13 de abril de 2016
En los 80, Marcelo Moura formó parte del recambio del rock argentino como tecladista de Virus. Hoy canta sus clásicos frente a un público que se renueva. Su libro de memorias y su disco solista.
Nos encontramos con Marcelo Moura un día fatídico. Lunes 11 de enero, el país se acaba de enterar de la muerte de David Bowie. Y lo primero con lo que nos topamos al entrar a su departamento es… un cuadro de Bowie tirado en el piso, con el vidrio que protegía la fotografía del Duque Blanco hecho añicos. Parece una instalación, pero no lo es. «Es insólito, pero me levanté y el cuadro estaba en el piso. Al toque me enteré de que había muerto Bowie. No puedo decir más que eso, prefiero pensar en la casualidad», explica Moura, asombrado. Notable. Sobre todo porque en la pared del pasillo de entrada hay otros dos cuadros (uno de Jim Morrison) y permanecen intactos. Moura se acaba de mudar de Palermo a Las Cañitas. Dejó un ph espacioso en una zona muy bien valuada de la ciudad para instalarse en un departamento de dos plantas en un piso alto y, dato central, con gimnasio. «Se viene un año con bastante laburo y quiero estar bien físicamente. Y no es lo mismo ir a un gimnasio que tenerlo en el mismo lugar donde vivís», revela. Moura es un usuario frecuente del gym, la piscina y las canchas de ping pong de su moderno edificio. Y de hecho le avisa a su hijo Caetano que se prepare, que en cuanto termine la entrevista se irán a reeditar un duelo que los tiene entretenidos desde que viven en el lugar. «Juego bien al ping pong, casi siempre gano yo», dice sonriendo Moura.
El año pasado también estuvo muy activo: editó un libro con su versión de la historia de Virus y, además, se celebraron treinta años de la edición original de Locura, quinto disco de la carrera de Virus, que vendió en todos estos años cerca de 400.000 copias. El álbum, grabado tres años antes de la muerte de su hermano Federico, cantante del grupo, incluye hits inoxidables como «Pronta entrega», «Destino circular» y «Una luna de miel en la mano». «Fue una bisagra para Virus», asegura Marcelo. «Ahí la gente empezó a entender que no éramos Los Parchís. Y fue un disco raro, porque veníamos del éxito de Relax y no tuvimos mucho tiempo para laburarlo».
Los contratos que se firmaban en esa época con los sellos eran, en general, por tres años. «Tenías que hacer un disco por año. Pero a medida que vas creciendo en popularidad, las giras son más extensas y por ende se acortan los tiempos para componer. Como nos fue muy bien con Relax, no tuvimos mucho tiempo para componer los temas de Locura. Llegamos al estudio con siete canciones», cuenta. «El último día de grabación, hicimos una base en el estudio porque nos íbamos a mezclar a Nueva York. Y terminamos la canción en la parte de atrás del avión, cuando todavía se podía ir a fumar y a tomar un whisky. Estábamos Federico, Julio y yo con una guitarra terminando el tema ahí, en pleno vuelo. Y el tema fue un hit: “Una luna de miel en la mano”, con letra del artista plástico Eduardo Costa, el mismo que escribió la de “Encuentro en el río musical”».
–¿Hay fórmulas para componer hits?
–Claro que hay, pero nosotros no las usamos nunca. La música siempre fue un desafío para Virus, siempre estuvo primero el arte que el negocio. Por eso en las compañías nos reprochaban que cambiáramos todo el tiempo, aun cuando teníamos un éxito. Con un hermano desaparecido y la muerte de Federico, yo me di cuenta muy pronto de que hay cosas que el dinero no soluciona. El arte está por encima de la plata, eso lo tengo claro. La verdad es que no entiendo para qué un tipo que tiene tres yates quiere más guita. Después explota de un acv y ¿la plata para qué le sirvió? Es una droga de las peores. Volviendo a las fórmulas, hay y se usan: tomá la base de «Don’t get me wrong», de The Pretenders, por ejemplo. Con esa misma base, hacés algunos cambios y tenés otro hit. Es bastante simple y suele funcionar. De esos yeites hay muchos. Y mucha gente compone así, o pensando concretamente a quién se dirige.
–¿Tenés el cuadro de Bowie porque sos fan?
