Lleva publicados alrededor de 30 libros que lo posicionan como uno de los principales referentes de la poesía española actual. La importancia del pensamiento a la hora de trabajar con las palabras. Su compromiso político y su candidatura a la Alcaldía de Madrid por Izquierda Unida.
29 de marzo de 2017
Con una treintena de libros publicados y una considerable cantidad de premios, Luis García Montero es uno de los protagonistas principales, y probablemente el más conocido, de la actual poesía española, además de destacado columnista en diarios de su país y excandidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid por Izquierda Unida. También novelista, ensayista y profesor de Literatura, García Montero nació en 1958 en Granada, donde integró el grupo impulsor de la «poesía de la experiencia», una propuesta que tuvo vasta influencia en el panorama poético de España.
De paso hacia Santa Fe, invitado por la Universidad del Litoral, y un rato antes de ofrecer una lectura de poemas en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, el poeta inició su diálogo con Acción haciendo un balance de los casi 37 años transcurridos desde su primer libro, Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn. «Algo que me ha quedado en claro es que para mí realizarme como persona ha sido entregarme a la poesía. Que es una indagación en la conciencia individual, y eso es desde el principio una necesidad», señaló.
–¿Por qué es una necesidad?
–Porque los que hemos conocido todo el desarrollo tecnológico de fines del siglo XX y principios del XXI, nos hemos encontrado con un mundo que ha elaborado complejísimos modos de control de las conciencias. Cuando uno va por el mundo se encuentra con mucha gente que se considera original por decir lo primero que se le ocurre, y a mí la poesía me ha enseñado que, cuando dices lo primero que se te ocurre, casi siempre repites como un loro lo que flota en el ambiente. Lo que se han encargado de poner en la cabeza de las personas como una corriente de opinión, un pensamiento único, una moda, un hábito. Bueno, yo desde siempre he considerado el género como un ejercicio de conocimiento para hacerte dueño de las propias opiniones y para pensar las cosas varias veces. Para mí el pensamiento en el lenguaje, el buscar el matiz, el buscar la palabra precisa, es un esfuerzo para negarme a lo evidente, a los dogmas, a las corrientes de opinión, y a partir de ahí en mis poemas reflexiono sobre mis sentimientos, mi relación con el mundo, mi relación con la palabra. Lo que sí noto que ha cambiado en estos años es que antes tenía urgencia por encontrar mi propio mundo y la virtud era la impaciencia de buscar, de indagar, pero ahora me parece que la virtud es la paciencia.
–¿A qué se debe ese cambio?
–Es que, para un poeta, el peor de los peligros es acabar repitiendo como un recetario lo que ya está hecho y perder la energía de la verdad que debe tener un poema cuando uno lo escribe. Tengo miedo de volver a escribir el poema que ya hice o de volver a utilizar lo que les gustó a algunos amigos o lo que les gustó a algunos lectores y se puede confundir con un momento de éxito. Ahora me gusta la lentitud, para dejar que salgan cosas nuevas que decir.
–Es decir que la poesía sería por un lado un trabajo y por otro lado una atención hacia algo.
–Por supuesto, no creo que la poesía sea un desahogo, exige mucha atención y mucho trabajo. Me gusta distinguir entre lo que significa tener un trabajo y tener un oficio. El trabajo es lo que hacemos todos para poder tener un salario y poder pagar las facturas de nuestra vida. En los tiempos que corren en España, no seré yo el que diga que no es una suerte tener trabajo, pero mucho mejor es tener un oficio. No es solo que te dediques a algo para que te paguen a fin de mes, sino que te dedicas a algo porque es tu vocación. Y creo además que el oficio es el primer ámbito de compromiso con una sociedad, es lo que genera una condición de ciudadanía. Por ejemplo, alguien que tiene vocación de profesor no solo está esperando recibir un sueldo a fin de mes, sino que quiere también formar a los alumnos, se toma en serio la educación. O un médico que tiene vocación quiere ser un médico bueno para tratar con dignidad a los enfermos, porque eso es lo que humaniza su trabajo y lo que lo compromete con la sociedad. En ese sentido, para mí la poesía es un oficio: el que quiera aprender tiene que dedicarle tiempo, sobre todo a leer, a recibir la lección de los mayores, a escoger las tradiciones, a formarse. Pero al mismo tiempo es también una vocación y algo que tiene que ver con mi desarrollo personal, con el conocimiento de mí mismo, de lo que yo soy.
–Esa manera de entender el oficio iría a contramano de la demanda de la sociedad en la que vivimos: hay que cumplir rápido, sin importar cómo.
–Como profesor me doy cuenta de que esta sociedad, más que gente formada lo que quiere es gente fácil de manipular. Y me doy cuenta de que la palabra «cultura» ha tenido un deterioro muy fuerte: antes era formación personal, educación de una conciencia crítica, tomar decisiones éticas sobre el mundo, y ahora se entiende por cultura el entretenimiento barato, el entretenimiento zafio para las horas de ocio. Formación para el mercado de trabajo de gente que venda su mano de obra sin un compromiso muy fuerte y teniendo más un puesto de trabajo que una vocación o que un oficio. Te decía que para mí la poesía es el intento de no decir lo primero que se me ocurre, y eso significa levantar la mano y decir «oiga, antes de dar mi opinión quiero tiempo». Porque la verdadera libertad no creo yo que nos la juguemos cuando decimos lo que pensamos: el derecho a decir lo que pensamos está muy bien, pero donde se juega uno la verdadera libertad es en la posibilidad de pensar lo que dices. Y en ese sentido, para mí la cultura necesita de una idea del tiempo que yo, claro, veo representada en la poesía. Las sociedades de consumo han conseguido fundar el tiempo en una idea del usar y tirar, como si fuera un objeto de consumo.
