14 de julio de 2022
Enarbola el plan «motosierra» para defender a cualquier costo el libre mercado y vocifera contra lo que llama la casta, que comprende a todos los políticos, menos a los de su partido.
Antes de ser el representante despeinado y gritón de una derecha liberal salvaje, Javier Milei fue muchas otras cosas: un niño rubio de clase media con pocos amigos; un adolescente también solitario que llegó a atajar en las inferiores de Chacarita; cantante intuitivo de una banda de rock; destacado estudiante de Economía en la Universidad de Belgrano –9,43 de promedio– en eterna guerra con su padre; profesor de sexo tántrico y hasta superhéroe en una convención de otakus. La misión de su personaje, el Capitán Ancap (por «anarcocapitalismo»), era «sacar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta». Pero, sobre todo, Milei fue panelista estrella de un arco variado de programas televisivos. Especialista en generar títulos provocativos basados en los lugares comunes de un credo ultraliberal y rabiosamente capitalista –«soy una máquina de meter zócalos», decía–, fue descubierto por la tele a mediados de la década pasada. «Mi creador fue Mauro Viale, pero Fantino fue el que tuvo las agallas de ponerme en primera», asegura. La televisión que lo cobijó, le dio pantalla, multiplicó sus desvaríos ultraliberales y el repertorio de eslóganes marketineros que repetía, casi idénticos, en su ronda de participaciones semanales –de las confesiones sexuales en el programa de Marcela Tinayre a la mesa de su amiga Viviana Canosa, de la pelea con Sol Pérez, con lágrimas incluidas, a los almuerzos de Mirtha Legrand– luego fingió sorpresa por su éxito electoral: un doctor Frankenstein perplejo ante la criatura que había ayudado a engendrar.
Sus primeras intervenciones televisivas lo mostraban algo tímido y circunspecto, luciendo anacrónicos trajes a rayas y el pelo ensortijado con esmero. En su debut, allá por 2015, en el programa Hora Clave se presentaba como si recitara su curriculum en una entrevista laboral: «Soy Javier Milei, economista jefe de la Fundación Acordar, tengo 50 artículos presentados, 6 libros, más de 100 notas de divulgación». Poco a poco, esas apariciones fueron dando paso a la construcción de un personaje. Eliminó su segundo nombre –Gerardo– y descubrió que el factor emocional, la invención de un chivo expiatorio –la «casta»– a quien atribuirle la causa de un malestar social creciente rendían mejor que cualquier otra estrategia en términos de likes, seguidores y votos.
Si le quedaran pocas horas de vida, Javier Milei haría tres cosas: estar con sus hijitos, con su hermana Karina y leer economía. Sus hijitos –aclara– tienen cuatro patas. Su hermana es «un ángel, ser más maravilloso del universo». La economía, Karina y sus perros son las únicas cosas que ama. Aunque dice sentir «cierto afecto» por algunos seres humanos, no concibe lazos más fuertes que el interés. Los límites de su mundo son los límites del mercado. Y en su tenebrosa utopía mercantil, todo puede comprarse y venderse, hasta los órganos o los niños.
Triste, violento, siempre al límite del desborde, allá va el Capitán Ancap con su motosierra –tal el nombre del programa económico que acaba de presentar–, dispuesto a arrasar con aquello que, a los ojos del mercado, sobra en la sociedad.