De cerca | ENTREVISTA A MARTÍN «CAMPI» CAMPILONGO

«La comedia te envicia»

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Damián Damore - Fotos: Horacio Paone

Entre el teatro, el cine y la tele, el actor se luce tanto en los papeles humorísticos como en los dramáticos. Repaso de su trayectoria, del under a la masividad.

La carrera de Martín «Campi» Campilongo sigue en ascenso. Aquel joven que en 1994 acompañó a un amigo al casting del programa de Nicolás Repetto en Telefe –famoso por el cántico «Decime cuál, cuál, cuál es tu nombre» y trampolín de figuras como Laura Oliva, Fabio Posca, Pablo Cedrón y Caramelito Carrizo– y terminó seleccionado, se convirtió en un actor que hoy se mueve con soltura entre la comedia y el drama. En el camino quedaron escenarios, personajes y un anecdotario tan variado como intenso.

La excusa de la entrevista con Acción es su papel como el comisario Santos en El beso de Judas, la recién estrenada ópera prima de Martín Murphy; pero también es una oportunidad para hablar de sus inicios en el under porteño de los 90, una etapa menos conocida de su trayectoria. 

Campi fue una pieza clave del circuito independiente de la época, que se nutría de la energía cruda de la calle y de pequeños espacios a la gorra. «Liberarte fue uno de esos lugares en los que trabajé de esa manera, al lado del Centro Cultural de la Cooperación: es una pena que haya cerrado. Por ahí pasaron personajes que hoy son famosos, pero que entonces compartían escenario con nombres que marcaron esa época, como Carlos Belloso, Los Melli, las Gambas al Ajillo o el Mago Merpin», enumera.

–El Mago Merpin tenía unos trucos gore que te dejaban con la boca abierta.  
–Sí, era un hijo de puta. Además de los trucos convencionales, tenía cuchillos de plástico que se comprimían al tocar la piel y parecía que se clavaban de verdad. ¡Y encima salía sangre de cotillón! Era un cago de risa. Éramos una banda. En Liberarte yo era un número fijo los fines de semana. Hice muchos unipersonales. Me pasaba horas en ese sótano y después me iba a hacer función al Bululú. ¿Viste esa gente que dice que va de un teatro a otro? Bueno, yo iba de un sótano a otro. Todos nos cruzábamos. Con Alfredo Casero, que integra el elenco de El beso de Judas, no recuerdo haber compartido nada, pero sí con Diego Capusotto y Fabio Alberti. Siempre sobreviviendo.

–¿Sobrevivías?
–Tenía un videoclub en Once, pero en un momento hacía más plata con la gorra que alquilando películas. Ya había llegado Blockbuster, el negocio había dejado de ser rentable. Decidí seguir laburando a la gorra y le regalé el videoclub a un amigo. En el under era muy popular. Había mucho para decir. Veníamos de Malvinas, arrancaba la democracia. La escena te pasaba por arriba: yo proponía cosas, pero los demás actores también tiraban ideas buenísimas. No quería ser el San Martín del arte, simplemente decía lo que tenía ganas de decir. Mi idea siempre fue que la gente se cague de risa con los personajes que hacía, y funcionaba. Donde me presentaba, se llenaba. En un momento hice un espectáculo que se llamó Campi busca puntero. Lo hice en todos lados: en sótanos, en Uruguay, en España. Hacer cosas, seguir generando, fue lo que armó este camino encadenado a la actuación.

–Después de Nico llegaste a VideoMatch, ¿cómo fue ese cimbronazo? 
–Me sorprendió, yo nunca fui muy consciente de nada. Firmaba autógrafos mientras viajaba en bondi, que se movía de un lado a otro. En un momento pensé: «Uy, acá pasó algo raro. ¿Qué hago firmando autógrafos en el colectivo?». En esa época yo volqueteaba. 

–¿Qué significa?  
–Me subía a los volquetes y me llevaba cosas para mi casa. Ahora desgraciadamente son todos volqueteros, pero en esa época no era normal. 

–¿Laburabas para Tinelli y cartoneabas?  
–Sí, porque encontraba cosas buenas. Un día vi un mueble que me gustó y lo agarré. Justo pasa alguien y me grita: «¿Campi? ¿Qué hacés sacando basura del volquete?». Ahí dije algo está cambiando, y me mandé a terapia. Fue cuando me di cuenta de que era un poco más conocido.

–¿Cómo fue tu infancia en Parque Patricios? 
–Era hijo único. No me gustaba jugar al fútbol, que no es un dato menor en un barrio muy futbolero. Eso me obligaba a ser creativo. Tenía que encontrar otra manera de juntar a mis amigos. Fabricaba barcos que flotaban y nos íbamos al Riachuelo. En vez de decir vamos a jugar a la pelota, proponía ¿hacemos unas canoas? También nos metíamos en casas abandonadas a espantar ratas. Era un mundo buenísimo. Tenía un montón de amigos en el barrio. ¡Tengo un montón de amigos en el barrio! A algunos la gente los conoce porque después fueron personajes míos. Fue bárbara mi infancia. Mi vida es divina. Con mucho o con poco, siempre estuvo bien. La creatividad me salvó muchas veces. A la hora de actuar también. 

–Te luciste en la serie El amor después del amor, interpretando al padre de Fito Páez; ahora hacés de Mama Cora en la versión teatral de Esperando la Carroza y de comisario en un policial como El beso de Judas. ¿Cómo manejás el choque entre la comedia y el drama? 
–Es que la comedia te envicia, ¿viste? Le estás buscando el remate a todo. Supongo que con el drama pasa lo mismo. Para mantenerme aceitado hago un poco de las dos cosas. Aunque todo el mundo me asocia a la comedia, yo vengo del drama: me formé con Agustín Alezzo. 

