De cerca

Misterio de la actuación

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Leo Sbaraglia trabaja en el país y en el exterior, lleva tres décadas haciendo ficción en cine, teatro y televisión. Y ahora también se anima a cantar junto con su hermano Pablo, músico del Indio Solari.

 

Hace cuatro días estaba en Córdoba. Hace dos, en Mendoza. Y ayer, en Resistencia, Chaco. Leo Sbaraglia es un depredador de escenarios, un cazador implacable que acepta todo lo que le gusta y casi todo lo que le ofrecen. Al interior viajó por Territorio de poder, pieza basada en textos de Foucault, en la que el actor se anima a cantar fragmentos de canciones como «Aleluya» y «El gallo rojo». Además, viene de rodar No te olvides de mí, de Fernando Ramondo, se está entrenando para la película Sangre en la boca, de Hernán Belón y luego se pondrá a las órdenes de Rodrigo Grande, para llevar a la pantalla grande El túnel, la novela de Sabato.
Acción tuvo la suerte de «atraparlo» en un esporádico descanso, en la prueba de sonido de los shows musicales que, cuando tiene la oportunidad, comparte con su hermano Pablo, que además de tecladista del Indio Solari, está presentando su disco solista El increíble magnetismo del gran hotel glamour Shuffle. En el pequeño aunque cálido camarín del Teatro Boris, en Palermo, Sbaraglia cumple con su palabra y se pone a disposición, aunque días atrás, desde Resistencia había escrito: «Estoy que no puedo más de trabajo. El otro día no podía levantarme de la cama por la fiebre que tenía. Estoy organizándome un poco para volver a respirar a partir de octubre». Ahora sonríe cuando se le recuerda aquella respuesta.
–¿Es vida? ¿Se disfruta?
–Aunque suene medio masoquista, se disfruta horrores. Son todas actividades que me encantan.
–¿Podés brindarte en un ciento por ciento en cada trabajo?
–Lo hago. No camino en la cornisa, ni estoy a punto de hartarme del laburo. Para nada. A veces, en este oficio, se te juntan cuatro o cinco trabajos, con sus respectivas jornadas de prensa, que te terminan consumiendo. Pero no por el laburo, al contrario: cambiar el chip, resetearme e introducirme en otro personaje me revitaliza.
De la nada, Sbaraglia lanza una bocanada vocal-musical que impacta. «Aaahhh»: parece un tenor. «Es para entrenar la garganta, para aflojar y para ampliar la potencia entre lo agudo y lo grave. Desde hace 5 años que vengo trabajando la voz con esta técnica, tomando clases con una especialista, Susana Rossi, que me ayuda también para tener una mejor dicción en cine o teatro».
–¿Notaste cambios en estos 5 años?
–Sí, fundamentalmente me siento muy seguro en lo expresivo. Gracias a este entrenamiento, gané en libertad vocal, que es muy importante en tiempos de mucho trabajo como ahora, ya que no tengo que forzar tanto la voz. Igual eso no quiere decir que tenga la técnica depurada ni nada por el estilo.
–¿Sentías que tu voz era un déficit?
–Algo de eso había, a veces por el propio laburo, por sus exigencias, que te van llevando a tomar atajos, a regular la voz, porque de lo contrario me quedaba mudo. Empecé a estudiar esta técnica, que se llama Belcanto. Y debo reconocer que la voz me cambió mucho: dejé de tener ese tono tan nasal, para modificarlo por otro más natural. Siento que estas cosas me completan.
–Da la sensación de que tenés todo claro y controlado.
–Nada que ver. Soy inseguro y me cago de miedo cada vez que estoy por salir al escenario, como ahora… Siento que el corazón, de tan fuerte que bombea, se está por salir del esternón. De verdad, físicamente me siento frágil. A veces pienso que el actor tiene que tener cojones para subir al escenario y ponerse en la piel de otro, somos como toreros.
–¿Por qué cojones? Es tu trabajo.
–Sí, todo bien, pero hay que estar ahí arriba y desnudar la intimidad de uno, meterse en la piel de otro, llevar a cabo escenas jugadas, concentrarse pero a la vez convencer al público de lo que uno está haciendo.

