y no seguir cayendo en la trampa del radicalismo», señaló abiertamente.
Las quejas de Macri tienen un contenido muy específico pero también a su manera marcan la cancha de lo que la dirigencia política está ofreciendo a la sociedad como futuro. Morales, que se había adelantado hace tres años a la legalización de la producción de cannabis medicinal en su provincia, promovió el proyecto de ley que fija el marco regulatorio de ese cultivo y el del cáñamo industrial. Los legisladores del PRO votaron en contra argumentando que el régimen que crea la norma «tiene las características de un nuevo impuesto y favorecerá una mayor burocracia estatal».
Si se habla de populismo en Argentina, la vara seguramente habría que correrla hasta 1916, cuando Hipólito Yrigoyen asumió la primera magistratura luego de décadas de luchas por la democratización del voto en el país. Fue el primer presidente radical y el que hace justo un siglo creó YPF, la petrolera estatal. Una de las empresas, junto con Aerolíneas Argentina, que prometen privatizar nuevamente los potenciales candidatos del PRO.