14 de enero de 2024
El autor de «Esperándolo a Tito» acepta un viaje con, entre otros, Borges, Fontanarrosa y Soriano para pensar la pelota, la literatura y la vida. Pasión y refugios frente al negocio que aturde.
Un fabricante de ficciones no podría negarse a aceptar una ficción. Por eso, Eduardo Sacheri oye unas preguntas enlazadas con la ficción y sonríe. Esta es una conversación de literatura y de fútbol que solo se vuelve posible porque el ficcionista Sacheri –desde su cuento futbolero «Esperándolo a Tito» hasta su última novela, no futbolera, Nosotros dos en la tormenta– acepta pensar sin ficciones a partir de los nombres de grandes ficcionistas. Ahí va.
–De golpe, por milagro o por crack, reaparece por acá Roberto Fontanarrosa y, claro, narra a partir del fútbol. ¿Qué escribiría?
–Tendría que empezar por rendirle un homenaje a la Copa que ganó Central. Cuando ganó Central, lo primero que pensé fue en el Negro. Cualquier cosa que él escribiera seguiría siendo necesaria. Fontanarrosa siempre juntó un agudísimo sentido de la observación con una profundísima pertenencia amorosa a ese mundo del fútbol. Fontanarrosa no solo lo miraba y lo contaba: lo amaba. Y apelaba al humor. El humor siempre es una salvaguarda, siempre es un salvavidas. Es como un flotador al que te agarrás en el mar más embravecido. Sería hermoso poder leerlo.
«Ese extrañamiento, eso de que lo que encontramos en el fútbol no nos gusta del todo, generó que halláramos en la literatura un refugio.»
–Y si el Negro te dice: «Acá estoy con un amigo: Osvaldo Soriano», ¿qué escribiría Soriano?
–Qué bueno que estuvieran los dos. Si lo trae al Gordo Soriano, para mí es el dúo de los imprescindibles a nivel cuentos de fútbol. Si vas al ensayo o al periodismo deportivo, proliferan autores. Ambos comparten el conocimiento futbolero profundo y el amor. Luego, entra la índole de cada uno de ellos y lo de Soriano no es el humor: siempre me dio la sensación de que cargaba con una melancolía que se traducía en su manera de ver y de narrar al fútbol. Entre los dos completan un mundo narrativo. Los dos abarcan un montón de cosas. Nadie como Fontanarrosa tuvo un acercamiento a los hinchas en tanto parte del asunto, algo que me parece esencial. Y nadie como Soriano supo narrar a los clubes miserables, miserables en el sentido de que están perdidos en el medio de la nada y jugaban en ligas que no les importaban más que a los jugadores y a los cuatro dirigentes que lo manejaban desde el bufet del club. Me lo imagino escribiendo eso, entre otras cosas.
–Ahora Fontanarrosa y Soriano se van y los sustituye alguien que tiene una relación antagónica con el fútbol. Viene Jorge Luis Borges y es testigo de que, a diferencia de su tiempo, ahora mucha gente publica sobre este tema. ¿Cómo se lo explicarías?
–Borges, sobre todo, es inteligente. Y creo que la inteligencia siempre incluye un lugar para la duda. Hasta para la duda sobre lo que hemos sostenido. El desprecio de Borges hacia el fútbol integra un clima de época. No solo en los círculos en los que se movía Borges, sino también en aquellos de los que Borges se diferenciaba y con los que discutía. Todos estaban bastante de acuerdo en eso: mirar al fútbol como algo menor. Tanto por derecha como por izquierda. En la derecha liberal de la que Borges formaba parte, el fútbol era visto como una cosa populachera, carnavalesca, desbordada, inculta. Pero desde una mirada de izquierda muy de cuadro, teórica, representaba un sucedáneo de la religión como opio de los pueblos, un distractivo que alejaba a la clase obrera de su verdadera misión emancipadora. El fútbol fue uno de los últimos registros de lo popular en ser aceptado como algo meritorio, como algo deseable. Hasta en los años sesenta, cuando hay un montón de áreas que empiezan a recibir una hospitalidad mayor de lo literario, al fútbol le falta esa hospitalidad. Y eso más allá de trabajos como Literatura de la pelota, de Roberto Santoro, de1971. Ojo: el fútbol hace méritos para eso. Y conste que lo amo.
