De cerca | ARIEL MINIMAL

«La libertad es otra cosa»

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Mariano del Mazo

Con más de 30 años al frente de su banda Pez, el guitarrista y cantante recuerda sus comienzos y su paso por los Fabulosos Cadillacs. Rock, independencia y política.

Foto: Juan Quiles/3 Estudio

Es uno de los eslabones más sólidos de la rica historia del rock argentino. Una posta constituida de ideas y gestos como la terquedad, el tesón, la convicción de que la música debe ser también resistencia. Se llama Ariel Gustavo Sanzo, todos lo conocen como Ariel Minimal. Ese sitio que ocupa con autoridad dentro del género es además un prisma: en su música se descompone el alarido punk, el mohín hippie, la onda progresiva, aquello que se llamó «movida sónica», el folk y más.
Está en la sala de ensayo, en un primer piso por escalera. Se nota: es su hábitat. Se lo observa cómodo en la humosa piecita de cuatro por cuatro, rodeado de guitarras, amplificadores, una batería, a pocos pasos de una terraza de la que se divisa, al sur, Caballito. El ensayo ocurre de cara a un nuevo concierto de Pez, banda que tiene más de 30 años de ruta y que es, prácticamente, su vida misma. Se permite vacilaciones, pero siempre desde certezas amasadas en el tiempo. Sus formas pasionales suelen adquirir los contornos del monólogo.

«No sé exactamente a qué se llama rock. Pero para mí fue importante desde chico, sobre todo el de acá», dice. «No existía en casa esa idea de que lo de afuera era más grosso, por el solo hecho de ser de afuera. Tengo un hermano mayor, Bebe Sanzo, que tocaba en una banda de la escuela. Y traía discos. Vivíamos en unos monoblocks en Bajo Flores y me acuerdo como si fuera hoy de unos conciertos gratis en Parque Chacabuco lleno de hippies. Recuerdo un show de Los Abuelos de la Nada… Era hermoso. Transgresor. ¡Hippies metiendo las patas en la fuente! Yo iba a un colegio de curas y entonces pensé: “Hay otra cosa”. Y cuando escuchaba los discos de mi hermano decía: “Che, están hablando en nuestro idioma”. Sentía más cercano a Sui Generis, Porchetto o Vivencia, que a Queen o Kiss. Me encantaban, era re fan de Queen, pero cantaba «Los juguetes y los niños» de Vivencia. Escuchar discos fue formativo, como una escuela. Era leer la revista Pelo, andar por la ciudad. Desde el barrio ir hacia el rock. De adolescente frecuenté Cemento y el Parakultural. Iba a ver a Todos Tus Muertos, pero de pronto me cruzaba con las performances de Las Gambas al Ajillo, de Tortonese. El arte disparaba para muchos lados. ¡Sos pibe y estás enchufado a 220!».
Tuvo una banda punk, Descontrol, a mediados de los 80. Pero Minimal irrumpió con fuerza en el amanecer de la década siguiente, los ahora reivindicados 90, al frente de Martes Menta. Fue una banda que se metió en la escena del llamado Nuevo Rock Argentino, con grupos como Babasónicos, Juana La Loca y Tía Newton. Fueron prohijados por Gustavo Cerati y se ubicaron bajo la sombra de Soda Stereo en la época del disco Dynamo. Martes Menta tuvo un hit que rotó en las radios, «Azul». Duró poco en ese compartimento estanco. «Martes Menta fue una especie de sociedad con Fabián Guida, que tocaba el bajo y cantaba algunas canciones. Estaba todo dado para dar el salto, pero no me sentí cómodo y la banda duró un solo disco. Ahora ya me reconcilié, pero en ese momento me parecía que éramos demasiado correctos: de manual. Lo que quiero decir es que “Azul” fue un hit pensado como hit. Sonó muchísimo en todos lados. Todo estaba basado en cosas que pasaban afuera: la movida sónica fue análoga, o copiada, de la de Manchester, en Inglaterra. Qué querés que te diga: me hacía ruido. Seguramente boicoteé a Martes Menta. Yo creo en el arte como algo que late. Si te dicen que una canción tiene que durar tantos minutos, porque así funciona y no sé qué, no me va. Es como hacer los deberes. No me interesa. Para mí el arte tiene sentido cuando es una manera de expresión».

La canción como forma del arte popular es una de las premisas que sigue, contra viento y marea. En proyectos como el del delicadísimo trío folk Flopa-Manza-Minimal y mucho más en Pez. También con su sello independiente, Azione Artigianale, con el que editó discos maravillosos, como el debut solista de Gabo Ferro. Esa «acción artesanal» alternó algunos años con el mainstream: cuando más tuvo que conciliar esa actitud ética y estética fue al integrar los Fabulosos Cadillacs. La banda de Vicentico y Flavio Cianciarullo conjugó, al decir de Minimal, movidas artísticas audaces con estrategias planificadas desde la industria discográfica. Bohemia y capricho en contraposición con la conquista de mercados. Minimal le dio su impronta –un estilo guitarrístico oscilante entre el rock progresivo y el tango apiazzolliado– en los discos Fabulosos Calavera (1997) y La marcha del golazo solitario (1999).
–¿Te sentiste cómodo en los Cadillacs?
–Sí, fue un aprendizaje. Como jugar en la Champions League. Absorbí mucho, y era apenas uno entre doce integrantes. Es decir, tenía un lugar: mi lugar. Aprendí a ubicarme. Fue placentero y a su vez vi cómo se desgastaban algunas cosas. Me interesó lo musical. Yo toqué en la banda cuando se dieron el gusto de pegar un volantazo sobre su propio eje. Fueron discos muy puntuales. En una nota de hace muchos años los chicos se jactaban de que los primeros tres discos son parecidos. Y eso es algo que te aconsejan los que se dedican a vender discos: es la forma de consolidar una base de fans. Todo bien con los Fabulosos. Es una banda monstruo, de la industria. Una orquesta grande, que suena bárbara. Son del bussines y aún así se dieron el gusto de hacer discos raros que, además, fueron premiados.

