12 de agosto de 2023
Después de sumergirse en la melancolía de su último disco, la compositora y cantante mexicana le dio rienda suelta a su personal relectura de la música latinoamericana.
Momentos. En una noche emotiva e intensa, la intérprete recorrió las piezas salientes de su repertorio con invitados como Kevin Johansen. (Fotos: Ignacio Arnedo/Prensa)
El vestido negro con el que Natalia Lafourcade sale al escenario del Movistar Arena parece tener las telas de todas las noches del mundo. Es inmenso y no la deja caminar en línea recta. Con movimientos planificados, llega a su pequeño jardín montado sobre el escenario. A la derecha tiene un vaso de agua, un velador y una silla. Desde ese rincón, la compositora y cantante mexicana se va a pasar más de una hora interpretando los temas de su nuevo disco, De todas las flores. Rota y desahuciada, va a ir reconstruyéndose a través del relato, de la vitalidad del canto y de la fortaleza de su espíritu. Y eso será tan solo la parte inicial de su primer show en el microestadio de Villa Crespo. Luego seguirán casi dos horas más: 25 canciones sostenidas por un sexteto profundo y lacerante.
Después de su tour en Estados Unidos, Lafourcade aterrizó directamente en Buenos Aires. Además de su fecha en Córdoba, le van a seguir Chile, Perú, Venezuela y Colombia. El tramo latinoamericano de la presentación de su nuevo disco de piezas inéditas. En 2018 tuvo una ruptura amorosa y abandonó los escenarios. Las canciones que produjo ese quiebre en su vida empezaron a salir con el tiempo en su refugio en Xalapa, Veracruz. Y así ocurre también en su recital. Además del relato dramático que construye desde sus movimientos y hasta la puesta visual, también respeta el hilo de la historia del álbum. Arranca y sigue igual: «Vine solita», «De todas las flores» y «Pasan los días».
Y así va a continuar. Hay solo dos cambios: saca de la lista «Que te vaya bonito Nicolás» e invierte el orden de «Muerte» y «Canta la arena».
La artista de Veracruz decide despedirse del martirio de la obra, hecha carne, con un desafío y un agradecimiento a la muerte. Finalmente se para y canta «Muerte», que dialoga directamente con la intención de «Gracias a la vida» (Violeta Parra), para luego tirarse y renacer. Es una performance oscura e intensa. Mientras la banda concluye, ella renace y deja atrás el velo negro. Da la sensación de que pasó por los cuatro discos de Musas (I y II) y Un canto por México (I y II) como una manera de doctorarse en la canción regional, de llegar al hueso de sus propios joropos, boleros, jarochos, rumba y hasta de la bossa nova. De todas las flores es el primer trabajo con temas nuevos desde hace siete años.
La noche se llenó entonces de invitados que Lafourcade dividió en términos estéticos. Primero llegó el momento del tango con «Alfonsina y el mar» y «Volver» junto a Adriana Varela. La cantora mexicana contó que una vez la escuchó en un bar pequeño de Chile y que desde ese día se hicieron muy amigas. Luego se mandó Mateo Sujatovich de Conociendo Rusia a hacer «Para qué sufrir» y en los dos últimos temas llegó el turno de Kevin Johansen. Fue un momento acústico en dúo, con el cantor metiendo buena mano en la guitarra para hacer «Tú ve» y «La fugitiva».
Por fuera del momento estremecedor que dejó la primera parte del show, Lafourcade se vio inmensa en momentos de «Tonada de luna llena» y «La llorona» por lo altivo y el brillo de su canto. Y la música total de su nueva agrupación más el swing de la mexicana se lucieron en su hit (ganador de un Grammy a mejor canción) «Hasta la raíz». Una composición definitiva para su repertorio y su carrera, que además llegó con un arreglo más caribeño y con mayor volumen de percusiones y diferentes coros juguetones. La artista arrancó su show con el corazón roto y terminó elevada por miles de flores que vieron una luz cegadora en su pecho, ahí donde también anida el mejor canto de las tierras mexicanas.
