Niños, no soldados

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Utilizados por gobiernos y grupos militares para diversos fines, más de 300.000 menores en el mundo toman intervención en conflictos bélicos. Derechos vulnerados y secuelas de un drama sin fronteras.

 

Límite. Menores del grupo rebelde Cobra, en la localidad de Pibor de Sudán del Sur, en un operativo de desarme. (Lomodong/AFP/Dachary)

Sus juguetes no son autitos, ni muñecos del Hombre Araña, ni bicicletas, ni pelotas de fútbol, ni consolas de juego. Sus juguetes son pistolas reales, ametralladoras, machetes y cuchillos. Así transcurre la infancia y adolescencia de cientos de miles de chicos que, en varias partes del mundo, son reclutados para tomar parte en conflictos armados de diversa intensidad.
«Nos adiestraban para disparar apuntando al corazón o a los pies. Antes del combate, teníamos que comer arroz mezclado con un polvo blanco y una salsa con un polvo rojo. También nos ponían inyecciones. A mí me pusieron tres. Después de esas inyecciones y de comer el arroz mezclado con el polvo, me convertía en un vehículo de motor, podía hacer cualquier cosa por mis dueños. Veía a nuestros enemigos como si fueran perros y lo único que había en mi mente era disparar contra ellos», tal es el crudo testimonio de un niño de 16 años, combatiente en un grupo rebelde del norte de Mali, en África Occidental, donde desde 2012 existe una contienda bélica contra el gobierno de facto por el control del área conocida como Azawad, reclamada por separatistas tuareg.
Cada 12 de febrero se conmemora en todo el mundo el Día Internacional contra el Uso de Niños Soldado, ya que ese día de 2002 entró en vigor el Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos de los Niños, el cual –entre otras cosas– prohíbe a gobiernos y grupos armados reclutar niñas, niños y jóvenes menores de 18 años para utilizarlos en conflictos bélicos. De todos modos, existe la posibilidad de que los países enrolen en sus ejércitos regulares a jóvenes de más de 16 años con la condición de voluntarios.
Si bien más de 100 Estados ya ratificaron el Tercer Protocolo Facultativo (la Argentina entre ellos), son numerosos los países en los que se sigue utilizando a niños como soldados.
El pasado 20 de enero, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y de la Misión de la ONU (UNAMI), denunció en un informe que Estado Islámico (EI) ha secuestrado cientos de niños en la región norte de Irak y que, cuando se niegan a luchar en el frente de batalla, son sometidos a azotes, abusos y tormentos, y que, aquellos que huyen en las contiendas, directamente son asesinados. Incluso muchos niños son adiestrados para llevar a cabo ataques suicidas. «Estos actos –denuncia el organismo– pueden suponer en algunos casos crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y posible genocidio».
A comienzos de marzo de 2015 la ONU había lanzado una campaña global con el objetivo de poner fin al reclutamiento de menores por parte de grupos armados o ejércitos involucrados en conflictos. Situación en la que al día de hoy se encuentra una veintena de país. De ellos, según se desprende de un informe del secretario general Ban Ki-moon, seis ya han firmado documentos con la ONU comprometiéndose a terminar con la presencia de niños en sus ejércitos (Afganistán, Chad, Myanmar, Somalia, Sudán del Sur y la República Democrática del Congo); en tanto que otros dos (Yemen y Sudán), solo han expresado hasta ahora su compromiso a actuar con el mismo objetivo. Sin embargo poco después, el 15 de marzo, UNICEF denunció públicamente que en el conflicto armado de Sudán del Sur se había detectado «un alarmante aumento en el reclutamiento de niños soldado».

 

Crímenes de guerra
La campaña de la ONU lleva por nombre «Niños, no soldados» y en el mensaje de apertura –leído en Nueva York por su Representante Especial para la Cuestión de los Niños y los Conflictos Armados, Leila Zerrougui– Ban Ki-moon enfatizaba: «Todos los niños merecen protección, no explotación. Deben estar en la escuela y no en el ejército y grupos combatientes. Los niños deberían estar armados con bolígrafos y libros de texto, no con pistolas». El secretario general del organismo internacional también urgía «a todos los gobiernos afectados, a las organizaciones regionales y no gubernamentales que trabajen con la ONU para intensificar los esfuerzos encaminados a alcanzar nuestra meta de que en 2016 ninguna fuerza gubernamental use niños».
El último informe publicado por la ONU respecto a los niños y los conflictos armados, que data de julio de 2015, proporciona más información sobre la campaña «Niños, no soldados». Allí se denuncia que «la violencia extrema fue una característica prevalente de los conflictos en 2014 y continuó en 2015. Esto dio lugar a un aumento drástico de las violaciones graves de los derechos de los niños, que se vieron afectados de manera desproporcionada y fueron a menudo el blanco directo de los actos de violencia». Según el reporte, «los incidentes de secuestros de niños aumentaron significativamente y fueron perpetrados cada vez más a gran escala por grupos extremistas. En Irak y la República Árabe Siria, por ejemplo, más de 1.000 niñas y niños fueron secuestrados por Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIs). En un incidente ocurrido en Alepo (República Árabe Siria), el ISIs secuestró a aproximadamente 150 adolescentes varones que se dirigían a sus hogares después de rendir los exámenes escolares. Estos se sumaron a los numerosos secuestros en masa cometidos durante los últimos años por el grupo Jama’atu Ahlus-Sunna Lidda’Awati Wal Jihad, más conocido como Boko Haram, en el noreste de Nigeria. En muchos otros conflictos también se cometieron secuestros, en particular en Afganistán, República Democrática del Congo, Somalia y Sudán del Sur».

