21 de marzo de 2024
El viento que arrasa
Directora: Paula Hernández
Intérpretes: A. Castro, A. González, S. López, J. Aceb
País: Argentina
Misioneros. El reverendo Pearson (Castro) dialoga con su hija Leni (González).
Foto: Prensa
La última película de Paula Hernández, que tuvo su estreno en el festival de Toronto y luego pasó por Mar del Plata, no solo confirma, sino que eleva los rasgos estilísticos distintivos de la directora argentina. Su capacidad para generar climas opresivos, explorar vínculos asfixiantes y reunir a actores que brillan con intensidad en la pantalla se manifiesta de manera magistral en esta obra.
Reconocida por producciones anteriores como Lluvia, Los sonámbulos o Las siamesas, Hernández ha establecido a las relaciones familiares como el epicentro de sus narraciones. En El viento que arrasa, basada en la novela homónima de Selva Almada, esta temática persiste como elemento central. Ambientada en el Chaco durante la década del 90, la historia sigue al reverendo Pearson (Alfredo Castro) y a su hija Leni (Almudena González) en un viaje de misiones evangelizadoras por la región.
Desde el inicio, el punto de vista del film es el de Leni, una adolescente que asiste a su padre en los rituales religiosos. A través de sus ojos desconfiados, se contrapone el discurso sobre la fe con sus deseos juveniles, hecho que genera incomodidad en cada fotograma. Una tensión subterránea que se percibe en cada silencio, gesto o mirada. La película adquiere profundidad cuando el automóvil en el que viajan sufre una avería y quedan varados en el taller mecánico de El Gringo (Sergi López), un robusto hombre de pocas palabras. El vínculo entre este y Tapioca (Joaquín Aceb), su hijo adolescente de rostro deformado, se convierte en un espejo de la relación de Leni con su padre.
En este taller, el tiempo se dilata y las referencias bíblicas se entrelazan simbólicamente en la trama. Se menciona la figura del Leviatán y del Cordero de Dios, referencias que añaden capas de significado a la historia, ampliando la complejidad de las relaciones familiares y las imposiciones parentales.
El conflicto se intensifica cuando el reverendo intenta llevarse al hijo del mecánico, desencadenando una lucha de voluntades. Testigo de esta presión, Leni puja por su propio viaje de transformación y autodescubrimiento aunque esto implique un salto al vacío. La dinámica entre padres e hijos, la falta de escucha y el respeto a los deseos de estos últimos se manifiestan como temas recurrentes y poderosos a lo largo de la trama.
La fotografía, a cargo de Iván Gierasinchuk, desempeña un papel fundamental al crear una atmósfera angustiante a través de la iluminación. La luz y la oscuridad se convierten en metáforas visuales de la fe y sus sombras, mientras que la paleta de colores refuerza la narrativa, pintando la oscuridad de un rojo infernal y los rayos de sol de un amarillo cálido.
Los duelos actorales de Castro con López sorprenden por su intensidad, mientras que las interpretaciones de González y Aceb, desde la contención y la observación de sus destinos frustrados, contribuyen significativamente al impacto emocional de la película. El mayor logro de Hernández radica en su sensibilidad para retratar la complejidad de las relaciones familiares. Los ríos internos que fluyen entre los silencios y los fuera de campo se convierten en un lienzo donde la directora pinta con maestría los matices emocionales de sus personajes. El viento que arrasa transita desde la devoción religiosa hasta la autodeterminación, en un relato que también invita a la reflexión sobre la naturaleza humana y las conexiones entre padres e hijos.