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Tragedia con perspectiva actual

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Ezequiel Obregón

Medea
Versión: Irina Alonso
Director: Gustavo Pardi
Elenco: A. Fittipaldi, A. Barisone, I. Diaz Benitez, L. Anahí Gomez, C. Krivoruk, N. Perea, M. Sánchez
Sala: S. González Tuñón del CCC

Furia. El ímpetu de Medea cobra vida en el cuerpo de una notable Fittipaldi.

Foto: Prensa

Tras el reciente estreno de Yo, Fedra, acaba de subir a escena Medea, versión de la tragedia de Eurípides a cargo de Irina Alonso, con dirección de Gustavo Pardi. Ambas puestas adoptan, con inteligencia, una perspectiva que no desentona con la actual potencia del feminismo, en particular sobre su posicionamiento ante el patriarcado y sus mecanismos de poder. También comparten la sala González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación y, de distinta forma, la presencia de la actriz Ingrid Pelicori: protagonista absoluta de la primera y voz narradora de la segunda, con dos pequeñas y a la vez potentes intervenciones, al comienzo y al final del espectáculo.

En el 2016 el Complejo Teatral San Martín estrenó en el Teatro Regio una adaptación de Otelo, hecha por Francisco Grassi y Martín Flores Cárdenas, también director. La principal apuesta consistía en pensar la historia imaginada por Shakespeare como «la tragedia de Desdémona» y no tanto como la del héroe trágico que, ya desde el título, imprimió su centralidad. Con Medea ocurre algo similar, porque tanto en aquella tragedia como en esta (indistintamente de que una sea isabelina y la otra, antigua), se trata de trastocar el punto de vista para entablar un puente más directo con las actuales audiencias e interpelarlas, parafraseando a Spinoza, sobre aquello que puede un cuerpo femenino.

Y, precisamente, la corporalidad arrebata el escenario en esta vibrante puesta, a la que Pardi le impone un estilo rockero ya visible desde el principio en un coro que remite a las brujas de Lady Macbeth, aunque la venganza trazada por la hechicera Medea sea más sanguínea y directa en su ejecución. Con un marcado uso expresivo de la iluminación (soberbio trabajo de Horacio Novelle), la historia avanza desde un grado cero que es, una vez más, la humillación de una mujer extranjera rebajada ante la elección de Jasón, el padre de sus hijos, por otra mujer que, desposada, le asegurará un renovado espacio de poder.

En el cuerpo de una notable Antonella Fittipaldi, Medea refuerza el ímpetu de un personaje que es pura furia y que, obligado a asumir la meticulosidad alquímica con la que una hechicera se permite tergiversar el destino, debe impregnar su discurso con una sumisión que no es tal. ¿Cómo simular en un mundo en donde lo genuino se volvió corrupto? ¿Cómo debe hablar una mujer el lenguaje del poder, cuyo emisor y receptor es siempre un hombre? Dos preguntas que resuenan en la frase «a veces las mujeres tenemos que tomar decisiones horribles», con la que Alonso tensa las decisiones fatales de su criatura.

El elenco se completa con Adriano Barisone, Iván Díaz Benitez, Lourdes Anahí Gómez, Carolina Krivoruk, Noelia Perea, Marcelo Sánchez, intérpretes que se amoldan a la propuesta escénica diseñada por Pardi y se entregan a un juego actoral en el que se aúna la vehemencia del gen trágico con la gestualidad meticulosa. Como en toda tragedia, la búsqueda de incidir en el otro (ya sea para amarlo o para destruirlo) es un camino para la revisión y el impacto de sí mismo. Y de eso no queda indemne Medea, ni cuando susurra, aún vulnerable, estrofas de «Back To Black», de Amy Winehouse, o cuando, ya «empoderada», golpea ensangrentada el pecho de ese hombre al que supo amar.

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