 

Efectos nocivos
El uso militar de niños no es nuevo y a lo largo de la historia de la humanidad los menores siempre se han visto involucrados, en forma directa o indirecta, en conflictos bélicos. Es bueno recordar que, empuñen o no las armas, en todos los casos, un menor siempre participa en calidad de víctima. Aquellos que pasan a integrar una fuerza armada a menudo son obligados a colocar explosivos, aprender a disparar armas de todo calibre, realizar ejercicios de entrenamiento extenuantes y en algunos casos, para «templar» su carácter, a asesinar a familiares o conocidos. Aunque luego el conflicto termine o logren reinsertarse en la sociedad, las secuelas físicas y psicológicas que padecerán estos niños a lo largo de toda su vida son gravísimas.

Ban Ki-Moon. Campaña de la ONU
contra el uso militar de niños.
(Naciones Unidas)

En el marco de la citada campaña, UNICEF emitió un comunicado en el que estima que cerca de 300.000 niños y niñas de menos de 18 años participan en unos 30 conflictos bélicos en todo el mundo. Claro que no siempre cumplen la función de soldados en el sentido de portar un arma y dispararla contra otros seres humanos, sino que son usados con diversos fines, algunos más «soportables» –como cocineros, mensajeros o porteadores– y otros literalmente infames, como el de convertirse en esclavos sexuales.
A la mayoría de ellos se los recluta por la fuerza, otros directamente son secuestrados y alejados de sus familias por mucho tiempo (o incluso hasta que son adultos y recién ahí pueden escapar) y otros acceden voluntariamente a ingresar a las milicias por las más diversas razones. Muchos niños se ven empujados a enrolarse en algunos de los diversos grupos armados que hay en el mundo debido a las condiciones de pobreza en las que viven sus familias, o porque ésta prácticamente
se disgrega y quedan en la calle desamparados, sin padres, ni asistencia social ni alimentaria ni de salud. Algunos chicos también se suman a los grupos armados llevados por un sentimiento de venganza, pues muchos han visto morir a padres y hermanos a manos de tropas enemigas, sean del bando que sean.
A la hora de recuperarlos, uno de los mayores problemas que se presenta es que quienes  reclutan menores suelen ser grupos armados no gubernamentales, lo cual dificulta la posterior identificación de los niños que son llevados a los campamentos, muchos de los cuales, para empeorar la situación, se encuentran en lugares de difícil acceso.
Además de los países citados por la ONU, Amnistía Internacional presentó en febrero de 2015 un documento en el que eleva a unos 20 los Estados que no respetan el acuerdo global, sumando así a Colombia, Costa de Marfil, Filipinas, India, Irak, Líbano, Libia, Mali, Pakistán, República Centroafricana,
República Árabe Siria, Tailandia y Yemen. También hay muchos otros que no figuran en esta lista porque ya han concluido sus conflictos –algunos recientemente– cuyas secuelas sobre la infancia todavía se hacen sentir.

 

Máxima responsabilidad
Según la ONU existen 51 grupos armados –de diferentes ideologías– que incorporan menores a sus filas, entre los más destacados están: Estado Islámico (Oriente Medio), Seleka y Antibalaka (República Centroafricana), Al Shabaab (Somalia), Boko Haram (Nigeria) y en América Latina las Fuerzas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo. Sin embargo, este último grupo se comprometió públicamente a no reclutar menores de 17 años, tal como se había pactado hace dos años en los diálogos de paz con el gobierno de Colombia que tuvieron lugar en La Habana, Cuba. Dicen en su comunicado: «Las FARC, estimando además la necesidad de brindar de manera ostensible medidas de desescalamiento del conflicto que aceleren la marcha hacia la paz, anuncian al país y al mundo que, tomando en cuenta el Protocolo Facultativo del año 2000, anexo hoy a la Convención de los Derechos del Niño, deciden no incorporar, en adelante, menores de 17 años a las filas guerrilleras, al tiempo que expresan el anhelo de poder alcanzar pronto un acuerdo de paz con justicia social».
Seguramente se necesita más que una resolución de la ONU y una campaña mundial para cambiar el destino de los miles de niños sometidos a esta injusticia. Son aquellos que ejercen cargos dirigenciales en los Estados
los responsables de acabar con este flagelo creado por los adultos para un mundo de adultos y que terminan padeciendo los niños.
Estos cientos de miles de menores han perdido su infancia y ya nunca más podrán recuperarla. Quizás haya llegado el momento de, por lo menos, hacer los máximos esfuerzos por
reinsertarlos en la sociedad, devolverles su voz hasta ahora silenciada y también algo de la alegría que como niños merecen.

M. T.

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