Cultura | MARCELO TINELLI

Con la libido descarriada

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Julián Gorodischer

Al frente del circo de vanidades más cercano al talk show que al reality que es el Bailando 2023, el conductor explota su nuevo personaje hipersexualizado.

El jefe. Además de retomar su amor mediático con «Coqui» Ramírez, Tinelli también puede chichonear con un bailarín y con otras participantes.

Foto: Negro_Luengo

Está extraño, un poco sacado, ávido, por momentos hambriento. Lo nuevo: pink washing en chichoneo con un bailarín, mirando su gigantografía en slip. «Lo único que me la baja es el color del slip», le dice, aludiendo a la combinación de azul y amarillo. Con una niña de 6 (Morea, la hija de la modelo Flopy Tesouro) vivió el escandalete mayúsculo de la nueva temporada, que llegó a las tardes de los sábados de Crónica TV. «Perdón que te diga “pendeja”», le espetó él, a lo que la niña respondió «Yo te diría “pelotudo”», fundando el interlocutor más agudo de este Tinelli 2023: la nena de 6.
Todo está exacerbado en la tribuna actuada del nuevo B23, tanto las duplas discutidoras como las exparejas que aquí se encuentran (como los chicos ex Gran Hermano, que debaten quién cagó a quien). Todo se ve exaltado, pasado por el filtro de la doctora Polo de Caso cerrado o del autóctono El show del problema, más talk show que reality, porque lo poco que le queda de lo segundo a esa conflictividad sobreactuada es el préstamo de los exparticipantes de la cohorte de la casa más famosa de Telefe.
Ante el subidón general del tono, que sin embargo nunca alcanza, Marcelo baja unos decibeles; ahora cultiva una parca y lavada ironía que lo desdobla de la escena de «la pista más famosa de la Argentina» y lo pone en diálogo con una pandilla imaginaria de chochamus, antes gomazos, a los que miraría en sordina y hablaría susurrando sobre lo que en verdad piensa.

Histórico devenir
Como pasa con toda «gran e histórica» figura de la TV argentina de las últimas dos o más décadas, él es su show y cada fragmento de la emisión habla de él; se fueron fundiendo al punto de hacerlos devenir –a autor y obra– en un carisma, y el resto es repetir y dejar hacer. Se ven las rayitas en las que se convierten sus ojos cuando esboza una sonrisa botoxeada, que ya jamás es una carcajada desatada como en el primigenio Bailando. No, este es el rictus contenido y responsable del «gerente de programación» que además conduce el principal show del canal América.
«Vuelve el Cabeza, con otro color de pelo», decía Alf en el montaje de la apertura. El «sugar daddy argentino» con el que lo promocionan trae implícita su refundación que, en boca de Moria, es un «revivir» del programa, pero no alcanzó: durante la primera semana no logró sostener el pico de 14,3 del lunes del debut, y fue bajando hasta cerrar el viernes con unos 8,4 puntos ante el atónito «doctor Vila» que ya en la gala inaugural se preguntaba: «¿Quién va a pagar por todo esto?».
¿Cuál es la esencia de Marcelo, su signo, lo que queda? Quizás sea su identidad de origen como relator de fútbol la que sigue marcando la verba acelerada, el hablar correcto de corrido, la enunciación en un continuum bien articulado a respiración cero: todo ese decir amplificado, en tono alto, que debería bastar para elevar la serotonina allá en las casas, y que las familias sigan enganchadas: «¡Buenas noches, Améeeerica!». La novedad es que el jefe está más jefe: consiente a algunas y baja el pulgar a otras en tiempo real, de acuerdo a lo que se va encontrando en cada partenaire, y el ánimo le fluctúa rápido.
Eso sigue hasta que se «enamora» de la peruana Milett Figueroa, porque la otra novedad es que el jefe está caliente, y «le tira los galgos» a la primera que aparece, trátese de la vedette Figueroa o su examor mediático la cantante «Coqui» Ramírez, de Córdoba, con quien se dan de comer con los dedos directo adentro de la boca. Hasta con «la madre de Holder» –ex GH– está insistente, cargoso, basándose en que el pelo blanco y la soltería lo vuelven automáticamente deseable: así se da el cambio de su figura pública en la madurez, del sobrio y un poco asexuado presentador de big show a este mimoso sesentón que tira menos a la figura del dandy seductor, que el séquito cree ver en él, y más a los desbordes libidinales del viejo Hugh Heffner, el dueño de Playboy.
La abraza a Milett; le huele el cuello; le acerca la boca a su boca; la contiene en un desborde emocional postbaile. Bailando… es eso: ligar, emparejar, normalizar; sospechar y denunciar affaires secretos entre una figura y un bailarín, un encuentro entre castas; y hoy en la mishiadura más que nunca el sueño de las plebeyas es ser elegida por el conductor que, sin embargo, recibe la impugnación de Zaira Nara desde el novedoso espacio de la cabina de streaming, que debería reclutar a la generación alfa, posterior a la zeta. «Marcelo sos muy obvio; la gente joven es más histérica. No podés estar tan regalado», dice ella. Él pasa el comentario por alto e insiste: «Mi vida, mi amor».
A los «flacos» les corresponde otro personaje, el de siempre: que se pongan en cueros y muestren los raviolitos, los tattoos, disparadores de un deseo menos histriónico, más velado, de un Marcelo también aquí hipersexuado, a tono con el show de la piel y el lomo. Marcelo no perdona a une. «La veo más mujer, y me encanta. Entrena al lado mío en el gimnasio», dice el Cabezón de la Lolita (Latorre), que ingresa, y después sale, para que luego toque el turno de la embajadora del Style Store, Nara, y otra vez él la interrogue: «¿Solita o en pareja?».
Quizás sea por todavía tratarse de un principio, pero el artificio, lo sobreactuado, vuelven inocua hasta a la lengua karateca de la Casán. Y en el disturbio de voces superpuestas, que es todo el continuum, la escena se corta y el plano se escapa de nuevo a la cabina del streaming, hacia las redes, que se infiltran en la escena tradicional de la mano de youtubers e influencers. Lo otro es el mismo circo de vanidades y destrezas acrobáticas, que imagina espectadores embotados viendo una y otra vez los mismos coqueteos del gigoló mediático y esa magnética frecuencia alta –desde tiempos inmemoriales, risas de claque tan iguales a sus precursoras como efectivas para sostener la farsa–; y esa serie fija de «previa-coreo-puntaje», sin nada mejor en qué pensar ni que hacer, sin mirar al afuera del rimbombante estudio aggiornado para él, porque él es siempre «acontecimento». Pero afuera hay hambre y hace frío.

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