22 de agosto de 2022
Tinta simpática
Patrick Modiano
Editorial Anagrama
124 páginas
«Tinta simpática» es aquella que, luego de usarse para escribir sobre el papel, admite sentidos ocultos. «Es incolora al utilizarla y se oscurece con la acción de cierta sustancia», leemos al promediar el libro que lleva ese título. Es decir, es la herramienta para crear un misterio y acaso develarlo, como si a fuerza de revisar las peripecias biográficas se descubrieran secretos.
En su nueva novela Patrick Modiano revisita tópicos presentes en Joyita y Recuerdos durmientes. Cada escritor elige explorar nuevos temas y estéticas, o reincidir: Modiano es de los últimos. Y el Premio Nobel de Literatura sale victorioso ante la reiteración y el riesgo del tedio, a fuerza de apoyarse en tramas cuasi policíacas. Como en el policial clásico inglés, busca evidencias y decodifica indicios, pero existenciales. Y, aunque la emoción tenga peso, se aleja de la tradición de la violenta novela negra francesa.
El narrador, un novato, trabaja en una agencia de detectives y queda atrapado por su primer caso. Algo remanido: una mujer, Noëlle Lefebvre, desaparece de pronto. Toma ese empleo como quien sigue la idea de que «para escribir hay que vivir», declaración vitalista verosímil y, al mismo tiempo, extraña, ya que su literatura se yergue sobre protagonistas evaporados, de quienes sabemos poco y nada.
La clave de lectura aparece pronto: «Había pensado que ese trabajo provisional me iba a proporcionar una documentación que podría servirme más adelante si me dedicaba a la literatura. La escuela de la vida, como quien dice». Intención vuelta autorreferencial de modos concretos. «Existe el riesgo de que esta búsqueda dé la impresión de que le dediqué mucho tiempo –llevo ya noventa páginas–, pero no es verdad. Si se ponen en fila los momentos que he recordado hasta aquí en cierto desorden apenas si forman un día. ¿Qué es un día en un recorrido de treinta años», leemos en la página 90.
La historia transcurre en dos etapas; la de sus primeros acercamientos al enigma Noëlle, y treinta años más tarde, donde a su vez recuerda su regreso a la investigación en años previos, durante los cuales buscó testigos en sitios frecuentados por ella.
Si en la literatura actual ambientada en París de franceses como Delphine de Vigan o Michel Houellebecq la capital se narra en su cosmopolitismo, su tensión social, la desigualdad en cada barrio, los escenarios de Modiano parecen montados en sepia y blanco y negro, en un juego armónico de figura y fondo. Los conflictos refieren a la memoria, al olvido; sus escenarios completan un estado de melancolía cautivante, efecto potenciado por su tono al límite de lo onírico. Porque Modiano es un escritor de climas y, si es osado al tomar decisiones como cambiar de una primera persona a una tercera sobre el final, donde se traslada a Roma, también nos invita a la relectura con sus juegos donde el narrador se ve a sí mismo como otro. Y, a veces, lo fantasmagórico nos hace dudar del indicio fáctico, como si camináramos, equilibristas, sobre el filo del verosímil realista.
Comparaciones y metáforas brillan en la medida justa: «Y, de repente, noté un cansancio tremendo al recordar el pasado y sus misterios. Era algo así como lo de quienes se habían pasado décadas y décadas intentando descifrar una lengua muy antigua. El etrusco, por ejemplo». En la misma senda –en estilo, recursos, preocupaciones– que en novelas previas, el autor parece reafirmar lo imposible de asir los recuerdos, lo absurdo de no dejar de intentarlo y, quizá por eso, la necesaria persistencia de la literatura.