De cerca

Bajo la piel

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Hace teatro por partida doble, graba una serie y cosecha elogios por su papel protagónico en la película «Alanis». En medio de un intenso presente laboral, la actriz despliega su personal forma de encarar el oficio y, a puro talento, se aleja de la etiqueta de ser «la hija de» Moria Casán.


Los 30 años cumplidos en enero parece que la tranquilizaron a Sofía Gala Castiglione, que ahora «firma» como Sofía Gala a secas. Aunque ella diga que es «la misma loca de siempre», o que se siente «una vieja en crisis permanente», luce sosegada, transmite armonía, tal vez a partir de una cotidianidad más ordenada. «El trabajo te disciplina, te compagina el día», grafica, convencida de que está atravesando su etapa laboral más próspera e intensa. La actriz está al frente de dos obras teatrales, Confesiones de mujeres de 30 y La empresa siempre perdona, además de haber alcanzado su primer papel protagónico en la película Alanis. Y, como si fuera poco, está grabando la serie Edha, que se verá en Netflix el año que viene.
«Es el año de innovar, parece», suelta. «El personaje de La empresa siempre perdona me atrajo de entrada, porque es algo que nada tiene que ver con lo que había hecho antes», afirma sobre la psicóloga laboral que interpreta en la pieza dirigida por Rosa Celentano, que se exhibe en el teatro El Tinglado. «Me gustó ese rol solemne y tan distante a mi manera de ser, como es representar a la cara de una compañía, a la patronal», reflexiona la hija de Moria Casán, que recibe a Acción en el cálido bar de la sala de Almagro, antes de la función. No es por coquetería que no se quita sus psicodélicos anteojos oscuros para la charla, ni para las fotos, ni tampoco para la obra. Ocurre que un inoportuno orzuelo le irritó el párpado de su ojo izquierdo. «Parezco un boxeador cagado a palos», tira, fiel a su estilo.
–¿Qué te atrajo de la obra?
–Me gustó la historia, trabajar con este grupo de teatro. Y me cautivó mi personaje. Las dudas están, pero no tiene que ver con lo estrictamente laboral, ni con que sea una obra chiquita, sino con el entorno, con el quilombo de mi vida, mis horarios, con esto de andar a las corridas con mis hijos. Pero bueno, agarré viaje sin vacilar, porque si una se pone quisquillosa no termina haciendo nada. Hago malabares para cumplir con todo.
–Hablando con directores y productores, ellos coinciden y remarcan tu poder de convicción en distintos registros actorales.
–Es que cuando interpreto a alguien soy la primera en creerme el personaje. El que sea, eh. Siento que en la actuación hay algo muy subestimado, que tiene que ver con la verdad. Los actores suelen hablar del personaje en tercera persona, dejando en claro el abismo que los separa de la criatura que interpretan. Como que se toma distancia, y para mí nada que ver, lo entiendo de otra manera. Pero no tengo academicismo y, si hablo, después me critican.
–¿No se suele tomar distancia del rol a interpretar?
–Para mí es así, es mi método de trabajo. Soy consciente de que estoy recreando la vida de ese personaje, pero si no siento cada aspecto de lo que le sucede a quien interpreto, no puedo transmitir la veracidad necesaria para que el espectador lo crea. Busco desdoblarme, ser la otra persona y, para eso, primero tengo que estar enfocada, convencida y sintiendo al personaje. Si voy a llorar, no me puedo inventar una manera de llorar, porque no tengo una técnica para hacerlo, entonces tiene que salir de adentro mío.
–¿Te hace ruido la palabra «actuar»?
–Un poco. Es que tiene que ver con la mentira y con fingir. Por eso me parece que la verdad está tan poco valorada en este oficio. A veces siento que lo que menos tiene que hacer uno cuando sube al escenario es actuar, fingir. Es una contradicción, ya lo sé. Haciendo a la psicóloga estoy ahí ciento por ciento, no existo más: soy yo en la piel de esa mujer.  
–La psicóloga que interpretás es bien distinta a lo que venías haciendo. ¿Encontraste alguna dificultad al construirla?
–Sí, claro, mi personaje, que no tiene nombre, tiene algo solemne, rígido que me costaba plasmarlo en el escenario. Tiene un physique du rôle típico de la patronal, entre despótica y con aires de superioridad ante el empleado aparentemente apichonado al que interroga, que me tuvieron un poco preocupada. Pero las dificultades tienen que ver con encarnar a alguien tan estructurado, que no tiene nada que ver conmigo. Hice todo un trabajo para encontrar ese lado oscuro. Intercambié con la directora algunas dudas que tenía, para estar lo más aplomada posible en el escenario. Lograr todo eso me movilizó mucho internamente, sobre todo teniendo en cuenta que suelo hacer papeles que son parecidos a mí.

