De cerca | ENTREVISTA A CLAUDIA PIÑEIRO

«Escribo en medio del caos»

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Osvaldo Aguirre - Fotos: 3Estudio/Juan Quiles

Finalista del International Booker Prize, la autora suma lectores en Inglaterra y China. La novela Catedrales y la serie El Reino, entre la realidad y la ficción.

La primera mitad del año transcurrió con un ritmo intenso para Claudia Piñeiro. En marzo recibió en Tenerife un premio por su trayectoria en el género negro y presentó su última novela, Catedrales. Viajó en mayo a Madrid, donde El Reino, cuyo guion escribió junto a Marcelo Piñeyro, obtuvo el premio Platino a la mejor miniserie iberoamericana. Y en el mismo mes estuvo en Londres donde otra novela suya, Elena sabe, fue finalista del International Booker Prize que distingue a las mejores obras traducidas al inglés. Y lo que viene no es menos productivo.
«Estoy tratando de terminar una novela», cuenta la escritora en su casa, frente al Jardín Botánico de Buenos Aires. «Es difícil entre los viajes, las entrevistas y las lecturas, pero estoy acostumbrada a escribir así. Además, hice los guiones para la segunda temporada de El Reino y cada tanto hay que reescribir alguna escena o retocar diálogos; lo que viene ahora con la serie es la grabación y la posproducción».
Nacida en Buenos Aires, Piñeiro es autora de novelas tan reconocidas como Las viudas de los jueves (2005), Las grietas de Jara (2009, premio Sor Juana Inés de la Cruz), Betibú (2011) y Una suerte pequeña (2015). También publicó relatos para niños y obras de teatro, y en los últimos años tuvo una participación destacada en el activismo por los derechos de las mujeres y la despenalización del aborto. La militancia feminista fue precisamente uno de los cargos que le formuló la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (Aciera) en un comunicado que cuestionó «el mensaje» a propósito de la religión que supuestamente transmitía El Reino, la serie estrenada en 2021.
–¿Cómo analizás la polémica que generó la crítica de Aciera?
–Cuando una organización importante, con peso político, hace una manifestación de ese tipo, centrada en mi persona más que en ningún otro integrante del equipo, por ser feminista y haber estado a favor del aborto, te da miedo. Muchas personas me decían «fijate toda la gente que te apoyó», y yo lo valoro muchísimo y eso compensa. Sin embargo, nunca se sabe dónde terminan esas acciones de condena. Tengo una amiga que es actriz, y el otro día le pegaron por la calle después de un ataque del mismo tipo. Por otra parte, un exsenador provincial y pastor evangélico de Mendoza que también habló mal de mí y pidió censurar la serie (N. de la R.: Héctor Bonarrico) ahora está involucrado en un caso de corrupción relacionado con un subsidio millonario. Un pastor que fue director de Aciera durante muchos años (N. de la R.: Hugo Castro, de la Iglesia Biblia Abierta) dos meses después del comunicado fue denunciado por veinte abusos contra mujeres. Pero, mientras tanto, las acusaciones circulan, perturban tu trabajo, generan situaciones. «¿Qué hago con la segunda temporada? ¿La escribo igual, la escribo distinta?», me preguntaba. Uno después se recompone, pero ese tipo de cosas no te dejan de pasar por la cabeza.

«Siempre pensamos en violencia religiosa cuando hablamos de fanáticos de religiones que no son las nuestras, que están en países lejanos y hablan otros idiomas.»

–¿Cómo fue, finalmente, escribir el guion para la segunda temporada de El Reino?
–Después pasó el tiempo entre una cosa y la otra. Además de las cuestiones relacionadas con la censura recibimos infinidad de mensajes de distinto tipo, desde las ciencias sociales hasta pastores y fieles de las Iglesias, diciéndonos cómo debería ser la segunda temporada y qué cosas teníamos que mejorar y hacer. Todos se contradicen: tenés fieles que hablan bien de las Iglesias y fieles que hablan mal, pastores que elogian la serie y pastores que la critican, y desde las ciencias sociales hay quienes dicen que la serie refleja lo que pasa en la sociedad y quienes lo niegan. No podés hacer caso a todos. Entonces lo que tenés que hacer es seguir trabajando con la ficción.

–En la novela Catedrales aparece entre otros temas la violencia religiosa. No es frecuente asociar un culto con acciones de violencia. ¿Cómo lo entendés?
–Siempre pensamos en violencia religiosa cuando hablamos de fanáticos de religiones que no son las nuestras, que están en países muy lejanos y hablan otros idiomas. Sin embargo, durante los últimos años hemos visto grupos de católicos que van a un hospital, se meten en un pasillo e intentan impedir que una niña violada por un familiar llegue al quirófano. Vemos el fanatismo religioso en un fenómeno exótico y no lo notamos en el vecino, en nuestro tío, en nosotros mismos. Lo que más me impacta de esos fanatismos es la pretensión de que la religión en la que alguien cree rija también la vida de los demás.
Catedrales plantea una fuerte impugnación al discurso de la Iglesia católica alrededor del aborto. ¿Qué repercusiones tuvo?
–Los libros no tienen el mismo efecto que las películas. Liliana Escliar y Marisa Grinstein no tuvieron problemas cuando publicaron Mujeres asesinas, hasta que el libro se convirtió en una serie de televisión. La serie tiene otra dimensión, hay otro dinero en la industria. Con Catedrales no tuve ningún problema. Por otra parte, la religión católica está más acostumbrada a que aparezcan libros críticos, hay un entrenamiento mayor; para el evangelismo fue como un shock que se opinara sobre ellos a partir de una serie.
–Tanto la novela como el guion de la serie muestran un conocimiento preciso del discurso religioso. ¿Cómo fue el trabajo de documentación?
–Fui a un colegio católico en la secundaria. Creo que me pasó como a muchos argentinos: vivía en un pueblo donde el mejor colegio era un colegio de monjas. Mi familia, por otro lado, es católica, mi bisabuela iba a misa todos los días, mi abuela y mi madre iban a misa los fines de semana. Por otra parte, tengo un hijo que es sociólogo y estudió teoría de las religiones, por lo que me ayudó bastante cuando quise buscar referencias más específicas tanto para El Reino como para Catedrales. Y siempre encontrás algo en la Biblia: es como un Aleph y por algo Borges y otros escritores la han estudiado tanto.

