6 de diciembre de 2024
Reflejado
Director: Juan Baldana
Intérpretes: N. Casero, J. Palomino, N. Dupláa, L. Ziembrowski y G. de Silva
País: Argentina
Altura. El limpiavidrios que interpreta Casero husmea en los secretos del edificio.
Foto: Prensa
Casi no hay luz en Reflejado, la nueva película de Juan Baldana. Se ven amaneceres y atardeceres, pero prima la oscuridad. El protagonista, Alejo (Nazareno Casero), vive como una sombra.
Consiguió trabajo para limpiar vidrios en una torre de oficinas del centro porteño. Parece un reflejo de su propia existencia y la de muchos otros: mirar desde afuera la vida de los demás; pero la realidad de quienes están adentro, los oficinistas, tampoco es luminosa. Entonces los grises se expanden como rumores por los 18 pisos del edificio, aunque el cielo brille celeste, mayormente despejado.
La altura le da a Alejo una suerte de respiro. Por eso, intuimos, él sube a la terraza en cualquier momento, a cualquier hora, aunque eso signifique poner en riesgo lo poco que tiene: el empleo. La crisis argentina está siempre de fondo. Desde la cima, él observa las luces de la ciudad, las ventanas ajenas, los vecinos dormirse frente a la tele.
El director hace un juego de espejos recurrente a lo largo del film. Su protagonista no logra vincularse con los demás; parece un raro, un antisocial, pero los sociables tampoco se conectan. Podría decirse que se repelen. En la invisibilidad del protagonista se reflejan los otros personajes, aunque no lo sepan. Baldana expone el vacío existencial como un posible salto al vacío. El pavimento no se ve, pero está a unos pocos segundos de distancia.
Colgado desde afuera, Alejo observa el interior como si estuviera borroso. Sin preguntar demasiado, el sereno lo deja subir a cambio de alguna botella para pasar mejor la noche. No la quiere beber solo, entonces invita. Pero no hay nada por qué brindar. Su cuartucho da claustrofobia, como todos los espacios de la película. En su pequeño reducto, un monitor muestra los pisos vacíos y un teléfono suena cada dos horas. Es el jefe de seguridad quien lo llama, para comprobar que no deje su puesto de control.
Por momentos se ve la calle, que también oprime. Reflejado está filmada con planos cerrados, como si el protagonista no tuviera por dónde irse. Su única salida es hacia arriba. Entonces vuelve al edificio.
De lo terrenal ya no aprecia nada. La cámara lo enfoca pegado al muro de doble-vidrio, mirando hacia adentro. Las ventanas están cerradas, aunque no todas. El muchacho descubre un resquicio y se mete a husmear. Lo que se intuía toma forma: relaciones ocultas, desconfianza, traiciones. Un empleado de mando medio es maltratado por su superior. Sobres anónimos circulan con escraches a compañeros. Un pinche le advierte que no entre en el juego de los demás. «¿Quiénes son ellos?», pregunta Alejo. «Ahí está el problema: no es nadie. No es nadie porque son todos. Puedo ser yo, podés ser vos», le responden. Un juego de espejos donde todos se parecen.
El limpiavidrios fantasea con la mujer que limpia las oficinas. Ella existe, pero no está. Mirarse tanto a sí mismo es un ejercicio de narcisismo que lo confunde. Como las redes sociales, sin red alguna.
El teléfono inteligente del protagonista vuela por el aire. Tampoco ese aparato nos conecta con los demás, parece decirnos el director.
Reflejado está basada en Limpiavidrios (2015), la frenética novela de José Supera. El autor platense está convencido de que en las sombras se gestan grandes cosas. La película de Baldana, que traspone su obra también de manera vertiginosa, le da la razón. En sintonía con otra de las novelas de Supera (El chimento atómico), donde un personaje afirma que «en la oscuridad era una persona más libre», la suerte de Alejo parece estar echada de antemano.