De cerca

Raíz con vuelo propio

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Daniel «Pipi» Piazzolla ganó el Gardel de Oro con Escalandrum, por un trabajo que homenajea a su abuelo Ástor. Habla de su herencia musical, de su pasión por el jazz y de su nuevo disco.

 

Llueve a intervalos. En el barrio de Coghlan, Daniel Pipi Piazzolla abre la puerta del edificio donde vive con su mujer escultora, sus hijos y una gata negra de pelaje lustroso, que se empeña en captar la atención de su amo. Él tiene 40 años, barba, pelo castaño y unos ojos saltones que le dan un aire a su abuelo. Viste remera de manga corta, jeans y zapatillas y, pese a su apariencia informal, se nota que le gusta tener las cosas bajo control. Por ejemplo, el tiempo: nada de andar desperdiciándolo.
Mientras habla, golpetea la mesa con los dedos, como marcando el ritmo de lo que dice. Quizá no puede evitarlo. Es baterista, y no uno cualquiera. Uno de los mejores del país, según sus pares, reconocido unánimemente por su ductilidad estilística. Ástor no esperaría menos. El genial autor de «Adiós Nonino» está presente entre las paredes del living, en los cuadros que pintó Dedé Wolf, su primera mujer, con la que tuvo sus únicos hijos: Daniel, el papá de Pipi, y Diana. En una de las pinturas aparece tocando el bandoneón, totalmente entregado a su instrumento. «Mi abuela siempre lo incluía en lo que hacía», comenta.
Pipi acaba de lanzar Vértigo, el séptimo álbum del sexteto de jazz Escalandrum, uno de los grupos más consolidados del género en el país, que él lidera hace catorce años. El nombre de la banda es una mezcla de «escalandrún», tiburón argentino que el baterista solía pescar en familia, y «drum», o sea, «tambor» en inglés. Una fusión que también se refleja en la música, ya que esta se nutre de otras vertientes: cuecas, chacareras, tango, zambas.
A poco de presentarlo en La Trastienda (el próximo 29 de junio), Vértigo tiene un sabor especial para la agrupación: se trata del primer álbum que grabaron en vivo. Fue en diciembre pasado, durante dos presentaciones en Boris Club. «Es toda música original de Nicolás Guerschberg (piano) y Damián Fogiel (saxo tenor). Yo compongo para mi otra formación, Pipi Piazzolla Trío. En Escalandrum toco y me encargo de arreglar», detalla el baterista.
La banda que completan Gustavo Musso (saxo alto y soprano), Martín Pantyer (saxo barítono, clarinete bajo) y Mariano Sívori (contrabajo), recibió un Konex 2005 como una de las «cien figuras más destacadas de la última década de la música popular argentina». Pero el logro más importante, hasta ahora, ha sido el Gardel de Oro de 2012 por su disco Piazzolla plays Piazzolla, que también fue nominado a los Grammy Latinos. Por primera vez, lo ganó un conjunto de jazz, ya que, normalmente, el galardón va a parar a manos de algún exponente del rock.
«Nosotros les ganamos a Babasónicos y a Miranda. En los Grammy Latinos, nos ganó Chick Corea. Bueno, perder con Corea no es cualquier cosa», dice Pipi, con un dejo de orgullo. «Es más fácil que ahora hable de nosotros la gente», agrega. Aparte de ser distinguido como Mejor Álbum del Año, en la entrega de los Gardel el disco también resultó premiado en los rubros Mejor Álbum de Jazz y Mejor Producción.
–¿Te costó la decisión de versionar a tu abuelo?
–Antes de Piazzolla plays Piazzolla, yo estaba en busca de un sonido más urbano para el conjunto, porque hacíamos mucho ritmos norteños, folclóricos, aunque todos los integrantes nacimos en Buenos Aires. Les decía: «Tenemos que hacer algo que suene más de acá». Entonces, en esa búsqueda apareció Piazzolla. Impregnarse de su estilo era algo obligatorio, porque mi abuelo fue el rey de la música de Buenos Aires. Y como sonaba tan lindo, decidí hacerlo. Fue algo que sorprendió a todos, porque nunca tuve intención de hacer cosas de mi abuelo.
–Fue un acierto.
–El resultado fue tan espectacular, que ya me puedo morir tranquilo. Es un disco que llegó muy alto y muy lejos. Piazzolla plays Piazzolla recibió excelentes críticas, les gustó a muchos músicos que tocaron con mi abuelo, como Horacio Malvicino y Fernando Suárez Paz. Se vendieron 10.000 copias, lo cual es muchísimo, porque un disco de jazz que vende bien suma 1.000 copias. Es lo primero y lo último que utilizo de mi abuelo. En ese sentido, Vértigo marca un cambio para el grupo, porque está ese sonido urbano que yo estaba buscando.
–A partir de este trabajo también hicieron presentaciones con Paquito D’Rivera.
–Tocamos con él en el Gran Rex en 2011. Y el año pasado repetimos en el club Birdland de Nueva York. Escalandrum comenzó a viajar en 2006. En 2011, con el disco hicimos una gira por Latinoamérica. Y en 2012 fuimos, además de Nueva York, a París, Roma y España. Con Vértigo haremos una gira por Israel, y otra desde Ecuador hasta Texas.
–¿Y cuáles son tus pretensiones con el grupo?
–Seguir tocando y seguir viajando. Nosotros somos amigos desde antes de la banda. Tenemos un camino personal y musical recorrido.

