9 de junio de 2025
Allá por el veintitangos
Autores: E. Cadícamo, A. Vaccarezza y otros
Director: Santiago Doria
Intérpretes: I. Almus, M. Chiarino, A. D’adamo, M. D’agostino, J. García Marino, C. Ledrag, J. Rios
Sala: Solidaridad del CCC

Costumbres argentinas. En la obra, los personajes se mueven al ritmo del tango.
La Compañía Argentina de Teatro Clásico ya cuenta con una considerable cantidad de espectáculos estrenados en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini: La discreta enamorada, El lindo Don Diego, La celosa de sí misma y Los empeños de una casa. Con solo conocer este repertorio, podrá notarse que la expresión oral ha sido uno de los pilares sobre los que la agrupación debió trabajar, con éxito artístico y de público, en cada una de las puestas. En esta ocasión, Santiago Doria, su director, asumió el montaje de una pieza que compendia textos de grandes autores locales como Enrique Cadícamo, José González Castillo, Armando Discépolo, Alberto Vaccarezza y Ángel Villoldo. Él mismo realizó la dramaturgia, en coautoría con Mateo Chiarino.
Para poder revitalizar la obra de los mencionados autores, Doria convocó a Irene Almus, Mateo Chiarino, Andrés D’adamo, Mónica D’agostino, Jorge García Marino, Carlos Ledrag y Jazmin Ríos. Los intérpretes recrean un universo que nos traslada a comienzos del siglo pasado, en un espectáculo donde también hay un cuidado trabajo musical, a cargo de Juan Azar y Pablo Jonisz. Los músicos prácticamente no abandonan la escena y se integran, junto a los actores, a una acertada escenografía mínima y sumamente conceptual: sábanas colgadas que, al mismo tiempo, serán el soporte de proyecciones en algunos momentos puntuales.
Allá por el veintitangos marca entonces un cambio de timón en los trabajos de la compañía, en tanto que se aleja del Siglo de Oro y abraza nuevas tradiciones. En este caso en particular, se trata de recuperar al sainete criollo, poética rioplantense cuyo epicentro es el conventillo. Por allí, al ritmo del tango, circulan cuadros en los que un puñado de personajes queribles trazan una pátina de costumbres en donde se destaca el componente sentimental.
La apertura llega con «El choclo» en la voz de Irene Almus, una elección ideal que con su letra («mezcla de faldas, querosén, tajo y cuchillo/ que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón») marca el tono decididamente nostálgico que acompaña a la obra hasta el final. No obstante, el tono elegido por Doria es mayormente festivo y cómico. Las coreografías de Johana Copes siguen esa línea y, sin aspirar al virtuosismo, resultan efectivas. Por una cuestión generacional, la puesta es muy disfrutada por el público adulto mayor, quien identifica las melodías y no deja de tararearlas hasta que, desde el escenario y en modalidad de «karaoke», se lo invita a cantar algunos versos. Por otra parte, aparecen temas recurrentes como el amor, el dinero y la «viveza criolla». Al respecto, queda bastante claro (y, en definitiva, resulta una marca identitaria de la compañía) que, lejos de buscar un reciclaje de las formas y estilos, lo que se persigue es la recreación de determinados pasajes icónicos del tango y de la dramaturgia nacional. En consecuencia, no hay espacio en Allá por el veintitangos para la experimentación. Aceptado esto, solamente queda sentarse a disfrutar de una propuesta que consolida a Santiago Doria como un teatrista meticuloso y atento a las tradiciones, acompañado por un puñado de actores que disfrutan y saben ingresar en el juego que les propone.