Humor | POR RUDY

Amores en conflicto

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Tarde primaveral en el hemisferio norte. Aquí en cambio, en este sur que también existe, Rebequita y Tobías merendaban mientras las hojas caían y los precios subían.
–Tobías de mis embutidos agroecológicos, ¿te parece bien si pedimos un tostado de jamón y queso, que nos gustan mucho y de alguna manera se ajustan a nuestro estatus social de clase media acomodé… a como dé lugar?
–Mirá, Rebequita de mis saldos y retazos: en principio, no me parece ni bien ni mal. De acuerdo con mis criterios gustativos, no solamente estaría de acuerdo con que lo pidieras, sino que duplicaría la apuesta y pediría dos, bien cargados, y con un toque de morrón que de alguna manera simbolice la movilidad social ascendente. Si lo analizo desde un punto de vista salarial personal, te diría que pidas medio sanguche, de queso solo, sin tostar, y con la gratuita compañía de un vaso de agua. Pero si pudiera determinar la calidad de tu deseo desde un tono más emotivo-afectuoso, te diría que pidas ese sanguche, pero que se lo pidás a los Reyes Magos, porque quizás, aunque sea entre los tres, puedan pagarlo.
–Ay, Tobías, no seas miserable, es solo un pancito, con jamón y queso a discreción, sometido durante unos minutos al fuego purificador de la tostadora, y servido luego sobre un plato acorde con la circunstancia.
–¡Jamás podría haber descrito mejor la coyuntura, Rebequita de mis ansias rectosigmoideas! Mi deseo es afín y concomitante con el tuyo. Pero ocurre que, al parecer, otros mecanismos mueven los hilos de esta realidad, ya que el pan relleno referido, cobra, al llegar a nuestra mesa, la característica de una mercancía exquisita, exótica, rara, preciosa, única y extraña y aterradoramente cara.
–¿Qué querés decir con eso, Tobías de mi alma nublada y con posibilidades de precipitaciones al mediodía?
–Pues que el otro día atiné a pedir yo una porción de tostadas… Eran tres rodajas de pan, acompañadas por un producto blanquecino compatible con queso, y otro rojizo confundible con alguna clase de mermelada. Inocentemente ingerí el contenido de lo que me fue servido y, a la hora de pagarlo, ¡la cuenta ascendía al mismo monto que el de tres jubilaciones mínimas! ¡Una jubilación por cada rodaja de pan, Rebequita!
–¡Qué horror!
–Y peor aún, dado que estaba allí solo, y no tenía tres jubilados a mano a quienes pedirles que me facilitaran sus haberes mensuales, tuve que enfrentarme a mi condición y pagarlas de mi propio pecunio.
–Bueno Tobías, ahora no estás solo, afrontaremos juntos el tostado, ¡unidos venceremos, lo vamos a lograr!
Evidentemente, las utopías no son lo que eran.

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