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Cuentos de la periferia

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Hernán Carbonel

Caballo de verano
Hernán Ronsino
Eterna Cadencia
119 páginas

Voz propia. El autor mantiene una correlación de fuerzas entre el lenguaje y la geografía.

Foto: Alejandro Guyot

Hernán Ronsino ha creado con su novelística una voz genuina, reconocible, una prosa de respiración propia basada en el trabajo minucioso con el lenguaje, con lo poético moviéndose a través de lo narrativo, que oscila entre Haroldo Conti y Juan José Saer. Era evidente en la trilogía de La descomposición, Glaxo y Lumbre y, también, en Cameron y Una música.

Ahora llega el turno de un libro de cuentos en el que, una vez más, el lenguaje mantiene una correlación de fuerzas con la geografía: Chivilcoy y sus alrededores, la pampa húmeda bonaerense, el lugar de origen. «El pueblo, la experiencia, la memoria y un puñado de autores», según el mismo Ronsino escribió en uno de los artículos de Notas de campo. O lo que para Abelardo Castillo son las dos patrias de un escritor: la infancia y el lenguaje.

La geografía en Caballo de verano es el territorio periférico, los márgenes, los límites observados desde el lado de «afuera»: las avenidas de ingreso a una ciudad, las quintas, las chacras, los hornos, los molinos, un puente de ferrocarril, el río. Paisajes estancados que transportan, un espacio real a la vez que imaginario: Chacabuco Mechita, Moquehuá, Junín, «girasoles mirando el suelo, como animales con los cogotes degollados».

Ahí está entonces esa chica que vive en las afueras de un pueblo, huérfana de madre y apasionada por las telenovelas, que se ve envuelta en una oscura trama familiar simbolizada en los perros. Dos adolescentes que deben cuidar un caballo y que para eso atraviesan calles de tierra, se enfrentan a los abismos socioeconómicos, ponen en el desafío el sentido de la aventura en una calurosa tarde de verano. Una pareja unida por la mediocridad y el miedo al futuro («uno se va convirtiendo en un depósito que se llena de años»), atrapada en el silencio, las deudas y los ardores de una tarde de navidad.

En uno de los relatos toma la palabra alguien que escribe, a quien los años se le caen encima «como pájaros asustados», que se ve representado en Muerte en Venecia y carga con un secreto y una culpa indecibles. También un joven de alma policíaca, sumiso y entusiasta, que contempla sueños bélicos en el contexto de la dictadura y espera, ante el estallido de la guerra de Malvinas, por su oportunidad. Son personajes asentados en la firmeza de los detalles, esas pequeñas marcas que les otorgan identidad y, al mismo tiempo, muestran la fragilidad de su rumbo; resultan familiares en su singularidad y terminan inspirando cierta piedad por lo que los ata a sus circunstancias.

El tomo está dividido en dos partes, que juegan un doble juego: la primera, más pampera, más rural; la otra, más urbana; ciertos cuentos escritos más acá en el tiempo, otros de larga data. Ronsino incluso se permite la intertextualidad con personajes de sus otros libros: Leo Krause, el circo Papelito, Federico, el hijo del Bicho Souza. Con una variedad de enfoques estéticos, el autor siempre busca sustento en el clima, la tensión, lo sugerido, lo alusivo y lo elusivo, aquello que aún no tiene una denominación o, si la tiene, se evita nombrar.

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