–Tal como se ve en Facebook o en Twitter, esa tendencia a decir lo primero parece reemplazar el diálogo y el pensamiento por un intercambio de ocurrencias.
–Fíjate por ejemplo Internet, o el nuevo periodismo digital. Yo soy muy partidario de los nuevos medios, porque hablar de prensa libre es una ironía en una sociedad donde la mayoría de la prensa está en manos de las grandes empresas, de los grandes bancos, de los grandes fondos de inversión, y donde las editoriales de los periódicos las escriben la gente del mundo del dinero. Creo mucho en los espacios de libertad que está dejando Internet, pero una herramienta se puede utilizar bien o se puede utilizar mal, y compruebo cómo la prensa en Internet se somete al tiempo del usar y tirar. No pensar lo que se dice, decir lo que se piensa como si estuviera uno en la barra de un bar, opinar sobre artículos sin tomarse la molestia de decir «bueno, a lo mejor el que está opinando ha pensado sobre esto más que yo», o sin tener el tiempo necesario para leerse el artículo. La poesía, para mí, forma parte de ese tiempo narrativo que tiene mucho que ver con la memoria.
–¿Qué sería el tiempo narrativo?
–Que nos gusta contar, y el contar crea comunidad. Somos herederos de una memoria, de una historia, y no puede haber un compromiso serio con el porvenir que no venga de la toma de conciencia de que venimos del pasado. Hoy, a los cinco minutos de salir, una noticia en televisión ha quedado envejecida. En España en cuanto dices «qué pasó en el franquismo», te dicen «uy, eso está trasnochado». Yo nací en la dictadura, vengo de las víctimas de la dictadura, ¿cómo ahora me piden ustedes que olvide como si ya no fuese parte de mí esa historia? Bueno, pues a todo eso me refiero cuando hablo de un tiempo con dimensión histórica que sea el tiempo de la comunidad, de la memoria, de lo que construye responsabilidades humanas, frente al tiempo de la desmemoria y del usar y tirar, que es el tiempo del consumo.
–¿Cómo puede la poesía romper con una situación tan desfavorable?
–A mí con la poesía me pasa lo mismo que con las clases: yo sé lo mal que está la educación en mi país, lo poco que invierte el gobierno en educación pública, lo mal que está la televisión. Los alumnos ahora no se socializan en un colegio, se socializan en la televisión o en las redes sociales. Impera la telebasura y el mercantilismo más radical. Pero cuando cierro la puerta del aula digo «ahora la responsabilidad es mía, cómo me las arreglo yo para en esta situación emocionar a mis alumnos con un poema o con una historia que tenga que ver con el pasado que nos cuenta la literatura». Y con la poesía ocurre lo mismo: yo acabo siempre en el título de un libro de uno de mis maestros, Ángel González, que en pleno franquismo, cuando no había esperanza ninguna de derrotar al franquismo, escribió un libro titulado Sin esperanza, con convencimiento. No creo que los poetas seamos unos ingenuos, optimistas baratos, pero necesitamos vivir como si las cosas tuvieran arreglo porque respondemos a nuestro convencimiento, no a esperanzas superficiales.
–En tu caso, eso incluye también participar en política.
–Mira, yo empecé a militar en el Partido Comunista en 1976. Después, cuando viajé con Rafael Alberti por Europa y vi lo que en nombre del comunismo se había hecho en Rumania o en Checoslovaquia, me distancié de la fe en una militancia ortodoxa del comunismo sin perder mi postura anticapitalista. Soy un militante anticapitalista, pero no creo en gente que quiera convertirme en un burócrata que responda a las consignas de un Estado donde no es posible la disidencia. Pero en 1986, el Partido Socialista ganó las elecciones prometiendo la salida de España de la OTAN y, una vez que Felipe González estuvo en el gobierno, se abrió un referendo, y en quince días fue tal la manipulación de la prensa que se cambió la opinión de los españoles y acabó ganando el «sí». En esa situación se creó un partido, favorecido por el Partido Comunista, pero mucho más amplio, de movimiento, con ecologistas, feministas y demás, que fue Izquierda Unida, que ayudé a fundar.
–¿Y la candidatura a la presidencia de la Alcaldía de Madrid?
–Era un momento muy difícil, porque un grupo de jóvenes nacido de Izquierda Unida había fundado Podemos y se había convertido en una moda que llevaba a la desaparición de Izquierda Unida. A mí me pidieron que me presentara, y me presenté de manera testimonial para hundirme con el barco, digamos. Yo he militado mucho como poeta y como escritor, para leer un manifiesto, para apoyar la memoria de los desaparecidos, en contra de los bombardeos a Irak. Mi militancia ha sido esa más que las peleas de despacho donde los políticos profesionales se matan unos a otros para ver quién se hace con el poder. Entonces, yo quería testimoniar que el compromiso político es también con unas ideas y con unos valores. Y por eso dije que sí, si no yo estoy mucho más tranquilo con mis clases de literatura y con mis libros de poemas.