12 de agosto de 2015
A contramano de la tradición, varias obras de la cartelera porteña incluyen a intérpretes con edades que llegan hasta los 90 años. Experiencias y desafíos a la hora de subir al escenario.
Hasta cuándo es posible bailar profesionalmente? ¿Existe un límite para ello? En 2015, con 40 años, Paloma Herrera se despide de la danza; Julio Bocca lo había hecho en 2007. Pero la rusa Maya Plisétskaia, que falleció en mayo pasado, seguía ganando aplausos a los 80. En otros estilos de danza, la edad parece aun más relativa. María Fux dio su última función en el Centro Cultural de la Cooperación, en 2010, a los 88. En el mismo año y también en el CCC, Circunduce una reunión sentó un precedente para valorar a artistas adultos mayores. La obra promovía el reencuentro con el público de varios exintegrantes de compañías del Teatro San Martín y del Teatro Colón en los 60 y 70: Roberto Dimitrievich, Cecilia Gesualdo, Stella Maris Isoldi, Silvia Kaehler y Jorgelina Martínez D’Ors. Y otra vez en 2010, Tres generaciones permitió ver el caudal expresivo de quienes habían cambiado las tablas por la coreografía o la enseñanza: Margarita Bali, Norma Binaghi, José Campitelli, Ana Deutsh, Cecilia Gesualdo. Desde entonces, muchos reiniciaron sus carreras de intérpretes.
En la cartelera actual, la oferta de obras con bailarines post 40 es amplia y atractiva. Hasta mediados de año, Graciela Martínez, cuyas aventuras performáticas desde la época del Instituto Di Tella nunca cesaron, estuvo haciendo Papeles, dirigida por Adriana Barenstein. Desde julio, Gesualdo y Campitelli están en El tren Estrella del Norte, de Facundo Mercado (Centro Cultural Adán Buenosayres). En agosto se sumó Qué azul es ese mar, de Eleonora Comelli, que reúne a los mencionados Dimitrievitch e Isoldi (Teatro del Abasto). A partir de setiembre, los dos también integran Fuerza de gravedad, de Damiana Poggi, en la que además se proyectan filmaciones de Galina Gladínkova, exbailarina del Colón, de 96 años. Y el Ballet 40/90 –creado por Elsa Agras, quien lo dirigió hasta su muerte, en 2014–, repone el espectáculo Te lo bailo de taquito. Con edades que varían entre los 40 y los 90 años, las 50 bailarinas del grupo estarán en el Teatro Empire, ahora dirigidas por Gabi Goldberg.
Una década después de haberla dejado, Gabriela Prado repuso una emblemática pieza de danza contemporánea, Un monstruo y la chúcara. «No encuentro aún restricciones físicas», dice la bailarina a sus 47 años. «El gran cambio es el aplomo en el estado emocional, con mayor libertad y placer escénico. La madurez de los cuerpos no debiera ser un distractor, sino enriquecer el universo escénico», completa. Graciela Martínez (78) va más allá: «Mientras haya movimiento, hay danza. Mientras uno camine, y hasta con bastón, está bailando. Hay cosas que no puedo hacer, pero no por eso voy a dejar de expresarme».
Por su parte, Isoldi (67) se sorprende del fenómeno: «Nunca imaginé que iba a bailar a esta edad, que iba a ser convocada, que iba a estar en vigencia. Hoy puedo compartir escenario con gente más joven y responder a la expectativa de los coreógrafos. Pensé que todo se había terminado a los 35. Volví en 2008, con Mariano Pattin». «Bailo, pero no a la par de los jóvenes», matiza Gesualdo (73). «Hago teatro danza y la parte expresiva de acuerdo con la edad que tengo. La danza solo se termina si no tenés más ganas de expresarte o si ya no te llaman para hacer funciones. Eso sí, el clásico tiene un estilo que, después de los 45, podés hacer el ridículo», agrega. Campitelli (71) también señala las diferencias: «No estoy exigiéndome bailar como un joven. Pero que haya bailarines que digan que a los 40 están terminados para la danza, para mí es una locura narcisista por la exigencia de la perfección técnica. Viejos son los muebles o los trapos. A la gente le encanta ver la madurez de un artista. ¿Cómo es posible que un artista que madura no pueda salir al escenario?». Y Dimitrievich (72) remata: «El placer de bailar es maravilloso y uno se prepara para estar cada vez mejor».
—Analía Melgar