 

Fútbol, familia y jazz
Criado entre los pianos de cola de su papá –pianista y compositor– y las cámaras de su mamá –una fotógrafa italiana–, a los cuatro años Pipi ya «sacaba» la música de los comerciales que pasaban en la televisión. Por esa época, también asistía a sus primeros recitales: los del famoso Octeto Electrónico, en el que tocaban su abuelo y su padre. «Me acuerdo de imitar el bandoneón con las manos», cuenta.
Aunque estudió piano desde los 8 hasta los 12, el amor por la percusión le nació en la cancha: fue a los 14, mientras iba con sus amigos a ver los partidos de River Plate. «En ese tiempo la murga no se veía en todos lados y era una buena oportunidad de tomar contacto con el ritmo», recuerda. Luego, en un recital de Rod Stewart, le impactó tanto el sonido de la batería, que decidió tomar clases.
–¿Fue tu abuelo quien te regaló tu primera batería?
–Yo llevaba un año juntando plata, no había hecho ni 100 dólares. Un sábado, mi abuelo me llevó al cuarto en el que hacía sus ensayos y me dio un sobre abultado. Eran 1.400 dólares, en billetes de 10 y de 20. Tuve que esperar hasta el lunes para poder ir a comprarla. No sé cómo hice: caminaba por las paredes. Hasta ese día, ensayaba con las guías telefónicas.
–¿Piazzolla era jodido en serio o tenía mala fama?
–Era jodido de verdad. No conmigo, con otra gente. Con mi papá llegó a estar ocho años peleado. No se hablaban. Mi abuelo «prepoteaba». Se había criado entre las pandillas de Nueva York. Cuando revolucionó el tango, le dijeron de todo. Él andaba siempre a la defensiva o agredía verbalmente. Con sus enemigos era fiero.
–¿Sufriste mucho el peso de su figura o más lo sufrió tu papá?
–Yo he hecho toda la vida música, por suerte. Mi papá estuvo condicionado por las cosas que decidía mi abuelo. Se fueron a Nueva York, se suponía que mi papá iba a ser un gran concertista, pero a mi abuelo le fue mal económicamente, y no pudo pagarle las clases. Después, mi papá enganchó con la Fuerza Aérea estadounidense: se postuló y lo aceptaron. Tuvo compañeros que estuvieron en Vietnam. Él se tuvo que volver a Buenos Aires, porque su papá volvió, y estaba como sin rumbo. Mi viejo hizo de todo: trabajó como mecánico y puso Lo más Pancho, el primer restorán de Las Cañitas. Dejó la música, pero no por el peso del apellido, sino por querer hacer otra cosa.
–¿Él te motivó para que estudiaras en los Estados Unidos?
–No, yo decidí irme a estudiar al Musician Institute de Los Angeles. Mandé un cassette y me aceptaron. Mi viejo hipotecó la casa. En realidad, me impulsó un mal rato. Mi maestro, Rolando Oso Picardi, me pidió que lo reemplazara en un ensayo. Yo sabía leer partituras, pero las de una orquesta tienen una escritura distinta: no entendía nada. Y los otros músicos me trataron mal. Entonces me frustré mucho, porque no podía leer. La pasé tan mal, que me olvidé del bombo. Me fui a Estados Unidos porque necesitaba aprender eso en lo que me había ido tan mal.
–¿Es cierto que tu presentación en la clase fue un poco bochornosa?
–El profesor pasó lista y preguntó algo en inglés que no entendí. Hablaba muy mal entonces, después aprendí. Un compañero me tradujo: «Pregunta si sos pariente de Piazzolla». «Sí», respondí, «soy su nieto». El profesor estaba tan entusiasmado que hizo que toda la clase me hiciera una reverencia: me alababan. Esa fue otra razón para ser más competitivo. Yo había quedado en la clase de los mejores, éramos 70, pero de ser el último de la clase pasé a que me eligieran «mejor baterista de ritmos latinos» en un año. Tenía profesores como Joe Porcaro, padre del baterista de Frank Zappa, y Ralph Humphrey, que también tocó con Zappa en los 70. Estudiaba 17 horas diarias. Paraba para almorzar. Dormía 4 horas. Ahí fue la primera vez que sentí eso del apellido, pero como motor.
–¿Nunca te pesó negativamente?
–La única vez que lo sentí como algo negativo fue en algún show importante. Me molesta tocar a Piazzolla con otros artistas, que no son de mi grupo. O porque quieren hacerlo igual a él, algo que es imposible, o porque lo hacen de una manera que a mí no me parece. Pero entonces yo estoy como «sesionista» y no opino. Evito tocar con otra gente, salvo si está bien hecho.
–¿Cuándo te diste cuenta de que tu abuelo era un «grosso»?
–Desde el principio, porque a mi abuelo le hacían entrevistas: salía en diarios y revistas. Él no podía ir a tomar un café a un bar y estar tranquilo. Había incomodidad, porque lo reconocían. Nos pasó, con mi hermana Daniela, de andar con él y que no le cobraran la cena o el taxi. También había gente que lo insultaba.
–¿Y cuándo fue que lo descubriste musicalmente?
–Cuando viví en Estados Unidos. Fue, a la distancia, volver a mi país y a mi abuelo. Allá me sentía solo. Tenía un cassette: Concierto para bandoneón y orquesta. Lo escuché mucho. Y claro, escuchar a Piazzolla era como estar de vuelta en Buenos Aires.
–¿Te dio consejos musicales?
–Me dijo que estudiara con los mejores maestros, que fuera a la raíz de lo que quería hacer, que practicara todo el día y que no me conformara con lo establecido, que integrara grupos de vanguardia.
–¿Por qué elegiste el jazz?
–Como muchos músicos jóvenes de hoy, empecé tocando rock. Oso Picardi me regaló música de Miles Davis y de Dave Brubeck Quartet, y entonces me pareció que el jazz era lo máximo. Si quería ser un buen baterista tenía que tocar jazz, ir a la raíz del estilo, como me dijo mi abuelo, porque la batería se inventó con el jazz.
–¿Algún ídolo?
–Philly Joe Jones y Tony Williams, los dos tocaron con Miles Davis.

