19 de junio de 2013
En los últimos cinco años, la apasionante existencia de la pintora mexicana revive en piezas de danza y teatro. Un boom internacional que se replica en el país.
Cuando en 2002 se estrenó Frida, protagonizada por Salma Hayek, la moda en torno a Frida Kahlo ya estaba instalada en gran parte del mundo. La difusión masiva de la pintora mexicana había despuntado con otro film: Naturaleza viva, de 1984. A pesar de lo anterior, fue en los últimos cinco años cuando el «boom Kahlo» estalló.
La tortuosa y apasionante existencia de Kahlo fue breve (1907-1954), pero dio pie a abundantes biografías, interpretaciones y merchandising. Su poliomielitis infantil, su accidente en un bus, sus más de 30 operaciones, su matrimonio con el muralista Diego Rivera, su conexión con las vanguardias artísticas, su filiación comunista y su barroca estética personal, son sólo algunos de los atractivos que la posterioridad destacó, a través de ensayos, literatura, canciones y películas.
El mundo escénico en general y la danza en particular pusieron una atención especial en su figura. Hay ejemplos dispersos en numerosos países: el coreógrafo español Enrique Gasa Valga hizo Frida Kahlo. Pasión por la vida, en Austria; su colega Michelle Manzanales estrenó Paloma querida en Estados Unidos; mientras que en Latinoamérica se multiplicaron proyectos similares, el ruso Boris Eifman anunció que está armando una nueva obra basada en la artista mexicana.
En Argentina también hay Kahlo por doquier. Ya en 2008, por caso, Claudia Ganquin y Andrea Briceño habían hecho La dolorosa en Neuquén. La misma provincia donde la cubana Alainne Pelletier estrenó Frida. En la ciudad de Buenos Aires, por su parte, subieron a escena Su Frida. Viva la vida, de Teresa Duggan, y Pies pa’ volar, de Analía González. El actor, director y transformista Marcelo Correa armó su personaje de Frida, que debutó en Mar del Plata y este año arribó a suelo porteño en el marco del music hall Marabú. El ejemplo más reciente es Frida. Entre lo absurdo y lo fugaz, de Carla Liguori, que reúne a 40 artistas sobre el escenario del Teatro La Comedia.
La obra de Duggan, Su Frida. Viva la vida, se estrenó en 2007 en el Centro Cultural de la Cooperación. Y, desde entonces, suma más de 100 funciones con su paso por sitios como San Martín de los Andes, Formosa, San Juan, Chaco y Ciudad de México. Ya tiene confirmadas dos fechas (domingo 21 y 28 de julio) en la sala Timbre 4. La coreógrafa cuenta qué atributos de Kahlo la motivaron: «Su sensibilidad, su inteligencia, su coraje, su fuerza de voluntad, su mundo interior, sus ganas de vivir a pesar de todo, su transformación del dolor en arte». Y agrega: «Tomé una Frida puertas adentro, a partir de sus vínculos más cercanos, de su parte niña que nunca la abandonó, de su hermana Cristina y Diego Rivera. Así surgió un universo con erotismo, surrealismo y fantasía».
Además del éxito que obtuvo en sus 7 temporadas porteñas, Pies pa’ volar también fue montada en Chile. «Conocí a Frida a través de sus pinturas. Leí todo lo que tuve al alcance y supe que quería llevar su imagen, su esencia, su belleza y su lucha al escenario. Decidí irme a México, y el viaje se tornó revelador», dice la coreógrafa Analía González. «No quería hacer una obra biográfica, sino tomar los aspectos que la convirtieron en un ícono cultural, hablar del amor desmedido, de la infertilidad y de su rol sociopolítico».
Para Marcelo Correa, la pintora «es una de las mujeres del arte más importantes de los últimos tiempos, una figura emblemática, controvertida y vanguardista. Lo principal en ella es su paleta de colores, por eso pensé que el intérprete debía ocultarse y dejar que sólo se viera la cara de ella. Entonces creé un diálogo lleno de desparpajo, entre su famoso autorretrato, Diego Rivera y Chavela Vargas. Esa es para mí es la Frida auténtica, la que se pintaba. No la que hizo Salma Hayek, que es una caracterización».
En cambio, Liguori afirma que para componer el musical Frida. Entre lo absurdo y lo fugaz no se basó tanto en su pintura sino en su personalidad. «Me sentí reflejada en su lucha, no tanto en su obra, que sí consideré pero como el lugar donde plasmó su vida. Con este espectáculo queremos mostrar una Frida que no es un dios, sino una mujer que pasó por lugares de dolor: queremos mostrar teatralmente a la persona detrás de la pintora».
Pese a los esfuerzos de revisar honestamente su vida, mito y moda parecen ser condimentos que difícilmente se puedan evitar. Duggan reconoce: «Frida, como el Che, está en remeras, tazas, carteras. Me gusta, me divierte, lo consumo y, a la vez, su imagen me lleva a un lugar muy profundo». González concluye: «A Frida no le hubiese gustado verse estampada en unas zapatillas, pero su familia ha vendido los derechos de su imagen. Todo tiene su pro y su contra. La moda puede instalar la curiosidad. Lo bueno sería que el que porta una remera o una cartera sepa por qué lo hace, quién fue ella. Así se van abriendo caminos, porque conocer la historia nos construye como personas».
—Analía Melgar