–¿Y cuáles preferís?
–Hasta ahora necesité encarnar a gente que piense parecido a mí, que se emocione por las mismas cosas. Por eso prefiero a los que se acerquen a mi personalidad y a mi sensibilidad. De todas maneras, aceptar a esta psicóloga fue un verdadero desafío, quizás el más importante hasta aquí. Y me abre un panorama amplio y misterioso.
–Antes decías que no tenés «academicismo». ¿Por qué nunca estudiaste?
–Soy autodidacta de pura cepa. Siempre estuve convencida de no formarme en la actuación, porque me parece contradictorio que haya un método o un estilo. No lo concibo, hasta me molesta. Pero es una opinión, no digo que no sirva estudiar teatro, sino que a mí no me sirve.
–¿Qué te pasa cuando subís al escenario a hacer Confesiones de mujeres de 30?
–Ahí estoy un poco más relajada, porque no interpreto a nadie. Soy yo y si bien hay un guión, una base, apelo a la espontaneidad, a las cuestiones diarias que esté viviendo en ese momento, llevándolas a situaciones extremas y si se quiere graciosas, por más que hable de mis pesares. Por supuesto que también estoy con la cabeza ciento por ciento en la obra, pero soy yo, por lo que me vuelvo más desenfadada. Eso es lo bueno de Confesiones…, que te permite ser repentista, espontánea: no hay mejor ejercicio para un actor que contar con esa frescura.

Historia bisagra
Antes de desembarcar en la cartelera local, Alanis, la película de Anahí Berneri (recordada por Aire libre, Por tu culpa y Encarnación), tuvo su estreno oficial en Toronto, destino al que Sofía no se sintió tentada para ir. «Quizás porque es un festival más para hacer negocios, para mostrar y vender la película, ideal para directores y productores. No tiene el glamour de Venecia o de Cannes, más dedicados al actor puntualmente». Y también se presentó en el Festival de San Sebastián, donde compitió oficialmente. «Es increíble esto del cine. Estamos hablando de competencias, festivales, quizás premios de algo con lo que me encontré por primera vez hace dos años. Y todo estaba en pañales. Pasó una vida en el medio», hace saber.
–¿Cómo llegaste a la película? ¿Se conocían con Berneri, la directora?
–No nos conocíamos en persona, pero sí teníamos amigos en común. Cuando a mí me llega la propuesta, Anahí sabía que yo había tenido a mi hijo Dante hacía poco y me preguntó si me animaba a darle la teta en escena. Le dije que sí, sin ningún problema. Salir a laburar, llevarme al nene y no pensar en la niñera era la gloria. Dante se copó, se portó bárbaro y se transformó en el rey del set de filmación.
–¿No te incomodó ser filmada mientras amamantabas?
–Todo lo contrario, es un placer, una sensación muy bella. Porque solo una madre puede sentir esa pureza de tener a un nene babeando mientras toma la teta y, con la otra mano, te toca la otra teta.
–¿Qué expectativas tenés con la película?
–Muchas, personales y laborales. Siento que es mi primer protagónico absoluto, y nada menos que con mi hijo. Andá a saber para dónde puede disparar con todo esto de los festivales, pero más allá de que la vean 50 personas, para mí es un trabajo inolvidable, que describe con crudeza y realidad la vida oscura y abnegada de Alanis, una prostituta que hace lo que puede para seguir laburando de lo único que sabe.
–Hay un pasaje en el que le surge la posibilidad de un trabajo «digno» limpiando una casa.
–Doce horas fregando y ganando lo mismo que ella saca con dos turnos del trabajo que mejor sabe hacer, en su casa y con el hijito cerca, por cualquier eventualidad. Ella acepta probar yendo una vez para darle el gusto a la tía, que le cuida el nene, pero se da cuenta de que por ahí no es la salida.
–¿Alanis reivindica la prostitución?
–Absolutamente. Reivindica la convicción de la mujer que decide serlo. Es una película que permite entender la prostitución y, si se quiere, invita a aceptarla. Alanis siente que cuando se prostituye no es maltratada, ni agredida; todo lo contrario, ella maneja y cuida su cuerpo, que es lo más privado y sagrado que tenemos las personas.