 

Vida casera
Aparte de la música y de los partidos de River, la otra pasión de Piazzolla es estar en familia. Sus hijos ya siguen sus pasos, musicalmente hablando. Mora canta, toca la guitarra y se prepara para estudiar piano en el Conservatorio. Y, para Lorenzo, hay una pequeña batería en un rincón del living. «Es inevitable», dice el padre, «siempre están rodeados de música».
En su casa, donde tiene su estudio, también da clases particulares desde hace 20 años, la misma cantidad de tiempo que lleva sobre los escenarios. El año pasado editó el libro Batería contemporánea. «Con la docencia uno aprende un montón, porque lo que le muestra a sus alumnos tiene que estar súper pulido», comenta.
Pipi integró el quinteto de Lito Vitale varios años. Además, ha colaborado con muchos artistas de jazz y de otros géneros, como Guillermo Klein, Pablo Aslan, Pedro Aznar, Fito Páez, David Lebón, Fabiana Cantilo, León Gieco y Gloria Stefan. En 1996 rindió tributo a su abuelo como parte de Astortango, al lado del Octeto Piazzolla, y de Chick Corea, Gary Burton y Danilo Pérez. Con Escaladrum también homenajeó a su abuelo, en distintos momentos: el año pasado, por caso, al cumplirse 20 años de su muerte.
–¿Lo seguirán haciendo?
–Claro, los seguiremos tocando según la situación.
–¿Creés que Las estaciones porteñas de tu abuelo logren alguna vez el alcance de Las cuatro estaciones de Vivaldi?
–Están cerca. ¡Ojalá!
–¿Qué sentís cuando escuchás la música de Ástor?
–Siento que estoy escuchando la mejor música del mundo, porque me emociona siempre.

Francia Fernández
Fotos: Jorge Aloy

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