 

Eje familiar
Golpean la puerta del camarín y entra su hermano. Pablo Sbaraglia es más alto y flaco, luce un rodete en su cabeza. Se abraza con el actor y no dicen palabra alguna. Basta un gesto, una mirada, para advertir el cariño que se tienen. ¿Cómo funciona el diálogo musical entre hermanos? «Para mí es una experiencia más afectiva y humana que profesional», dice Leonardo. «La posibilidad de compartir algo con mi hermano, hacer algo juntos, no tiene precio. Este espectáculo es de él, yo vengo a acompañarlo a partir de su invitación».
–¿Cuál es tu rol?
–Narro los textos que él había escrito para cada una de las canciones del disco, y me animo a cantar uno o dos temas, pero casi como un detalle. Fue una iniciativa de Pablo que acepté gustosamente, porque que dos hermanos hagan algo juntos ya de por sí tiene una energía distinta, sagrada te diría. Tenemos un vínculo estrecho, una relación intensa, de amor y odio, porque nos hemos cruzado también. Pero siempre tuvimos una relación cercana, él es un año mayor, o sea que casi no hay diferencias.
–Además es una manera de verse más seguido.
–Sí, a mí me viene bien porque a veces estoy tapadísimo de laburo. De todas maneras, los domingos casi siempre almorzamos con mi vieja o, en su defecto, en lo de mi viejo.
–¿Sos familiero?
–Lo soy, me gusta ver a mis viejos y a mi hermano, además de mi propia familia, claro. Creo que haber vivido en España tantos años, entre el 2000 y el 2007, me hizo potenciar el cariño por todos.
–¿Por qué?
–Y, porque cuando estás lejos de tu país te das cuenta cuánto los extrañás y cuánto los necesitás. Los viejos, los hermanos, son gente que ha recorrido toda tu vida. ¡Cómo no los vas a disfrutar cuando los tenés!
–¿Qué dice tu mamá, Roxana Randón, que también es actriz, de tu trayectoria?
–Uh, lo que no dice en realidad. Se la pasa piropeándome, es muy regalona. Por suerte, ella también está con trabajo: está haciendo la obra Bastarda sin nombre, donde interpreta a una Evita de alrededor de 60 años. La verdad es que es un unipersonal precioso el que está haciendo.
–¿Pensás hacer algo junto a ella?
–Yo creo que, en alguna oportunidad, vamos a tener que coincidir en el mismo lado. Los dos estamos encontrando la madurez en la profesión como para poder proyectar algo en conjunto.
–¿Y con tu papá cómo es la relación?
–Muy buena. Papá Horacio es psicoanalista pero, en realidad, es súper artista. Es un melómano y un gran fotógrafo: es uno de los que más portadas de discos de jazz hizo. Hasta expuso en muchos lugares.
–¿Cuánto ayuda al actor, en el momento de componer un personaje, la armonía familiar?
–Mucho, es importante, sin duda. Cuando hay seguridad desde la raíz, el laburo logra otro peso específico. En cambio, cuando se trastabilla estando en casa, uno llega rengo al set de filmación. Esta profesión te lleva a los extremos, a lo desconocido, a lo misterioso. Y si no tenés adónde volver, si no tenés ese hogar que te contenga, el miedo y la incertidumbre aumentan.

 

Listo para el ring
Mientras charla con Acción, Sbaraglia se va poniendo a punto frente al espejo. Acomoda su revuelta cabellera, cambia remera por camisa y deja ver un físico trabajado. Cuenta que está entrenando todos los días para encarnar a un boxeador en Sangre en la boca, de Hernán Belón, el mismo que lo dirigió en El campo. «Vengo a full, haciendo box con Diego La Joya Cháves y Fernando Muñoz», dice. «Estoy a pleno, me siento bárbaro. Con La Joya guanteo dos veces por semana y con Muñoz hago trabajo aeróbico y de gimnasio».
–¿Fluye, te resulta sencillo?
–No, para nada. El boxeo implica mucho entrenamiento. Yo ya había hecho algo hace mil años, con Plata quemada. Y recordaba que había sido compleja la preparación. Pero bueno, aquí estoy, tratando de parecerme en algo a un boxeador.
–¿Ya estás físicamente listo para el rodaje de Sangre en la boca?
–Estoy casi listo. La filmación arranca en julio y tengo que llegar a tener la imagen de un boxeador que está en la decadencia, a punto del retiro. No tengo que lucir como un adonis, sino como un tipo que fue un buen boxeador, un guerrero, pero que está baqueteado y en el ocaso físico.

Socios. Leonardo Sbaraglia y su hermano Pablo comparten comidas y escenarios.