–Tu participación en El amor después del amor fue de lo mejor de la serie, ¿cómo llegaste a ese papel? 
–Felipe Gómez Aparicio, uno de los directores, vio una nota mía hablando de mis hijos. Llamó a la productora y les dijo: es Campi. Le respondieron que sí. 

–¿Pero hiciste casting? 
–Mmm… Yo no hago casting, no me gusta. Me da mucha inseguridad. Me disfrazaron la situación como que no era un casting, pero era un casting. Me hicieron probar una escena y yo entré como un chorlito. Sabían que a mí no me gusta. Yo laburo con el cuerpo y es algo feo pasarlo. Trato de evitarlo. 

–¿Qué sentís? 
–Lo mismo que cuando en los partidos de fútbol de chicos te elegían último. Yo no juego a la pelota, pero sé lo que digo: siempre me mandaban al arco. Es la misma sensación. Me veo haciéndome la misma pregunta que por entonces. ¿Qué hago acá?

–¿Cómo salió el personaje? 
–Lo armé con lo poquito que tenía. Al resto de los personajes, como Charly García o Fabiana Cantilo, la gente los conocía, pero del padre de Fito no sabíamos nada. Con Fito no hablé, me mandaron fotos de su padre y me contaron una anécdota. Y con eso tuve que armarlo. 

–Tal vez ese desconocimiento te dio más libertad para crearlo. 
–Puede ser. La actuación tiene estas cosas inesperadas. Tema libre: la vaca. Ahora estoy hablando con vos, alguien nos ve y dice «este pibe es ideal para hacer la publicidad de Bingo Lavalle». La vida es así, también está buenísima por eso. En un programa de televisión o en una película, para que el laburo salga bien dependés de un buen guionista, de un buen director y de un buen montajista. Porque si hay un momento de silencio que a vos te conmovió y alguien dice no vale la pena dejarlo, te cagó algo lindo. En el caso de este personaje del papá de Fito, no fui yo. El mérito fue del director, el iluminador, en fin, del equipo que me sostuvo. 

–¿Fito no te felicitó por el personaje? 
–Sí, me llamó cuando la serie se subió a la plataforma. Estaba muy contento con el personaje, lo había emocionado mucho. 

–Estuviste genial.  
–¿Sabés que yo no me di cuenta? No sos el primero que me lo dice, hubo varias personas que me dijeron eso. Me alegra. 

–¿Qué comediantes te gustaban de chico? 
–Amaba a Pepe Biondi: esa payasada que hacía me encantaba. Miraba mucho Abbot & Costello. También Carlitos Balá, me parecía enorme. Había un montón de programas de humor. Sumo a Tato Bores: ver a un tipo grande con peluca entrando en patines, en mi familia se reían y yo me reía para acompañar, pero no entendía muy bien. Después empecé a entender cada vez más, soy un fanático de Tato.

–¿Vos lo imitaste en Bailando por un sueño?
–Sí, no sabés lo que me costó convencerlo a Marcelo, fueron varias semanas. Me decía que las nuevas generaciones no lo conocían a Tato, que no iba a funcionar. ¡Por eso mismo quería hacerlo! Para que lo conozcan. Armaron una escenografía que representaba el cielo, una mesa con teléfonos y comencé con un monólogo. Bailé y el número estuvo muy bueno. Terminaron todos llorando: el jurado, mi mujer Denise Dumas, incluso Marcelo, que después de eso me dijo: «Ahora te voy a dar bola con todo lo que me propongas».


Manos sucias
El comisario Santos, el personaje que Campi interpreta en El beso de Judas, es un policía de reputación dudosa, muy distinto al actor que, en una ronda de notas junto a Alfredo Casero y Damián De Santo, se muestra distendido y bromea con sus compañeros de elenco. «Martín Murphy me habló de este proyecto hace un par de años y me convenció la idea. Él dirige, produce y actúa. Nos juntamos a tomar un café y lo primero que me aclaró fue que no tenía ningún apoyo económico de nadie, que había estado juntando guita durante mucho tiempo para poder hacerla. De entrada me dieron ganas de estar. Vamos a hacerla, le dije. Me gustó el guion y el elenco también me motivó: a Damián lo conozco desde hace treinta años», detalla Campi. El film fue seleccionado en el Festival de Cine Independiente de Melbourne, el Festival Internacional de Cine FrameFushion (Países Bajos) y en el Festival Chicago Films Award en el que ganó en la categoría mejor thriller

–¿Cómo construiste al comisario Santos?
–Fui muy cuidadoso porque es una película que sorprende, entonces no hay que anticipar mucho. Está bien escrita, entonces es muy fácil subirte a eso. No hay que inventar mucho, está muy claro quién es este Santos. Hay que ponerle el cuerpo y ahí estuve.

–¿Qué es lo primero que haces cuando te ofrecen un guion?
–Esto es una confidencia: se los pasó a mi hija Emma. Ella lo lee antes que yo, me acostumbré a eso. Su devolución es buenísima. Si a ella le gusta lo leo más entusiasmado. Después me entusiasmo mucho con el elenco. Otra cosa que me gusta es que sea algo difícil, no me gusta hacer cosas de taquito. Cuánto más me incomode el trabajo, mejor. O choco contra una pared o me pone en otro lugar. Los lugares calentitos me dan fiaca. En la vida soy así: ahora voy contra este; ahora hay que ir para acá; ahora hay que armar un escenario con dos latas: se hace. Siempre fue así, un desafío. Si no es así, me incomoda.

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