–No, nunca fui fan rabioso de alguien, nunca tuve posters pegados en las paredes de mi casa. Ese cuadro me lo regaló un peluquero amigo, pero me gustaba muchísimo Bowie, sí. Lo descubrí en el 76, más o menos. Federico viajaba al exterior y compraba discos. Nosotros escuchamos Regatta de Blanc, el segundo disco de The Police, el mismo año que salió, 1979. The Police vino a la Argentina en el 82 y acá casi nadie sabía quiénes eran: empezaron a pegar tres años más tarde. Hablamos de un delay de información de seis años, más o menos. Antes las cosas eran así. Y Federico también trajo discos de Bowie. Nos parecía genial toda la etapa de Ziggy Stardust, y de hecho había gente que decía que Federico era el Bowie argentino.
–¿Bowie y The Police fueron influencias decisivas para ustedes?
–Hubo un millón de cosas que nos influyeron. El primer disco que me regaló Federico fue Tarcus, de Emerson, Like & Palmer. Teníamos mucha información y muy diversa: The Police, Bowie y Devo, pero también Alice Cooper y Ney Matogrosso. Siempre fuimos muy abiertos. Federico tenía un negocio de ropa en la Galería Jardín. Era un tipo de ropa tan especial la que vendía, que entraban nada más que una o dos personas por día al local. Así que me la pasaba escuchando discos. Hoy escucho mucha música clásica y también me gustan el folclore y el tango. Nunca tuve prejuicios. Cuando grabamos 9 en Miami, terminamos contratando a músicos de salsa de la Miami Sound Machine y sesionistas de Tito Puente para que toquen en ese disco. Ahí hay temas de Virus que parecen de Rubén Blades. La única cosa por la que no putearon a Virus es por imitar a alguien. Los Ratones Paranoicos tenían como influencia directa a los Rolling Stones; Los Fabulosos Cadillacs, a Madnesss; Soda Stereo y git, a The Police. En nuestro caso, componíamos casi todos los de la banda, y teníamos diferentes influencias. Me acuerdo de que cuando produjimos el primer disco de Soda, ellos llegaron al estudio con todo medio cerradito y se parecía mucho a The Police. Lo más notorio que hicimos fue agregar teclados para sacarle un poco esa impronta. Soda encontró su personalidad después de ese disco, para mí.
–En los inicios de la banda, costaba que la prensa entendiera a Virus, ¿no?
–Costaba con la prensa y con los colegas. Muchos nos decían que éramos unos putos. Recuerdo episodios de «apartheid» que vivimos con otros músicos. Teníamos un afinador de guitarra y nos decían «¡Qué putos, necesitan un afinador para la guitarra!». En fin…
–Hoy las cosas son distintas. Virus es una banda reconocida y citada como influencia muy seguido. Pero también parecería que hay una imagen cristalizada de la banda.
–Sí, completamente. Para mucha gente Virus es algo sellado, cerrado. Y no me parece del todo mal que sea así. En la compañía discográfica me dicen que hoy reciben diez demos por día y en la mitad, o más, hay un cover de Virus, casi nunca de otras bandas. Para mí subir hoy a un escenario para tocar canciones como «Una luna de miel en la mano» o «Imágenes paganas» sigue siendo como en el primer día, lo disfruto muchísimo. Cada vez tiene algo nuevo, distinto. Tocamos frente a públicos diferentes, cantás una canción para alguien distinto cada noche. Por otro lado, los integrantes de Virus han canalizado sus ideas en proyectos paralelos. Virus es nuestro proyecto «main», así consolidado como está, y después están las cosas nuevas que hace cada uno, como Choque, el disco que hicimos con Ale Sergi, de Miranda!, o el que saco como solista ahora, que se llama Disculpen la demoura.
–¿Cómo es el disco nuevo?
–Es un disco pop grabado con Mario Serra en batería y Alambre González en la viola. Me decían que Alambre no era de mi palo, que era un blusero, que no iba a encajar en este disco. Y encajó perfecto. Un buen músico es un buen músico en cualquier contexto. Lo grabé en el estudio de Cachorro López, así que tiene un audio impresionante. Son canciones que no hice con ningún plan previo. Nunca me siento a escribir una canción pensando «quiero que sea tal cosa». Vienen a mí.
–¿Con Ale Sergi hay más planes?
–Quizás volvamos a hacer algo juntos. Ojalá. Choque iba a ser, en principio, un disco mío. Le mostré a Ale un tema para que me lo produzca y él se copó y me ofreció hacer un disco a dúo. Terminó siendo una experiencia maravillosa. Además de ser un gran cantante, Ale es un nerd, un tipo muy versátil en el estudio, muy actualizado. Creo que conformamos una especie de ying-yang. Yo soy más crudo y él, más naif. Fue una combinación que nos enriqueció a los dos, creo.
–¿Cómo fue el incidente de Músicos con Cristina?