–¿Qué méritos?
–El fútbol es tan múltiple que también tiene áreas detestables. Si Borges resucita y le enciendo el televisor no para ver un partido o para escuchar una hinchada, sino para que estén siete tipos en un panel que discuten a los gritos, entonces no sé si tengo tantos argumentos que lo convenzan. No estoy diciendo que el fútbol se convirtió solo en eso: el fútbol es un montón de cosas siempre. Muchas me encantan y otras no y esas que no me gustan se siguen multiplicando. El periodismo deportivo, por ejemplo, en otros tiempos era mucho más homogéneamente valioso que lo que es hoy. A Borges le podríamos haber dicho: «Mirá cómo escriben estos tipos. No desdeñes al fútbol si encontrás plumas así». Pero ahora él podría contestar: «Sí, pero si encendés la tele… Mirá, Sacheri, dejate de embromar». El fútbol requiere que lo desmalecemos.
–Borges, entonces, invita al debate a su amiga Silvina Ocampo, brillante escritora, y ella se topa con que hoy también muchas mujeres generan literatura futbolera y te pregunta qué pasó. ¿Qué contestás?
–Yo no creo que a Silvina Ocampo le asombrara demasiado. Le haría dichosa entrar a cualquier librería y ver más mujeres publicadas. Por su vida y por el feminismo de entonces, le sentaría bien ver multiplicado otro feminismo. A mí me sienta bien que se esté masificando la presencia de mujeres en el fútbol. Y la mejor noticia son las mujeres jugando. Hablo de eso, de la masificación. Seguro que antes también jugaban. Eso le va a dar a la ficción futbolera escrita por mujeres otra carnadura superior. ¿Por qué? Porque lamentablemente muchas mujeres tuvieron que ver el fútbol desde afuera. Ahora están en la cancha y, también, en las tribunas. De nuevo: ya sé que iban. Pero las históricas tribunas de mujeres eran un modo de incluir y, a la vez, de excluir.
«Fútbol y literatura –o fútbol y cine o fútbol y música– es un vínculo lógico: comparten esta necesaria suspensión del universo.»
–Vos, además de escritor, sos historiador. Supongamos que, desde el siglo XIX, retorna Domingo Faustino Sarmiento, clave y polémico tanto en la literatura como en la historia del país, y se entera de este auge de libros sobre el fútbol que nunca jugó. ¿Qué le dirías: moda, fenómeno industrial, hay que escribir de fútbol para entender el resto de las cosas?
–Sarmiento era muy inteligente y muy moderno. Lo primero suyo sería un asombro entusiasmado: en su época no había ni tantas librerías ni tantas cosas publicadas. No creo que lo interpretara solo como una moda. En realidad, las modas editoriales se sustentan en el gusto del lector. Quizás, a diferencia de otras cosas en las que podés inyectar algo a fuerza de publicidad, el mundo de los libros conserva el encanto de la pequeña escala. Los monstruos editoriales son una cosa pequeñita en el ecosistema de los negocios. Lo que se publica está en una relación dinámica con lo que se lee. Si Sarmiento se asomase a una librería y viera literatura futbolera, sería porque hay gente que lee.
–¿Y por qué la gente lee sobre fútbol?
