5 de junio de 2022
Liderada por mujeres, la fuerza de izquierda nacionalista ganó las elecciones. Trabas para formar Gobierno e influencia de Londres y el Brexit.
Belfast. Principales referentes, Michelle O’Neill y Mary Lou McDonald se dirigen a dar una conferencia junto con otros miembros del partido.
FAITH/AFP/DACHARY
Por primera vez desde su fundación, el Sinn Féin ganó las elecciones en Irlanda del Norte, quebrando la tradicional hegemonía del Partido Unionista Democrático (DUP, por sus siglas en inglés) y trazando un escenario político tan novedoso como inédito. De sucesivos gobiernos conservadores, protestantes y monárquicos hasta la médula, la pequeña nación británica pasó a ser liderada por una fuerza política de izquierda, católica, nacionalista, republicana, con pasado revolucionario y que pretende cortar todo lazo con la reina Isabel II para lograr la anhelada independencia.
Con el 29% de los votos, el Sinn Féin («Nosotros mismos», en criollo) se posicionó primero en los comicios de mayo y logró 27 de los 90 escaños en el Parlamento de Stormont, por delante del DUP, que obtuvo el 21,3% y cosechó 25 bancas. La histórica victoria, coincidieron los analistas de los diarios británicos, se debió a la fragmentación entre las fuerzas unionistas y a la profunda renovación dentro del partido que supo ser brazo político del extinto Ejército Republicano Irlandés (IRA). Primero, un cambio de figuritas y de nombres: dos carismáticas mujeres (Michelle O’Neill, posible nueva ministra principal, y Mary Lou McDonald, jefa en el Parlamento) reemplazaron en la conducción, que ejerció desde 1983, a Gerry Adams.
Ambas se pusieron la campaña al hombro y emprendieron, además, una renovación en el plano discursivo. Aprovechando el contexto de dificultades económicas que produjeron el Brexit, la pandemia y la guerra en Ucrania, se salieron del tradicional libreto independentista e hicieron foco en las principales preocupaciones de la gente: desempleo, inflación, vivienda, educación y salud. «La prioridad es el bienestar», dijeron. Con mirada progresista y en abierta oposición a los planteos conservadores del DUP (que rechaza la legalización del aborto y el matrimonio igualitario, entre otras cosas), O’Neill y McDonald lograron enamorar a los votantes de centro y, en particular, a buena parte de la juventud.
Palos en la rueda
El triunfo electoral, sin embargo, no asegura un camino de rosas de cara al futuro. Al cierre de esta edición, el Sinn Féin todavía no había asumido las riendas del Gobierno. No solo porque la victoria se dio por escaso margen, sino también por las particularidades del sistema político norirlandés. Tal como se pactó en el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 para frenar la carnicería que se estaba dando entre unionistas (protestantes) y republicanos (católicos), el Gobierno debe estar formado por un ministro principal del partido que gana los comicios y un vice del que sale segundo. A pesar de que uno está arriba y otro abajo, uno no puede hacer nada sin que el otro lo apruebe. Los gabinetes son de coalición y ambas fuerzas políticas, la que gana y la que pierde, deben gobernar juntas, acompañando cada medida. En ese marco, los acuerdos y el diálogo son fundamentales para que el Gobierno compartido funcione.
Pero eso no es lo que está sucediendo. Los referentes del DUP, acostumbrados a salir primeros en las elecciones, no quieren saber nada con formar Gobierno, lo que podría llevar a una parálisis política como ya se dio en el pasado. El problema, dicen, no es el Sinn Féin, sino las decisiones que se están tomando desde Londres. Más precisamente, las que toma el primer ministro británico, Boris Johnson, en relación con el Protocolo de Irlanda del Norte, una de las piezas que integra ese gran acuerdo llamado Brexit y que garantiza que la frontera entre la Irlanda británica y la Irlanda independiente siga siendo invisible en términos comerciales, tal como también marca el Acuerdo de Viernes Santo. Johnson ahora quiere cambiar el protocolo (sí, un año después de la firma del divorcio con la Unión Europea) con el argumento de que en este poco tiempo el mundo cambió por completo, lo que obliga a barajar y dar de nuevo.
Aunque por diferentes motivos, al premier le saltaron a la yugular propios y ajenos: laboristas y correligionarios conservadores en Londres, unionistas e independentistas en Belfast, el Gobierno republicano irlandés en Dublín, la Casa Blanca desde Washington y la UE desde Bruselas. Los europeos advirtieron que modificar el protocolo constituiría una violación del derecho internacional que pondría en riesgo las bases del Brexit y afectaría la paz y la estabilidad de la región. Los norirlandeses del DUP, por su parte, siempre rechazaron el protocolo y lo que quieren no son modificaciones, sino directamente su eliminación, ya que creen que es la causa de la alta inflación registrada en los últimos tiempos.
De hecho, ese fue el motivo por el que renunció en febrero su último ministro principal y la razón por la cual ahora dicen que no formarán ningún Gobierno, al menos hasta que Johnson tome «acciones decisivas» en relación con el protocolo. Desde el Sinn Féin pidieron que los conservadores «no tomen a la sociedad como rehén» mientras dirimen viejas rencillas con su amigo Boris y se aprestan a hacer lo necesario para que la primera gestión nacionalista y republicana de la historia de Irlanda del Norte comience a andar.