De cerca | ERNESTO ALTERIO

El deseo de actuar

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Alejandro Lingenti

Radicado en Madrid desde la infancia, el intérprete que se luce en la serie Santa Evita repasa su historia, describe su oficio y habla de su padre.

Hay un personaje clave en la serie Santa Evita, una de las más esperadas por la audiencia, estrenada por la plataforma Star+ en junio pasado y empujada muy pronto hacia el terreno fangoso de esa discusión interminable que enfrenta a los exégetas del peronismo con sus furiosos detractores: es un militar que en esta ficción basada en la exitosa novela de Tomás Eloy Martínez se llama igual que el personaje de la vida real en el que está inspirado (Carlos Eugenio Moori Koenig, jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército) y es interpretado magníficamente por Ernesto Alterio. Lo que consiguió con su trabajo de composición fue notable: transmitir esa inquietud que normalmente despierta un personaje tan siniestro no solo con lo que dice, sino también con la mirada, la actitud corporal y la manera de expresarse.
Moori Koenig estuvo directamente involucrado con el secuestro del cadáver de Eva Perón y su insólito derrotero posterior, ese hecho oscurísimo de la historia argentina cuya perversión captura tan bien «Esa mujer», el famoso relato de Rodolfo Walsh. Otro desafío profesional que se suma en el recorrido por la historia argentina que este actor de 52 años viene haciendo a través de la ficción, como si estuviera destinado a reconstruir un pasado que estreche todavía más la relación con el país que lo vio nacer y del que tuvo que emigrar prematuramente de la mano de una familia amenazada. Como otros tantos artistas argentinos, Héctor Alterio, el padre de Ernesto, uno de los actores argentinos más prestigiosos de su generación, tuvo que exiliarse en los inicios de los convulsionados años 70 para preservar su seguridad.

«Me encanta que haya posibilidades de trabajo en Argentina, pero nunca me he planteado volver. Tengo un lindo vínculo, pero pasé toda mi vida en Madrid.»

Ernesto creció entonces en Madrid, la ciudad en la que vive desde que era un niño con edad de jardín de infantes. Con el paso del tiempo, su carrera empezó a tener cada vez más puntos de contacto con la historia de un país con el que siempre mantuvo un vínculo fuerte a través de películas como Las viudas de los jueves (2009) e Infancia clandestina (2011), o la serie Vientos de agua (2006). La lucha armada de los 70 y sus consecuencias, y la llegada de los inmigrantes europeos en los inicios del siglo pasado, son dos hechos que, de maneras distintas, configuraron la identidad argentina, esa a la que Alterio no renuncia. «Soy tan argentino como español», dice él sobre esa doble pertenencia. Formado en la Escuela de Arte Dramático con Cristina Rota y Daniel Sánchez Arévalo, Alterio también tomó clases de danza con Agustín Bellusci. A su vez se dedicó a la pintura y expuso muchas veces su obra en distintos espacios de Madrid.
Empezó a trabajar en teatro a fines de los 80 y luego acumuló experiencia en cine (ya participó en medio centenar de películas) y en televisión. Recientemente se estrenó en España El cuarto pasajero, en la que trabajó otra vez bajo la dirección de Álex de la Iglesia, como en Perfectos desconocidos. En marzo próximo se lo podrá ver en la serie de Netflix Griselda, filmada en Estados Unidos y con la colombiana Sofía Vergara en el papel de la narcotraficante colombiana Griselda Blanco, conocida como «la madrina de la cocaína». También se estrenará pronto Mari(dos), comedia de la valenciana Lucía Alemanyen la que comparte protagonismo con el sevillano Paco León. Y viene presentando en diferentes escenarios de España el espectáculo Historia de un soldado, una obra que Igor Stravinsky escribió para una orquesta de cámara y un actor. En ese proyecto tiene como socio al compositor Fabián Panisello, que dirige al conjunto instrumental Plural Ensemble. Alterio interpreta a los tres personajes de la pieza y también es el narrador. Y volverá a la Argentina el año que viene para rodar en Buenos Aires una película titulada Músicas
–¿Pensó alguna vez en volver a vivir en Argentina?
–La verdad es que no. Me encanta que haya posibilidades de trabajo en Argentina, pero nunca me he planteado la idea de volver. Tengo un lindo vínculo con el país, tengo familia y amigos, pero pasé casi toda mi vida en Madrid, que es una ciudad que me gusta mucho, que tiene mucha calidez y muy buena calidad de vida. Para mí Madrid tiene algo de pueblo. Sería como un pueblo de lujo. Me encanta caminar por sus calles, vivo muy cómodo en Madrid. Y tengo recuerdos muy lindos de mi infancia. Yo llegué con mis padres en 1974. Al principio vivíamos a tres cuadras del Santiago Bernabeu, el estadio del Real Madrid. Entonces pasé muchos años escuchando los goles del Madrid desde casa. Con unos primos y algunos amigos lavábamos los coches de la gente que iba a ver los partidos por 100 pesetas. La mandábamos al frente a mi hermana más chiquita, porque eso despertaba más ternura en los potenciales clientes.

