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Fedra en clave contemporánea

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Ezequiel Obregón

Yo, Fedra
Autora: Analía Fedra García
Directora: A. Fedra García
Elenco: Ingrid Pelicori
Sala: S. Tuñón del CCC

Expresividad. Pelicori recorre un abanico que va de la pasividad a la pasión.

Foto: Sebastian Ochoa

Fedra, como toda figura mítica, sigue interpelando, continúa abriendo líneas de pensamiento que movilizan y conmueven, al mismo tiempo que llevan a cuestionar la forma en la que habitamos el mundo y le imprimimos nuestra subjetividad. El pulso de la tragedia late en su pasión, que desde el minuto cero de su historia de amor prohibido parece gritar con todo el cuerpo. Así se hace evidente en este unipersonal escrito y dirigido por Analía Fedra García que acaba de estrenarse en el Sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

La elegida para prestarle carne y voz al personaje es Ingrid Pelicori, una actriz que, a tono con muchas de las propuestas estéticas del propio Centro Cultural, ha tenido un amplio recorrido en espectáculos en donde la narración se destaca como una de las principales variables dramáticas. La intérprete, por otra parte, también colaboró con García en la dramaturgia. Desdoblada entre sus roles de narradora y de Fedra, Pelicori nos abre un mundo de lujos palaciegos, susurros que vuelan como lanzas envenenadas y una temporalidad suspendida en una vida apacible, alejada de las preocupaciones mundanas.

De pronto, un conflicto exterior rompe ese equilibrio y la aleja de Teseo, su esposo, el personaje que encarna la autoridad y el «deber ser». La directora, a partir de ese punto, propone una lectura más audaz y contemporánea del mito, cuando ingresa en el relato Hipólito, hijo de Teseo, quien encenderá el erotismo de una mujer que no se amedrenta y se anima a una pasión furtiva, alejada de los ojos de su esposo. El temor inicial no tarda en ceder ante un amor que barre con todas las categorías (de edad y ataduras maritales, sobre todo), sentimiento que en el timbre vocal de Pelicori se escucha como una melodía vivaz, casi operística.

La dramaturgia se nutre de una perspectiva feminista, claro está, pero lo hace desde el corazón del drama y, entonces, el punto de vista no parece forzado, atado a una agenda, sino armónico y orgánico. El evocado Hipólito es, además de mucho más joven que su enamorada, un impulso vital en sí mismo, un hombre desafectado del manierismo real, apegado a la vida rústica y a la contemplación de un orden natural que parecía vedado para la heroína trágica. Al apuntado minimalismo en la escritura del espectáculo, se amoldan un vestuario sencillo y funcional para el recorrido de la actriz, además de un diseño de iluminación que destaca en la escena una araña, como casi único material diegético que se encenderá oportunamente para ambientar aquello que se narra.

Si todas estas condiciones propician un encuentro íntimo con el mito, la labor de Pelicori es nodal para que se complete el círculo. Alcanzan y sobran apenas un puñado de sillas para que su expresividad recorra un arco que lleva a su cuerpo desde la pasividad hacia un torrente pasional en el que vibran sus músculos y sus cuerdas vocales. La actriz pasa de la instancia de narradora a su papel de Fedra de un instante a otro, con el movimiento necesario para alternar nuestro mundo y aquel de la tragedia. La voz actual, entonces, se ofrece y es compasiva: no juzga la transgresión, la comprende, la vuelve cercana, le regala la compañía de una confidente que desde el comienzo sabe que vale la pena adentrarse, como Fedra misma, en un bosque del cual ya no se podrá salir siendo la misma persona.

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