–Algo feo que pasó hace un tiempo, y que tuvo un final feliz. Aparecí en una lista de apoyo a la expresidenta sin que nadie me preguntara si quería estar ahí. Soy una persona informada, tengo una opinión sobre lo que pasa, miro todo el tiempo programas políticos de tevé, soy alguien interesado en la actualidad. Y siempre he sido respetuoso de lo que piensan los demás. Pero no puedo enterarme de un día para el otro de que aparezco como adherente a un político si no me lo consultan antes. Te cuento algo: me ofrecieron mil veces cobrar más de lo que había que cobrar por tocar en shows organizados por el Estado y me negué sistemáticamente; y conozco muchos que han cobrado más de lo que tenían que cobrar. No juzgo a nadie, no es mi función, pero ¡aparecía segundo en una lista en la que no quería estar! Cuando conté todo esto en Facebook, se armó revuelo. Apareció gente muy agresiva, tipos muy resentidos que están al pedo y se descargan puteando en las redes sociales. No sé, viene «Carlitos29» y te dice «sos un falopero de mierda». Y eso lo ve mi hijo. Yo uso Facebook y Twitter con mucha moderación. Twitter sobre todo para hacer chistes. Después vino lo de la amenaza, alguien que dejó un papel en la puerta de mi casa, una pavada. Me acuerdo de que me entrevistaron en tn y que ellos presentaban la nota con el título «Marcelo Moura amenazado por aclarar que no es parte de Músicos con Cristina». Yo les decía «me amenazaron, pero no sé si es por eso o no porque no lo aclaraban». Y ellos me contestaban «nosotros tampoco sabemos». «¡Entonces saquen el zócalo que dice que es por lo de Músicos con Cristina!». Hay un enorme grado de locura. Nunca fui antikirchnerista, hice miles de cosas con ellos. Pero básicamente estoy a favor de todo lo que me parece bien y en contra de todo lo que me parece mal. No soy incondicional de nadie. Ni siquiera de mi mujer, de mis hijos o de mi madre. Si creo que algo está bien, lo digo; y si me parece que está mal, también. No podemos vivir en este estado anacrónico de división: si decís esto, estás de este lado; si decís esto otro, estás enfrente. Hay que aflojar con la exaltación.
–¿Quedaste conforme con el resultado de Virus, el libro en el que contás la historia de la banda?
–Sí, fue arduo hacerlo, me llevó más de ocho meses y usé sobre todo la memoria. Es una visión subjetiva, obviamente. Pero me preguntan cosas insólitas. Por qué no hablo de las drogas, por ejemplo. Y no hablo porque no fueron un elemento importante para Virus. Eso no quiere decir que nadie consumía, pero las drogas no tuvieron un rol en el desarrollo de la banda. Federico ni siquiera tomaba alcohol. A mí no me gusta el sushi: no voy a escribir un ensayo sobre eso… Cuando arranqué con la idea del libro me compré un cuaderno Gloria y me puse a escribir a las chapas, en mi casa, en la plaza y en la playa, cuando me fui para terminarlo el último mes. No usé Google, puse lo que me acordaba, que era muchísimo. Y Ana Naón, mi exmujer, me ayudó mucho en la escritura y la edición final.
–En la presentación, en la Feria del Libro, al final hiciste un minishow que cerraste con «Prófugos», un tema de Soda. ¿Qué recuerdo te quedó de Cerati?
–El mejor. El otro día agarré en televisión un concierto de Gustavo en Viña del Mar y me emocioné mucho. Era un gran artista. En la despedida de Soda en River estuve en el camarín y Gustavo me dio un gran abrazo no bien me vio. Teníamos una conexión especial, a pesar de que no nos veíamos tan asiduamente. Lo fui a ver cuando estaba internado en Núñez, ya sobre el final. Y fue una experiencia muy fuerte. Cuando llegué, entré por un pasillo. Gustavo estaba en un cuarto, yo no lo veía. Me puse a hablar con la mamá y empezó a sonar una alarma. «Reconoció tu voz», me dice ella. Entramos y estaba en un sillón especial, vestido como para salir, con los ojos cerrados. Le agarré una mano y le hablé una hora y pico. Cuando me paro para irme, suena otra vez la alarma. «No quiere que te vayas», me asegura la madre. Gustavo tenía un sensor en el dedo y se expresaba de esa manera. Me quedé una hora más. Yo creo que lo que pasó fue una liberación para él y para su familia. Médicamente no había posibilidades. Era alguien encarcelado en un cuerpo.
—Alejandro Lingenti
Fotos: Juan C. Quiles/3Estudio