–¿Cómo llegaste a los Cadillacs?
–Me llevó mi gran amigo Sergio Rotman. Y a los tres meses ¡se fue él!
Minimal suele repetir que la frase con la que lo recibió Rotman fue: «Vení a la banda, no te vayas, laburá todo lo que puedas, pero nunca te sientas parte». Con el tiempo, no lo convocaron más, y siguió la senda del rock a escala humana, independiente.
–¿Cómo llegaste a la autogestión?
–Desde chico me interesa no tener que pedirle permiso a nadie. Mi modelo fueron las bandas de la Costa Oeste de los Estados Unidos, que sacaban un simple y lo enviaban por correo adonde fuera. Cuando me enteré de ese método, de esa forma de trabajar, me explotó el cerebro. No tener que dar examen, no pasar por ningún filtro, no necesitar agradar a nadie. Llegar a tu público directamente. Estamos hablando de la era preinternet.
–Fue el camino encarado por M.I.A., la experiencia de la familia Vitale que después profundizaron los Redonditos. ¿La conocías?
–Sabía. De hecho mi hermano trajo Gulp! cuando salió, y se comentaba en casa que los propios Redonditos repartían los vinilos en las disquerías. Pero debo ser honesto y decir que a mí me marcó más lo que ocurría en algunos circuitos de los Estados Unidos. De esa idea independiente viene el nombre del sello, Azione Artigianale.

Foto: Juan Quiles/3 Estudio

–Ahora que se despliega la perspectiva de más de tres décadas, ¿qué es Pez para vos?
–Pez es mi canal de expresión, es una manera de hacer las cosas. Es todo. Puedo tener proyectos por afuera de la banda, pero siempre aparezco rodeado del universo Pez. Pasaron muchos músicos en estos años, pero nunca dejan de pertenecer a ese universo. No tiene una forma muy clara Pez: es deseo, pasión, impulso.
–Tenés títulos de canciones notables. Uno de los últimos temas se llama «Somos fantasmas habitando un castillo cuyo alquiler ya no podemos pagar». O de tu producción solista, «Canción para el día que se muera Elton John», entre tantas. Son más que títulos: se intuye desmesura, humor, ideología.
–Es que soy fanático del rock, pero más de la cultura rock. Y me interesa la tapa del disco, el arte, los nombres de las canciones. Veo todo relacionado. No me considero un hombre de letras. Yo escribo las letras obligado, entonces aprovecho los títulos para decir cosas. Somos así, medio anacrónicos. Nos gusta el rock, el rock nacional. Tengo un disco que se llama Rock Nacional.
–Ese disco tiene en la portada un dibujo de comic de una marcha política y la policía acechante. ¿El rock para vos es político?
–Ese disco salió en 2016, había ganado Macri. Sí, es político. Y más: es resistencia. Eso no quiere decir que uno tenga que componer con el diario en la mano. Ni ahí. Aún en los tiempos hedonistas de Los Twist, Los Abuelos, fue resistencia.

–¿Cómo observás la actualidad política?
–Horrible.
–¿Ninguna luz al final del túnel?
–Creo que tendría que haber algún tipo de pacto, a largo plazo, con algunas medidas en las que se comprometa todo el espectro político. Todo está mal. Lo que más me jode es cuando te sustraen cosas, palabras. En un momento nos habían robado el color amarillo, no se podía usar amarillo. Ahora nos quieran robar la palabra «libertad». Me parece tremendo. La libertad es otra cosa. ¡No tengo 15 años para que me cuentes la cosa torcida! Ya soy viejo y toda la vida la libertad fue algo hermoso que no tiene nada que ver con lo que se está proponiendo. En fin. Me da bronca la gente que votó a Milei, porque lo hizo desde el odio. Tengo una canción con Pez que se llama «Desde el odio». Lo que viene desde el odio nunca es bueno.
–¿Cómo le pega la crisis a Pez?
–Mucho. Nos ha ido bien, muy bien, regular, mal. En una época teníamos asistentes, managers. Sabemos lo que nos está pasando. A todos, como sociedad. El tema es no dejar de tocar. Si yo tengo que cargar los instrumentos, no hay drama. O pararme en la puerta y decir «hola, pasen, cuesta ocho lucas la entrada». Lo que sea. Así andamos, como podemos. Pez es una banda a largo plazo. En diez años podemos estar con taparrabos comiendo duraznos. Somos así. Sacamos discos como podemos. Durante mucho tiempo cada disco era una reacción al anterior. A un disco tranqui, le seguía uno furioso. Con el tiempo pegamos toda la vuelta. Pez ocurre. Ya no sacamos discos: los vomitamos. Es algo inevitable.

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