7 de marzo de 2023
Estudiante y efectivo de la policía porteña, en febrero de 2019 salió con su arma, compró una pala y no fue visto nunca más. Las sospechas de encubrimiento.
Denuncia. Legisladores del Frente de Todos y familiares reclamaron por el esclarecimiento del caso.
Foto: Télam
Corría el 5 de octubre de 2016 en el playón del Instituto Superior de Seguridad Pública (ISSP). Allí se desarrollaba la presentación de la Policía de la Ciudad, y Horacio Rodríguez Larreta sonreía de oreja a oreja.
Tal vez su gesto fuera observado por un efectivo de la flamante fuerza, quien, con otros 40, permanecía junto al palco en perfecta formación.
Se trataba del oficial Arshak Karhanyan.
Corría el 24 de febrero de 2023 cuando los canales de noticias emitían el spot con el que Larreta oficializaba su ensoñación presidencialista. Ante la cámara, el alcalde de la CABA sonreía otra vez de oreja a oreja.
Pero Karhanyan no estaba entre los televidentes. Es que, exactamente cuatro años antes, había desaparecido. Nunca más se supo de él.
El caso no pasaría desapercibido. Tanto es así que su madre, Vardush Datyvian –a quien llaman Rosita– fue recibida en la Casa Rosada por Alberto Fernández e, incluso, el papa Francisco la llamó por teléfono para expresarle su solidaridad. En cambio, pretextando razones de agenda, Larreta se negó una y otra vez a concederle audiencia. Notable.
Pero vayamos por partes.
La breve biografía de Arshak –de 28 años cuando fue visto por última vez– señala que había nacido en Armenia; que llegó en 1997 a Buenos Aires con su familia –compuesta por Rosita y su hermano Tigran, dos años mayor–; que ingresó a la Policía Metropolitana en 2015; que después de su fusión con la estructura capitalina de la Federal para conformar la Policía de la Ciudad, él –como ya se sabe– pasó a sus filas; que, en paralelo, estudiaba Ingeniería de Sistemas en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y que vivía solo en un pequeño departamento alquilado del edificio de la avenida Directorio 965, en el barrio de Caballito.
Pues bien, exactamente a las 12:46 del 24 de febrero de 2019 llegó allí el oficial de la policía porteña Leonel Herba.
Arshak, en vez de hacerlo pasar, lo atendió junto al portón del edificio. Ellos habían compartido tareas en la División Exposiciones de esa fuerza y mantenían un vínculo de amistad.
En este punto es necesario reseñar el breve, pero accidentado, paso del joven desaparecido por la mazorca larretista. En razón de sus conocimientos informáticos fue a parar al área de Cibercrimen, donde llegó a intervenir en un peritaje vinculado con la causa por la muerte del fiscal Alberto Nisman. Luego fue enviado a Exposiciones, abocada a la realización de pesquisas delictivas. Pero en los primeros días de ese año fue súbitamente trasladado a la comisaría vecinal 7B, de la calle Valle 1454. Un destino –diríase– de castigo, puesto que sucedió tras un entredicho con un comisario. ¿El motivo? Una versión policial jamás confirmada habla de un «error en el acta por el robo de un celular». Sin embargo, Arshak nunca se refirió a tal cuestión ante Rosita o Tigran, aunque a raíz de de su nueva etapa laboral se lo veía alicaído y nervioso.
Desde entonces solo habían pasado unos días, cuando Herba acudió al edificio de la calle Directorio.
Su encuentro con Arshak junto al portón –que duró 37 minutos, hasta las 13:23– fue registrado por una cámara de seguridad, pero sin sonido.
En ese momento comenzó la cuenta regresiva del misterio.
Ahí se lo ve al visitante extendiendo su celular para que Arshak mire y escuche algo; él lo hace de mala gana. Pero ese «algo» parece intranquilizarlo. Luego, ambos se enfrascan en una larga conversación. Se los ve incómodos y tensos. Gesticulan. Y miran hacia los costados, sin dejar de hablar. Hasta que, con un frío cabeceo por despedida, Arshak regresa al edificio.
Aquella misma cámara, a las 14:20, graba su salida a la calle. Llevaba su pistola, su credencial de policía y su billetera –con una tarjeta de débito–, pero no su celular (tal vez porque pensaba regresar rápidamente).
Otras cámaras captaron sus pasos; a saber: su caminata hacia la estación Primera Junta del subte –donde extrae 2.000 pesos de un cajero automático–; su ingreso, once minutos después, al supermercado Easy de Rivadavia 575; allí compra una pala de punta –¿para qué la querría?–; después se lo ve al salir del local con ese objeto en la mano, antes de guardarla en su mochila; recién entonces dobla en dirección a Primera Junta; pero, de pronto, se detiene; mira en derredor como buscando a alguien y, finalmente, gira sobre sus talones para dirigirse a la calle Paysandú.
Aquel es el último fotograma que se tiene de él.
Para la querella –Rosita y Tigran, patrocinados, primero, por el doctor Juan Kassargian y, después, por el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Mariano Przybylski–, tal sucesión de imágenes lo convierten a Herba en el sospechoso inicial del caso.
En su declaración testimonial ante el juez Alberto Baños, supo justificar su visita a Arshak con elocuencia:
–Estaba por comprar un auto. Hablamos de modelos y precios, además de mostrarle un video referido al tema, que tenía en mi celular.
El juez entonces quiso que le mostrara ese video.
–Vea, doctor, yo borro automáticamente todo lo que tengo en el teléfono para evitar problemas con mi pareja, que es muy celosa.
Baños le creyó, pero no sin ordenar la intervención de su línea.
Grande sería su sorpresa cuando, semanas después, fue interceptada la voz de esa mujer –apellidada Soto– diciéndole, entre insultos, al novio: «A vos te buscan por hacer desaparecer gente, y yo no te voy a cubrir más».
La siguiente en declarar fue la señorita Soto, quien relativizó sus dichos con un argumento de peso: «Cuando estoy enojada digo cualquier cosa».
Baños también le creyó a ella.
El juez aún hoy instruye el expediente con la carátula de «averiguación de ilícito», y no como una «desaparición forzada», tal como exige la querella.
Para colmo, delegó la investigación en la Policía de la Ciudad. A todas luces, no fue una de sus mejores ideas (¿o sí?).
Cuando Tigran entregó el teléfono celular y la computadora de Arshak, a Cibercrimen de esa fuerza, sus peritos resetearon ambos aparatos, borrando así cualquier evidencia que se hubiera podido obtener.
Todo indica que también fueron eliminadas de manera intencional las imágenes de 49 cámaras distribuidas a partir del trayecto que Arshak hizo tras encarar hacia la calle Paysandú. La excusa policial fue la «rotura del servidor» que las atesoraba en el Ministerio de Seguridad.
Lo cierto es que el presunto encubrimiento de los uniformados revolotea alrededor del caso como un fantasma apenas disimulado.
Y con una estrategia infalible: el tiempo que pasa es la verdad que huye.