«Antes los relatos policiales terminaban con el asesino preso. Uno ya no pretende que terminen de esa manera, pero por lo menos espera que se sepa la verdad.»

–Uno de los protagonistas de tu última novela, Alfredo, plantea además la experiencia de la vejez y la inminencia de la muerte, como Elena, por ejemplo, en Elena sabe.
–No había pensado en la relación con Elena, pero puede ser. El personaje de Alfredo incorpora la búsqueda de tantos padres que vemos hoy. Por ejemplo el padre de Paulina Lebbos, en Tucumán, que trata de que se mantenga la causa abierta después de tantos años. Y como él hay tantos padres y madres en Latinoamérica preguntando qué pasó con sus hijos. Eso fue lo que me resonó para crear el personaje: los padres que no se cansan de seguir buscando la verdad, que se haga justicia, mientras pasan los años.

–«La verdad que se nos niega duele hasta el último día», dice Alfredo. Y la verdad, además, es un problema clásico del género policial. ¿Cómo lo pensás desde la literatura?
–Antes los relatos policiales terminaban con el asesino preso. Uno ya no pretende que terminen de esa manera, pero por lo menos espera que se sepa la verdad. Incluso, en el final de Blanco nocturno, Ricardo Piglia dice que no sabe si puede llegar a la verdad. A lo mejor tenemos que aceptar la incertidumbre. Pero estábamos acostumbrados a que el policial iba a responder la pregunta de quién cometió el crimen y por qué. Es algo que trabajé bastante en Betibú. La frase de Alfredo que citás va en paralelo con otra: él también dice que «a veces estamos ahí, cerca de la verdad, nos falta dar un paso y no nos atrevemos porque sabemos que el dolor va a ser muy grande». Por eso prepara todo para que su nieto y su hija Lía, que vive fuera del país, se conozcan y decidan juntos si van a dar ese paso hacia la verdad.
–¿Catedrales surgió en relación con tu activismo por la despenalización del aborto?
–Desde Tuya, mi primera novela, el tema del aborto está en mis novelas. En Las viudas de los jueves está la violencia de género, en Elena sabe el aborto, en Una suerte pequeña el derecho a no ser madre. Siempre que empiezo a escribir una novela hay una imagen disparadora, y en Catedrales fue una chica que entraba a una iglesia, se sentaba en el último banco y esperaba un reparo que no llegaba. Pensaba qué le pasaba a esa chica, por qué estaba ahí, y el tema del aborto me rondaba. A la luz de la lucha por la ley parecía que me aprovechaba, cuando desde un primer momento estuvo en mi literatura. En 2018 se abrió un debate, una palabra que estaba prohibida empezó a circular y entonces pude hablar más públicamente de algo de lo que hablaba en los libros. Trataba de correrme, de hacer otra cosa, pero era natural para la historia y finalmente dije «bueno, me voy a relajar y voy a escribir la novela que hubiera sido aun sin la ley del aborto».

«El Booker Prize te da una visibilidad impresionante: Elena sabe estaba en todas las librerías. Y eso generó una corriente expansiva en otros idiomas.»

–Recibiste premios muy importantes. ¿Qué implicó el hecho de ser finalista del Booker Prize?
–De por sí, el hecho de que traduzcan un libro al inglés es importante y difícil, porque solamente el 4% de los libros que se publican en Inglaterra son traducciones. El hecho de ser finalista del Booker Prize te da una visibilidad impresionante: Elena sabe circuló por todos lados, estaba en todas las librerías. Fue emocionante, y generó una corriente expansiva en otros idiomas, porque salieron traducciones en países donde no estaba traducida. Por ejemplo, en China, Albania y Rumania; en Brasil estuve traducida por Las viudas de los jueves y ahora vuelvo. Elena sabe arrastra otros títulos; en China sale también Una suerte pequeña.
–¿Qué necesitás para ponerte a escribir?
–Soy muy trabajadora; es sentarme y escribir. No necesito un lugar ni condiciones específicas, incluso en los viajes escribo en los aviones y en los hoteles. A veces pienso que es una habilidad que desarrollamos las mujeres: tenemos que hacer lo que sea y con el ruido que haya alrededor. Mi vida como mujer ha sido así: atender a los chicos, hacer otras cosas a la vez y, mientras tanto, escribir. Estoy acostumbrada a trabajar en medio del caos. Algunos compañeros se levantan a la mañana o se quedan a la noche con un silencio absoluto y trabajan en esas condiciones. No sé si los envidio, pero es una realidad muy diferente a la que he vivido.

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