Personalidad pública
Seguramente el trabajo, la satisfacción de encarnar buenos personajes, amenizan el temperamento de la actriz, a veces de temer por sus conocidos vaivenes. «Tengo momentos de broncas y rabietas. Me aparecen las fobias y de repente me harto de todo», describe con tono zumbón. «A veces la vida me pesa. Y soy así, no la careteo. Si estoy caracúlica y malhumorada cuando justo me piden una foto, no haré el mínimo esfuerzo por ser amable», dice, casi a manera de sincericidio.
–¿Es otro de tus personajes ese bulldog que a veces tenés dentro?
–Yo soy así. Tampoco hay que tomarme de manera tan literal, no hago las cosas por el qué dirán. Me muero si fuera así.
–¿Sos ciclotímica?
–A veces estoy bien y mimo. Y a veces estoy mal y ladro. Pero soy muy franca y puedo llegar a descolocar. Igual la gente ya me conoce, está todo bien.
–Se podría decir que es tu faceta transgresora por naturaleza.
–Yo no hago las cosas para provocar. Nunca pienso en lo que le va a pasar al otro cuando digo algo. No me preparo, no especulo con esas boludeces. Yo no pienso como la mayoría de las personas, soy una mujer muy libre.

–¿Te alivia que te llamen por tu calidad laboral y no por ser la hija de Moria?
–No me llaman por ser «la hija de», hace rato. A mí no me regalaron nada, yo laburo y mucho. Este año filmé, estrené dos pelis y actúo en dos obras de teatro. Además soy madre de Helena y Dante, también soy esposa, madrugo, llevo a mi hija al colegio, cocino. Ah, y empecé a grabar Edha, la primera serie nacional que produce Netflix y que se va a estrenar en 2018.
–Se publicó en Twitter alguna información de la serie, pero «con reservas». ¿Qué podés decir de tu personaje?
–Casi nada. Me dijeron que no hablara, que mantuviera la confidencialidad. Solo puedo decir que serán diez capítulos, dirigidos por Daniel Burman y protagonizados por Juana Viale, que será Edha, en un drama que está ambientando en el mundo de la moda.
–Hacer una serie como Edha, ¿es tu manera de acercarte a la televisión?
–De alguna manera sí, está claro que por mi estructura familiar y también por elección, no quiero embarcarme en esas tiras diarias en las que estás doce horas grabando. Pero no elijo deliberadamente qué quiero y qué no. Así se fue dando mi recorrido y hoy te digo que filmar películas y montar obras teatrales son moneda corriente, pero no me cierro, escucho ofertas, por supuesto.
–Recibiste propuestas para participar de Bailando por un sueño, pero no las aceptaste.
–Lo que pasa es que es el lugar de donde más me convocan. Tengo la posibilidad de estar, me dan un lugar y yo lo agradezco y quiero remarcarlo, porque que insistan en darte un laburo en el programa más visto de la televisión no es joda. Y que siempre les diga que no tampoco es joda. No quiero quedar como una conchuda, pero si tengo la posibilidad de elegir, más vale que voy a seguir apostando por el camino de la actuación, que es lo que me encanta hacer. No sé bailar, tampoco me interesa exponerme de esa manera y trabajar de mí misma. No me gusta.
–Además de que se trata de un espacio «propiedad» de Moria.
–Ni hablar. ¿Qué peor pesadilla que trabajar delante de mi vieja y que encima me tenga que juzgar ante todo el mundo? Antes la hoguera… No, en serio, estoy en un momento laboral muy versátil y estoy abierta a las propuestas, después termino eligiendo yo. Pero no me puedo hacer la boluda y decir que la televisión es mi ámbito porque no es así, claramente no tengo ese perfil.
–Da la sensación de que preferís jugar en un torneo menos mediático.
–Es así. Justo lo hablaba con mi mamá esta mañana, eso de que quizás hoy actúe para 30, 40 personas. Aunque me encantaría ver el teatro lleno, y que la gente disfrute lo que uno hace, no me afecta. Ya el hecho de subirme a un escenario me alcanza y me sobra. Después, si la platea está vacía, es otra cosa, pero el escenario es sagrado. No me siento más o menos querida si no me vienen a ver. No me siento frustrada por esa boludez, como tampoco me siento una diosa cuando llenamos con obras como La empresa siempre perdona o Confesiones de mujeres de 30.
–¿La fama ayuda a la actriz que sos ahora?
–No tengo idea. Siempre hay boludos que prejuzgan. Ayuda porque me invitan más fácilmente a promocionar mi trabajo.
–¿Qué prejuzgan?
–Que me mantiene mi vieja, que tengo todo resuelto, que no hago nada, que me levanto al mediodía, que soy falopera.
–¿Te importa lo que digan los demás?
–Soy una mina sensible y aunque puede parecer que no me interesa nada, me preocupa todo. Laburo desde los 16 años y estoy construyendo una carrera como puedo.
–¿Qué significa para vos actuar?
–Es la actividad que más me gusta.
–¿Y qué es lo que más disfrutás?
–No ser Sofía Gala, la hija de Moria. Y lo voy logrando.

Fotos: Juan Carlos Quiles

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