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Agua y luz en la expresión

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Viviana Vallejos

Intergaláctico
Gyula Kosice
Malba

Luminosidad. El arte hidrocinético de Kosice se nutrió de métodos científicos.

Foto: Prensa

Se dice que Gyula Kosice (Ferdinand Fallik, 1924) llegó a Buenos Aires de su Checoslovaquia natal a los 4 años, y que la experiencia de ese viaje transatlántico a principios del siglo XX le dejó la imagen imborrable del agua, su movimiento y transparencia impregnado para siempre en su percepción sensible. 

«The water is me» (soy el agua), escribió dentro de un cartel de plástico en una de sus piezas ahora exhibidas en Malba. Esta muestra, curada por Mari Carmen Ramírez y María Amalia García, que se realiza a 100 años de su nacimiento, reúne más de 80 obras producidas entre 1950 y 1980, que destacan el carácter experimental de su trabajo.

Kosice es una figura emblemática de la vanguardia latinoamericana de la segunda posguerra, fue cofundador del grupo de arte constructivo rioplatense Madí (1946). Su obra central es escultórica, y su búsqueda estética se forjó a partir del uso de materiales industriales. 

En la entrada de Intergaláctico, una fotografía muestra al artista serio y concentrado, con ambas manos puestas en la construcción de una torre cristalina. En una de las salas, un documental lo capturó en un mameluco azul, mientras trabajaba en su taller: tiene una jeringa con la que inyecta el fluido translúcido que va a formar la burbuja de aire dentro de un trozo de acrílico. Su mesa de trabajo, saturada de herramientas, es una suerte de laboratorio científico.

Los procedimientos y métodos de la ciencia tienen un rol importante en la concepción del espacio de su arte hidrocinético. Accidentes de la materia, coloraciones lumínicas, fundición a altas temperaturas, utilización de matrices. Ingeniería, física y química asociadas en solidaridad. Plexiglás, metal, esferas y semiesferas, cilindros, tubos de gas neón, burbujas de aire, madera, aluminio, son algunas de las formas y materiales sobre los que vuelve a lo largo de su obra, además del agua y la luz, que son las herramientas de expresión que nuclean la totalidad de sus creaciones. 

Entre sus piezas hay lámparas fluorescentes, como las usadas en las antiguas marquesinas de teatros y cines. Formas abstractas y geométricas pensadas como cajas de acrílico llenas de agua o fuentes luminosas, «obras que relumbran desde su interior sin develar el enigma, aludiendo al brillo nocturno de las galaxias y las grandes ciudades», describen las curadoras. La gota, motivo que representó en numerosos trabajos figurativos de diferentes maneras y tamaños, aparece sobre una pared negra del museo: algunas de ellas con superficies rugosas, otras pulidas, incoloras, oscuras o rojas. En cada una, el color se forma por la filtración de la luz sobre la transparencia, y el líquido brota por acción de una bomba hidráulica o aireadora. El recorrido finaliza con una serie de tintas sobre papel, que son bocetos de La ciudad hidroespacial (1946-2004), una obra-proceso conceptualizada en manifiestos, poemas, dibujos, maquetas y fotomontajes que luego tomó la forma de la instalación que vemos en la última sala. Llegada desde el Museo de Bellas Artes de Houston (MFAH) y por primera vez en Buenos Aires, esta pieza es un universo del futuro con siete constelaciones que transporta a la humanidad en una estructura transparente ubicada a un kilómetro y medio de altura de la Tierra, movilizada por hidrógeno y oxígeno extraídos del vapor de las nubes.

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