6 de mayo de 2023
Del cielo a casa
Varios artistas
Malba
Polirrubro. La publicidad de una marca de zapatillas, una de las piezas exhibidas.
Foto: Prensa
«¿Cómo podría una cosa ser solo una cosa? ¿Cómo podría no ser, antes incluso que ella misma, el material con que está hecha?», se lee en la folletería de Del cielo a casa. Conexiones e intermitencias en la cultura material argentina. Se trata de una reflexión escrita por Martín Kohan, quien dio una conferencia en la inauguración de la exposición que inició el calendario anual del Malba y es un despliegue de memorabilia argenta para todo público. Reúne objetos industriales, textiles, pinturas, tecnología, arquitectura, fotografía, publicidad, diseño gráfico y mobiliario de los últimos 80 años, entre otras cosas.
Las más de 600 piezas seleccionadas le sirven a la muestra como documentos de la vida cotidiana argentina. «Cosas» (objetos definidos por su función utilitaria o bien por sus características estéticas) que son también el material sensible sobre el que trabaja un disparador muy potente y eficaz convocado por la muestra: la nostalgia. Del cielo a casa puede pensarse como una inmersión en la experiencia nostálgica, asunto muy recurrente en los productos recientes de la industria cultural, como las series y películas, los reboots y las remakes, pero que además es un tópico universal que incluso puede rastrearse en un texto tan antiguo como La Odisea.
Bajo la curaduría de un equipo interdisciplinario integrado por Sebastián Adamo, Gustavo Eandi, Marcelo Faiden, Carolina Muzi, Verónica Rossi, Juan Ruades, Martín Wolfson y Paula Zuccotti, y comandado por Leandro Chiappa, la propuesta asume un rol ensayístico y fluye en un espacio de exploración etnográfica. No pretende ser analítica ni historiográfica: los límites entre los materiales, las disciplinas y las fechas de realización se borran para amasar una misma red significante que remite a la identidad de una comunidad, con sus marcas económicas, sociales, culturales y políticas. La historia y la vida en común de un grupo de personas, una sensibilidad compartida.
En el trayecto el espectador se encuentra con instalaciones que replican vidrieras de Gath & Chavez y Harrods en la ciudad porteña de los años 40, con sus sombreros y abrigos. Un tablero de El Estanciero junto a unas pinturas de jinetes, gauchos, caballos y alpargatas de Molina Campos. Un afiche de la película Furia Infernal en el que Isabel Sarli cubre su cuerpo desnudo con un poncho autóctono. Una tela que lleva escrito con marcador «Misterio de Economía» (obra de Manuel Peralta Ramos), y un cartel de chapa pintada con una lista de más de veinte denominaciones reales y ficticias del dólar: oficial, blue, Qatar, Coldplay, tarjeta, futuro.
También hay unas ollas Essen de industria nacional junto a unas cacerolas abolladas de la crisis de 2001. Una Caja Pan, una botella de Hesperidina o una pelota de goma a rayas marca Pulpo. Audiovisuales de Doña Petrona o Tato Bores; un sifón de acero inoxidable, unos mates de plata y una maqueta del Italpark. Una heladera Siam Di Tella junto a los famosos chistes de los chicles Bazooka escritos por Rodolfo Fogwill. Un ejemplar del Nunca Más editado en los 80; unas fotos de Moria Casán con sus plumas de vedette del teatro de revista tomadas en el mítico Foto Estudio Luisita; postales de Playa Grande y la rambla de Mar del Plata con el lobo marino de piedra, y hasta una placa de Crónica TV –«Termómetro social, patrimonio intangible y afectivo del archivo cotidiano de los argentinos», dice el texto curatorial– en la que reza: «Faltan 1154 días para el próximo mundial de fútbol».