Siniestro. Caracterizado como Moori Koenig, el oscuro personaje de la serie.

–¿Cuándo empezó a interesarse por la actuación?
–De chico rechazaba la idea de ser actor porque me cansaba que me preguntaran todo el tiempo: «¿Vas a ser actor? ¿Vas a ser como tu papá?». Pero jugaba bastante alrededor de la idea de actuar. Fue un deseo que se impuso de a poco. El momento decisivo fue cuando una tía, Norma Bacaicoa, hermana de mi mamá, que es psicóloga, me llevó a ver una versión que dirigió ella de Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu. Me entusiasmé y le pregunté a ella cómo podía empezar a explorar ese mundo. Fue la primera persona que supo de ese deseo. Yo tenía 16, 17 años y no sabía muy bien qué quería hacer. Estudiaba historia, me interesaba la fotografía. Después empecé a profundizar en el campo de la actuación.

«Me gusta trabajar con Álex de la Iglesia, pegamos mucha química. Le encanta explorar los límites de los personajes, y eso siempre es un estímulo.»

–Y con el tiempo la relación con la profesión de su padre habrá sido de mayor complicidad.  
–Cambió con el paso de los años, como es lógico. De chico me impresionaba verlo actuar. Había algo que me costó mucho colocar en mi mapa mental. Me preguntaba «¿Por qué mi papá hace esas cosas?». Cuando todavía estábamos en Argentina, yo era muy chiquito y cada vez que veía la publicidad de La tregua pateaba el televisor. Pasaban una escena en la que mi papá y Ana María Picchio se besaban y yo no lo podía entender. Ahora ya no le pego más patadas a los televisores, y lo veo como una ventaja porque mi padre se manejó en la profesión siempre con rigor, seriedad y sencillez. Es una buena referencia. 
–Se acaba de estrenar una película en la que lo dirigió Álex de la Iglesia, uno de los directores españoles más populares, con una personalidad muy marcada. Ya es la segunda experiencia con él, ¿cómo se llevan?
–Me gusta trabajar con él, pegamos mucha química. Le encanta explorar los límites de los personajes, y eso siempre es un estímulo. Pero debo decir que también es un director intenso. Es divertido, pero muy exigente.
–¿Fue difícil la construcción del personaje que interpretó en Santa Evita? Es un militar bastante misterioso, del que hay muy pocas imágenes.   
–Mi interpretación es parte de una mirada concreta, la del autor de la novela en la que está basada la serie. Es una serie basada en una ficción sobre un hecho histórico. Me tocó un personaje muy rico, con elementos muy atractivos para interpretarlo. Además de la novela, me sumergí mucho en «Esa mujer», el famoso cuento de Rodolfo Walsh. Moori Koenig era un militar del área de inteligencia, de ahí su perfil misterioso. Busqué una manera de hablar que engranara con esa personalidad. Y también intenté construir a Eva y a Perón desde la cabeza de este militar, documentándome, poniendo en juego mi cuerpo y mi imaginación, interactuando con mis compañeros, que hicieron un gran trabajo. Y no hablo solo del elenco, también el Chango Monti y Mercedes Alfonsín aportaron mucho con la fotografía y la escenografía para que todo fuera más fácil. Otra cosa que hice fue pintar obsesivamente durante todo el proceso de trabajo retratos de Eva. Era una manera de poner en acción la obsesión, algo que marcaba la personalidad de este hombre al que estaba interpretando.
–¿Qué imagen tiene hoy de Eva?  
–Creo que es una de las mujeres más importantes de la historia política argentina. Su legado es enorme. Fue alguien que luchó muchísimo por los derechos de los más necesitados.
–En Argentina la serie quedó un poco atrapada en la omnipresente discusión de la grieta. ¿Cómo ve ese enfrentamiento desde España? 
–En España también existe una grieta. Hay sectores importantes de la sociedad que están muy polarizados y hay muchos asuntos espesos que no están resueltos. En Argentina, después de la dictadura se juzgó a los militares responsables del golpe. Eso que cuenta justamente la película Argentina, 1985 de Santiago Mitre y que pone en perspectiva algo que en España no sucedió. En España hubo una dictadura mucho más larga que la argentina, de 40 años, con persecuciones, represión, fosas comunes, muertos sin identificar. Y es una herida que sigue abierta. Creo que en Argentina puede haber más intensidad en la discusión porque los argentinos son muy pasionales. 

«En Santa Evita me tocó un personaje muy rico, con elementos muy atractivos para interpretarlo. Además de la novela, me sumergí en “Esa mujer” de Walsh.»

–¿Qué consejo le daría a alguien que quiere empezar con la actuación?
–Lo que hay que tener claro es el deseo de actuar, que es en definitiva lo que te va a  sostener. Tener una relación honesta con tu deseo de ser actor es importante porque es una carrera llena de incertidumbre, con muchos altibajos. Vas a tener todo tipo de experiencias siendo actor, buenas y malas. Lo único que te sostendrá es el deseo, insisto. Hoy veo que muchos chicos que empiezan están muy condicionados por la fama, pareciera que más que actores quieren ser famosos. Y la fama no te sostiene, es puro cuento, como bien sabemos.

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