De cerca

Hambre de gloria

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Después de años en los que el cine parecía ya no tenerle reservadas sorpresas, el actor encontró una nueva cima en su carrera con «Relatos salvajes» y alcanzó su consagración con «El ciudadano ilustre». Acaba de estrenar una película en el país y también filma en España y Estados Unidos.

Primero que todo, Oscar Martínez es un hombre serio y respetuoso. Vaya novedad. También es parco y de pocas palabras. No invita a hacer una broma en medio de la entrevista, pero como gran actor que es, la expresividad le brota por los poros. Y se lo nota algo incómodo y sofocado en la presentación de Las grietas de Jara, de Nicolás Gil Lavedra: recibe a Acción en un hotel céntrico, rodeado de cámaras y grabadores que, básicamente, lo aturden. Antes de empezar la charla, el actor pide unos minutos y se refugia en otro piso del hotel en busca de una cuota de silencio y soledad.
«Es cierto, no soy muy afecto a este tipo de eventos, pero forman parte de mi trabajo, que me da muchas satisfacciones y, cómo mínimo, tengo que devolver gentilezas», expresa el encargado de aportarle la cuota de intriga a la película. «Mi personaje, Jara, es de esos que ratifican mi elección de ser actor, porque son roles en los que logro despegarme de mi persona, buscando en ellos particularidad y singularidad». Martínez habla sobre Nelson Jara, el indignado propietario de un departamento lindante a una obra en construcción, que resulta damnificado por una grieta que se abre en la pared del living.
–¿Cómo definirías a Jara?
–Es un psicópata de segunda, extorsionador, paranoico y engañador serial, que se involucra en la vida personal de Pablo Simó, un empleado venido a menos de la constructora que, aparentemente, produjo la grieta en su pared. Y mi personaje lo usa a Simó –un pibe contradictorio y con problemas personales interpretado por Joaquín Furriel– para cobrar una indemnización. Un turro con todas las letras.
–Jara combina los aspectos de un manipulador con los de un obsesivo y un perverso. ¿Te atrapó ese cóctel?
–Dentro de su mezquindad y precariedad como persona de bien, es hábil en ese juego al que busca ir a fondo, aun pese a su incapacidad. Paradójicamente, este individuo minúsculo fue el que me terminó seduciendo cuando iba leyendo el guion. En la mitad de la lectura, Jara tuvo la misma habilidad para acorralar al personaje de Furriel y para tenerme bajo su control y agarrarme de las solapas. Y ahí no me soltó más.
–Finalmente, es lo que deseás cuando leés un argumento.
–Ni más ni menos. Yo, que soy un tipo rompebolas, riguroso, exigente y poco apegado, intenté soltarme, distanciarme de la lectura y me resultó imposible.
–¿Existen personas así?
–Sí, claro que hay personas así. De hecho, hay un vecino, cerca de donde vivo, un tipo grande, chanta de novela, levantador de quiniela y con mucha clientela en los bares, al que observo sin que él lo advierta y me resulta muy parecido a Jara. Tomando cosas de este vecino, con la aprobación del director, pude aportarle detallecitos a Jara, como la coleta, anteojos oscuros de los años 70 y una postura corporal determinada.
–¿Últimamente recibiste más propuestas de cine?
–Desde hace unos años, recibo ofertas de altísima calidad. Sinceramente, nunca imaginé que el cine me iba a poner en un lugar de tanto privilegio pasados los 60 años, cuando se supone que todos los trabajos nos van empujando a los viejos hacia la cornisa.
–Es llamativo que entre 1985 y 2014 hayas hecho once películas, mientras que después de Relatos salvajes, en los últimos cuatro años, filmaste nueve. ¿Alguna reflexión?
–De no creer. No tenía tantas precisiones, pero por ahí anda la cosa. Debo reconocer que quería hacer más cine y pensé que después de El nido vacío, de Daniel Burman, con la que gané el premio a mejor actor en el Festival de San Sebastián, iba a surgir mi primaverita, pero no fue así. Hubo un pronunciado silencio, una llamativa meseta, hasta que Relatos salvajes me dio una visibilidad que no tenía ni tampoco imaginaba. Y se sucedieron un montón de películas maravillosas como La patota, El espejo de los otros, Koblic, Inseparables, El ciudadano ilustre, Las grietas de Jara, Toc Toc, que no se estrenará en Argentina. Tu me manques, que llegará en abril o mayo, me llevó a trabajar dos meses en Nueva York. Y ahora me estoy yendo a filmar a España una comedia que se llamará Yo, mi mujer y mi mujer muerta.