–Especulación mía: hay dos razones diferentes. Y, en un punto, antitéticas. Una es optimista: el fútbol es parte de la vida de muchos. Nos gusta, nos interesa, nos preocupa, nos sirve el fútbol para ponernos en contacto con cosas profundas con las que de otro modo no nos sale bien conectarnos. Pero, al mismo tiempo, me pregunto cuándo el fútbol se convirtió en una especie de locomotora literaria. Y ahí aparece la segunda razón. Pienso en los noventa y en los dos mil. Antes había cuentos de fútbol, pero ni Soriano ni Fontanarrosa eran sobre todo conocidos por sus cuentos de fútbol. Lo eran por su otro montón de laburos estupendos. La difusión que les hizo Alejandro Apo en radio sirvió para poner sus cuentos futboleros en primer plano y para que mucha gente empezara a publicar y a leer. Sin embargo, más allá de eso, yo siento que hubo un quiebre que ya no se corrigió: en esa época, al fútbol argentino entró dinero de una manera brutal, en particular vía los derechos de televisión y sus vaivenes. Cambió algo para peor. Y sigo especulando: los clubes se habituaron a que los derechos televisivos fueran la luz que los guíe. Y los hinchas lo aceptamos aunque sus consecuencias nos dolieran. Resignamos un montón de cosas. Son cosas que salieron de la discusión. Ese extrañamiento, eso de que lo que encontramos en el fútbol no nos gusta del todo, generó que halláramos en la literatura un refugio.
–En la mitad de los noventa, enojado con esa Argentina, Soriano sentenció: «El fútbol es lo único que nos queda». Cuando le trasladaron esa frase al catalán Manuel Vázquez Montalbán, otro crack de la narrativa y muy futbolero, comentó: «Osvaldo acaso exagera, pero puede que tenga razón».
–Es que la intersección de gente como Vázquez Montalbán, Soriano, Fontanarrosa, Borges o Sarmiento es –y caigo en la misma palabra– la inteligencia. Cuando Soriano dice eso, me parece que de lo que habla es que el fútbol es un magnífico refugio de intimidad y de niñez. Porque es un juego. Y esto de que un juego sea una parte importante de nuestra vida, de la de casi todas las personas, es único. Cuando jugás, sos un chico. Lo digo en el sentido de la pureza y de la simplificación de significados y de universos. Cuando juega tu equipo no existe nada más. Hay pocas cosas que suspendan el universo. Por eso, fútbol y literatura –o fútbol y cine o fútbol y música– es un vínculo lógico: comparten esta necesaria suspensión del universo. Claro, eso les da a los que lucran con el fútbol una gran ventaja. Porque vos querés la número 5 y ellos tienen una abajo del brazo. Es gente que suele tener mucha plata y por ahí ni le interesa el fútbol. Cierto es que hay otra número 5: cuando jugás con tus amistades, ningún poderoso te puede cortar las alas.
«Mi teoría es que los argentinos marchamos con una mochila que tiene, sin depender de las posturas políticas, una nostalgia de paraísos perdidos: «Fuimos…»
–Último escritor de visita ensoñada: Javier Marías, español, futbolero, alguien que sintoniza con lo que acabás de analizar, anotó: «El fútbol es la recuperación semanal de la infancia». Pero quiere saber por qué la literatura futbolera es especialmente fuerte en la Argentina. ¿Y entonces?
–Meto nuestro afán argentino por narrar al fútbol dentro del lugar que le damos al fútbol, mayor que en otros lados. Hay un montón de pueblos a los que les importa el fútbol, pero tengo la sensación de que nos importa más. Mi teoría es que los argentinos marchamos con una mochila que tiene, sin depender de las posturas políticas, una nostalgia de paraísos perdidos: «Fuimos…». No importa si era cierto o no: lo creemos. Está en los discursos más opuestos. Ese duelo irresuelto nos lo resuelve el fútbol. En el fútbol sentimos que somos muy buenos. Muy pero muy buenos. Citando a Joan Manuel Serrat, otro autor ilustre, está «el juego que mejor juega y que más le gusta». Bueno, ese es el juego que mejor jugamos y los demás saben que lo jugamos bien. ¿Por qué el paroxismo nacional del 18 de diciembre de 2022? Porque es validar algo que llevábamos 36 años esperando validar. ¿Cómo si tenemos al mejor del mundo no vamos a ser, todos, los mejores del mundo? La maravilla más grande de ese mundial es la materialización de ese sueño colectivo vivido como un destino colectivo. Sentimos que somos los mejores. Y otro punto: es nuestro refugio de identidad compartida. Y Malvinas. No es casual que el autor de la canción «Muchachos» la pegara: interpela a partir de qué cosas soy argentino. Por la selección y por algún vínculo sentimental con Malvinas. No hay otro reservorio de identidad en el que estemos todos.