–¿Y después del rodaje, cortás con el entrenamiento?
–No, me gustaría seguir. Realmente me encanta, estoy fascinado, además de notar los resultados. El boxeo es maravilloso, un deporte supercompleto. Me siento fuerte, sólido.
–Como para seguir el raid de trabajo cinematográfico.
–Sí, tal cual. Termino con Sangre en la boca y me meto con El túnel, película de Rodrigo Grande, con Pablo Echarri y Daniel Fanego. Nos vamos en agosto a filmar a España.
–¿Y después?
–Bajo la persiana. Ya estoy hecho en materia de cine: rodé No te olvidés de mí y ahora vienen estas dos películas. Después me voy a meter más de lleno con la obra El territorio del poder, que es un trabajo íntimo y personal.
–¿Cuál es el máximo de películas que podés hacer por año?
–Depende. Este año voy a estar haciendo tres, porque los tres son trabajos protagónicos. Pero el año que hice Relatos salvajes llegué a cuatro, porque no tenía una presencia exclusiva. Fue en 2013, cuando también hice Aire libre con Celeste Cid; Choele, que se estrenó este año; y Dos lunas, que rodé en México. Además de En terapia, donde grababa un par de veces por semana.
–Siempre tuviste trabajo.
–Desde el 2000 a esta parte tengo laburo ininterrumpidamente.
–Pero, ¿cuánto se potenció el trabajo a partir de Relatos salvajes?
–Mucho.
–¿Por qué?
–Porque me transformé en un actor más comercial. Simplemente por eso.
–¿Te llegan más propuestas?
–Sí, claro. Y varias desde más allá de la frontera.
–¿Por qué te fuiste a España en 2000?
–Me fui porque el trabajo que quería y que necesitaba, en la Argentina no lo encontraba.
–¿Qué tipo de trabajo?
–Más formativo, más cinematográfico. Yo aprendí mucho en el tiempo que estuve en España y me terminé ganando un lugar importante, nada sencillo por ser extranjero.
–¿Y qué te ofrecían en la Argentina?
–Mayormente televisión: eran propuestas que no me cerraban del todo.
–¿Cómo fue vivir en España casi una década?
–Extrañaba mi país, mi ciudad, las calles, mis cosas, mi gente. Yo me fui antes de que el país se desmoronara y no me fui por cuestiones coyunturales, sino por una decisión personal. Como decía antes, necesitaba ampliar el rango de mis posibilidades y se presentaron chances serias a partir del éxito que tuvo Plata quemada. A medida que acá se venía todo abajo, allá empezaban a aparecer proyectos interesantes, que me fueron tironeando para que me estableciera.
–¿Por qué decidiste pegar la vuelta?
–Empecé a ver que la Argentina encontraba un cauce distinto, más interesante y parecido al país que uno siempre anhelaba. Esa sensación empecé a tenerla hace varios años. Las ganas de volver estaban desde hace tiempo, el tema era que me iba demasiado bien en España y no podía largar.

 

Miedos detrás de escena
Quizás con un poco de culpa, Sbaraglia dice que lo suyo es un privilegio. Prácticamente, no sabe qué es no tener trabajo. «Tengo esa suerte, aparecen alternativas, un salvavidas. No me faltan propuestas, pero no todo el mundo tiene esa dicha. No me puedo quejar. No me animaría, tampoco». La actividad sin freno, admite, deja huellas. «Por momentos me siento agotado y abrumado, aunque no puedo parar. Hace mucho que estoy en esto, pero últimamente me la paso viajando, y cansa. Voy a lugares hermosos, pero a veces ni los empiezo a recorrer», se lamenta.
–Dentro de la actuación, ¿nunca te atemorizó ser un eterno freelance?
–El actor es un freelance para siempre. En lo personal, ese temor se fue disipando hace mucho, porque lo que hice fue buscar opciones, sembrar en distintos lugares para que, si la cosecha no me daba réditos en uno, tal vez sí en otro. Haberme ido a España fue clave, porque allí se me abrieron un montón de puertas. Y así fui abriendo sucursales en México, en Uruguay y en el interior de nuestro país.
–¿Te pasó alguna vez de padecer el trabajo?
–Me ha pasado de no dar con el personaje y tener insomnio, o de hablar con el director para intentar sacar al personaje y a veces no llegar a un acuerdo. Cada rol es un mundo y la relación con cada director es una historia de amor breve, que te obliga a tener una saludable estadía.
–¿Colgaste la pilcha de galancito?
–Tengo 45 años, lo de galancito quedó atrás. De todas maneras, fue una imagen que tuve hasta los 20, nunca me interesó estar catalogado así. Por supuesto que en su momento me sirvió, pero apenas pude, me liberé de ese lastre.
–Con tantos años de oficio, ¿tomaste conciencia del paso del tiempo en relación con la actuación?
–Uno piensa seguido que la vida es más corta, mientras que los conflictos, las dudas y las pocas certezas te van abrazando. Pero no solo en la profesión, porque siento que me pasa lo mismo en otros aspectos de la vida cotidiana. Es más, cuanto más lúcido uno cree estar, es cuando afloran más las vacilaciones.
–A tu edad, ya pasaste casi 30 años en un set de filmación. ¿Cómo es la experiencia de vivir más en la ficción que en la realidad?
–Ese es mi gran problema, el estar mucho tiempo en burbujas ficticias en las que uno es como el mesías. No sé lo que les pasará a otros actores, pero particularmente, cada vez más los personajes que interpreto son parte de mi vida. Cada vez más, los personajes que encarno son metáforas de mi propia identidad, lo que de alguna manera permite que el público se meta adentro de mí. A veces dice mucho más un personaje que una entrevista.

Javier Firpo
Fotos: Juan Carlos Quiles

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