–En Tu me manques interpretás al padre de un joven gay que se suicida. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Durísima, porque más allá del dramatismo del personaje, requería una preparación previa, que a mí me llevó un mes intenso antes de arrancar con la filmación, porque hay pasajes en los que debo hablar en inglés.
–¿Sos un actor a la vieja usanza?
–Soy un actor viejo, si querés, pero me gusta no dejar nada librado al azar ni a la improvisación. Puede sonar lindo, y lo es, viajar y trabajar, pero no es fácil meterse en el universo requerido a los tres días de haber llegado a otro hemisferio. Yo necesito hablar con el director, conocer a mis compañeros y compartir lecturas con ellos, manejar el espíritu de la película, conocer el lugar de rodaje. Todo eso me lleva a alcanzar un mejor trabajo.
–¿A qué se debe este redescubrimiento de tu carrera?
–Parece que llega la etapa del reconocimiento y de los trabajos en el exterior. Ojalá que esto perdure. A mí me tranquiliza y me enorgullece, porque significa que estoy haciendo bien las cosas y que mi trabajo trasciende las fronteras. Antes no me llamaban, o lo que me ofrecían no me interesaba. Si bien me moría por volver a la pantalla grande, tuve la serenidad y la paciencia suficientes para hacerlo con algo que me convenciera ciento por ciento. Debo reconocerles toda mi gratitud a los veinte minutos que dura la historia en la que participo en Relatos salvajes, una película que funcionó en todo el mundo y que me abrió todas estas puertas que yo tenía más cerradas que abiertas.
–Participaste en la más realista de las seis historias.
–El personaje de esa historia en particular surtió un gran efecto, me recortó por encima de la historia y me dio mucha gratificación a nivel personal. Es el trabajo que me devolvió al eje, que hizo que me reencontrara con el mejor cine. Yo estuve seis años sin hacer nada y Relatos salvajes fue como resucitar. Por eso le estoy eternamente agradecido a Damián Szifrón, el director, porque me convocó cuando pocos lo hacían y me dio un papel maravilloso.
–¿Qué destacarías de Szifrón?
–Damián es un autor y director imponente, original y peculiar. No es frecuente leer seis historias distintas que, todas juntas, terminan conformando un guion tan sólido. Szifrón es un pibe, con todo respeto y envidia lo digo, que sabe mucho y que tiene tres grandes virtudes: escucha, acepta sugerencias y tiene una pluma sorprendente.
–¿Estás viviendo el momento más importante de tu carrera?
–Indudablemente, estoy atravesando un período muy rico en cine: eso es incuestionable. Pero no quiero olvidarme ni ser desagradecido con otros mojones de mi vida en el cine, como cuando hice La tregua o cuando gané en San Sebastián con El nido vacío.

