3 de julio de 2024
De las mujeres
Susan Sontag
Debate
256 páginas
Estilo. La autora sorprende por la claridad y la rigurosidad de sus textos.
Dos cosas, por lo menos, llaman la atención en De las mujeres, compilación de ensayos de Susan Sontag (1933–2004), editada por primera vez en español por el sello Debate. Publicados entre 1972 y 1975, abordan temas desde una perspectiva de género que todavía resulta necesaria. Y, al mismo tiempo, ejercita la crítica cultural que ha renovado en el fundamental La fotografía o Contra la interpretación, vuelto uno de los faros de análisis sobre aquella época, convulsionada en términos artísticos y sociales, en Estados Unidos. En segundo lugar, sorprende la claridad con la cual, una vez más, analiza sin perder rigurosidad, pero escapándole a lo ríspido del tono académico.
En «Los dos cánones del envejecimiento», uno de los mejores del volumen, focaliza en la gerontofobia que, como otros tipos de discriminación, sufren más las mujeres que los varones. Allí cruza género y clase: «El envejecimiento también varía con arreglo a la clase social. La gente pobre parece vieja mucho antes que la rica». Y desmenuza estadísticas y elementos incorporados históricamente a nuestro sentido común. Desde el lenguaje, que nombra y produce realidades: una mujer que nunca se casó suele ser compadecida; se da por sentado que a nadie le pareció aceptable; al hombre soltero «se le juzga de un modo mucho menos burdo. Se da por cierto que, al margen de su edad, goza de una vida sexual». Que las mujeres estén divididas en «señoras» y «señoritas» y los hombres no, refleja la creencia de que la soltería es más decisiva para ellas. «Cuanto mayor es la diferencia de edad entre una pareja, es más evidente el prejuicio contra la mujer», escribe. «Todos saben que a los hombres les gustan las jovencitas (…) pero nadie “comprende” la situación inversa», completa.
Los estudios cuantitativos muestran cuántas más cirugías estéticas y tratamientos «antiedad» se producen entre las mujeres. Y la diferencia etaria sigue siendo tabú. «El envejecimiento es escaso motivo de preocupación entre niños y jóvenes», leemos. Y tiende a operar en favor de ellos pues su valor se establece más por su ocupación que por su apariencia, al contrario de lo que sucede con ellas.
En otros ensayos se pregunta por la naturaleza del mito de la belleza y por el lenguaje sexista, temas, una vez más, discutidos hoy. En su recorrido sobre la evolución de la esclavitud hasta su abolición arma una buena analogía con la emancipación de las mujeres y el rol masculino. «Ninguna clase dominante ha renunciado jamás a sus verdaderos privilegios sin oponerse a ello», apunta. Su perspectiva transversal abarca el plano económico de las desigualdades a lo largo de la historia: «Al igual que la revolución industrial indujo a la gente a replantearse la “naturalidad” de la esclavitud», la nueva era ecológica permite «reconsiderar la “femineidad” y la “masculinidad” como conceptos moralmente defectuosos e históricamente obsoletos».
En «Feminismo y fascismo» analiza piezas cinematográficas producidas durante el nazismo por la cineasta Leni Riefenstahl y, como si se tratara de un suceso recién acaecido, desmantela las noticias falsas sobre su figura. Las teorías y realidades pensadas por Sontag tienen eco en el presente. Sin forzar particularidades en la línea de tiempo de América Latina, Estados Unidos y Europa, leer que una de las principales acusaciones contra los judíos en la Alemania nazi fuera que era gente «urbana, intelectual, portadora de un destructivo y corruptor “espíritu crítico”» y las escenas de Goebbels y sus prohibiciones a la crítica de arte y la quema de libros, resultan escalofriantes: dialogan demasiado con nuestro presente.