Sueños pendientes
Si alguien le menciona una simple fecha, el 4 de septiembre de 2016, Martínez puede fruncir el ceño y tomarse solo unos segundos antes de esbozar una sonrisa. «Fue la proyección de El ciudadano ilustre en la sala Palazzo del Cinema, en Venecia», recuerda. «Un día inolvidable, por supuesto. Se proyectaba la película en la selección oficial de la muestra del festival de Venecia y resultó un sacudón, un espaldarazo, una señal esperanzadora, después de los diez minutos de ovación. Junto con los directores, Gastón Duprat y Mariano Cohn, estábamos anonadados por la recepción de un público históricamente exigente y amante más de lo europeo que de lo latinoamericano», completa.
–¿Y cómo lo tomaste?
–Con cautela. Es que estaba fresco el recuerdo de Relatos salvajes en Cannes 2014, donde pintábamos para favoritos. La película de Szifrón también había recibido un histórico aplauso, pero se fue del festival con las manos vacías, más allá de que comercialmente se vendió en todo el mundo.
–Pero esta vez te eligieron mejor actor.
–Fue una satisfacción inconmensurable. Me sentía Al Pacino o Robert Redford, no sé, fue impresionante. Y encima competía con «pichis» como Michael Fassbender, Jake Gyllenhaal o Ryan Gosling.
–¿Qué fue lo que más te gratificó?
–Haber ganado un reconocimiento en el exterior es algo que necesitaba. Los argentinos ponderamos lo de afuera y haber obtenido un premio como la Copa Volpi, en Venecia, el festival de cine más antiguo del mundo, es un orgullo abrasador.
–Un galardón que levantaron monstruos de la pantalla grande.
–¿Te das cuenta de quiénes levantaron esta Copa? Burt Lancaster, Gerard Depardieu, Marcello Mastroianni, Brad Pitt, Sean Penn, Jack Lemmon. Y entre esos prohombres aparezco yo, un veterano argentino que llegó a la muestra chocho, pero con una mano atrás y otra adelante.
–Y pensar que los productores de la película no te querían al principio. ¿Te incomodó trabajar así?
–Uno siempre quiere tener un respaldo unánime, pero finalmente aceptaron. Sí tenía el pleno respaldo de los autores y directores, quienes desde el vamos habían pensado en mí. Y ese es el aval más fuerte que podés tener.
–Todo lo bueno que pasó después, ¿lo viviste con alguna sensación de revancha?
–No tengo que demostrarle nada a nadie. Soy un profesional que cumple con su trabajo. Solo devolví a los realizadores la confianza que habían depositado en mí. Nada más que eso.
–Pasó más de un año de la hazaña en Venecia.
–Ya no puedo pedirle más nada a este oficio. Pero me conozco, y quiero más, soy jodido conmigo.
–¿En qué sentido?
–Que no me doy por satisfecho nunca, aunque sea un tipo racional, que entiende que este oficio me dio tanto y que El ciudadano ilustre fue un obsequio especial. Y me jode, pero también me fortalece sentir que no me termino de completar.
–¿Sos inconformista?
–Tiene que ver con una postura. Yo quiero ir por más, me siento más hambriento que nunca dentro de mi trabajo, pero es porque me está yendo bien. Cuando ganás el torneo local, querés ir por la Libertadores y luego soñás con el Mundial de Clubes. Me asusta esa voracidad, pero me tranquiliza saber que esa ambición me mantiene con los pies sobre la tierra.
–¿Tenés miedo de creértela?
–A esta edad no, pero pensar en que este oficio es inestable, en que no sos genial, me tranquiliza. Cuando te envanecés, cuando creés que ya está, la cagaste. Perdón por la expresión, pero es así.
–¿Te reconforta sorprenderte?
–Sí, me parece que es la magia de este oficio. Hace unos años estaba contrariado, escéptico, y la mano cambió radicalmente. Y hoy tengo ese entusiasmo que no estaba en los planes de nadie, francamente. Estoy enamorado de lo que hago, pero este de hoy es un amor inquebrantable, supongo que porque es correspondido. Antes tiraba más uno que el otro, ahora lo siento más parejo.
–¿Con qué soñás para coronar tu carrera?
–Me encantaría filmar con Almodóvar, pero no como la coronación de mi carrera, no lo veo así, sino como una experiencia superadora. No tengo prefigurado qué es lo que quiero para bajar el telón; en cambio, sí me gusta pensar en que lo mejor todavía no llegó.
–¿Quizás dirigir una película?
–Sería un buen broche; me gustaría, pero no me desvivo por eso. Si se da, bienvenido sea, pero sería lo último que haría dentro del mundo de la actuación. Porque si me retiro, me dedicaré a escribir, que es parte de una fantasía que tengo guardada en un rincón.