Luciano Cáceres. El intérprete, director y dramaturgo se desplaza con libertad entre el teatro comercial y el circuito off, el cine pochoclero y las películas independientes, la televisión abierta y Netflix. La huella de la historia de sus padres y su formación junto a la recordada Alejandra Boero.
28 de diciembre de 2016
Sabías que fui concebido literalmente en un escenario?». De alguna manera, con este interrogante, Luciano Cáceres intenta explicar su pasión por la actuación y el teatro. Su papá, Genaro Carmelo, era un actor que tenía un teatrito en pleno barrio de Monserrat. Su mamá, Haydée, empleada municipal, era habitué de la sala. Cada uno tenía sus respectivas parejas, pero quedaron flechados, pese a que Genaro era casi 20 años mayor. «Mamá estaba embelesada por la intelectualidad de mi viejo, quien a su vez admiraba la fuerza de mi vieja, que fue una sindicalista con unos ovarios enormes: se la jugó por sus compañeros de la municipalidad», revela orgulloso sobre sus padres, que ya no están. «Nací en una casa muy politizada y, de alguna manera, el teatro es política. Las ideas van de la mano, la ideología es un punto muy fuerte y está presente en la escena teatral», afirma el actor.
–Evidentemente, lo llevás en los genes.
–Desde que me acuerdo, quería estudiar teatro. Era lo único que me interesaba en la vida. Yo de pibe jamás agarré una pelota de fútbol. Solo quería actuar, actuar y actuar. Empecé a estudiar a los 9 y a los 11 ya hacía cositas de teatro.
–¿Y cuándo supiste la historia de tus viejos?
–Recién a los 15, por lo que estaba destinado que me dedicaría al teatro.
–¿Quién te reveló la historia?
–Una prima hermana, en una fiesta y de pura casualidad. «Vos no ibas a zafar del teatro, si fuiste concebido en un escenario, posta», me dijo. Me quedé helado. Hasta que la fui a encarar a mi vieja: «Mamá, pero ¿vos no estabas casada con un ingeniero? ¿Por qué no me contaste nada?», le recriminé. «Vos nunca me preguntaste», me contestó, seca. Mis padres tuvieron una pasión loca y arrolladora. Empezó como algo prohibido y terminó con ellos juntos hasta sus últimas horas.
–¿Tu mamá conoció al actor consagrado?
–Lamentablemente, no. Mi vieja murió en 2002, que fue, quizás, el año de mi lanzamiento como actor. Fue cuando conocí a Javier Daulte, que me llamó para hacer una obra muy importante en mi vida que fue Bésame mucho. Desde ese año empecé a pegar laburo tras laburo.
Hombre orquesta
Cáceres es de esos intérpretes capaces de encarar una considerable cantidad de trabajos sin que eso lo estrese. Este año dirigió Pieza plástica y actuó en Pequeño circo casero de los hermanos Suárez; terminó las grabaciones de la tira Los ricos no piden permiso y en Netflix se lo puede ver en la serie Estocolmo; en cine estrenó en lo que va de la temporada Cien años de perdón, Las Ineses y Operación México y, además, tiene tres rodajes consecutivos en los próximos meses.
–¿Sos un actor de moda?
–No, para nada. Yo la vengo remando hace mucho. Y es cierto, tengo laburo constantemente, pero porque me pongo la camiseta de cada cosa que hago.
–¿Te cuesta decir que no a una propuesta?
–En absoluto. Digo mucho más «no» que «sí». Aunque me siento un pulpo que mueve sus tentáculos para distintas áreas, no te das una idea de la cantidad de ofertas que recibo.
Cáceres es un artista orquesta: actúa, dirige, escribe, produce y proyecta a futuro. Apasionado de su trabajo, dice que volvió a su tono de pelo castaño, que después de trece meses dejó el platinado de Marcial, el perverso personaje de Los ricos no piden permiso con el que generó reacciones tanto por sus maldades como por ciertos gestos de ternura. «El de Marcial es un rol con muchas aristas. El tipo es ambicioso, tiene poder y un costado entre mesiánico y místico. Es atractivo y jugoso por donde lo mires», define.
–¿Te sienta bien el rol de villano?
–Me gusta, me interesan más los papeles perversos, aunque eso no signifique que no quiera alguna vez ser el héroe. Pero un perverso como Marcial o como aquel David de El elegido, los quiero siempre, porque para preparar a tipos así me entretengo mucho, ya que poseen todas las aristas y los condimentos necesarios para lucirse. Por suerte pegaron en la gente y lograron una masividad que no me esperaba.
–Además de esos trabajos, también sos un autogestor de proyectos personales más austeros, menos taquilleros.
–Pero más reconfortantes, también. Para mis trabajos de dirección teatral, como en Pieza plástica, siempre encuentro un lugar. Ya llevo 20 años dirigiendo y tengo alrededor de 34 montajes realizados. Una bocha.
–¿Cuán lejos estás del director con el que soñás ser?
–No sueño con ser un tipo de director. Quisiera tener más obras para mejorar. Laburando se ajustan los detalles. Y, en tren de sueños, me gustaría dirigir una obra más grande, con mayor puesta en escena…
–¿Te animás a la avenida Corrientes?
–¡Cómo no me voy a animar!
–¿El teatro te conecta con una mayor creatividad?
–Ahí es donde me nutro y me enriquezco. Donde puedo volcar todo lo aprendido y donde me permito mostrar un estilo. Si bien no consigo el reconocimiento ni la devolución que tengo con Los ricos no piden permiso, dirigiendo o actuando en el teatro off es donde encuentro mi parte artística más viva de este oficio que amo.
–Llevás una carrera de 20 años en la tele, el teatro y el cine. ¿Cuál es el secreto de tu vigencia?
–Las ganas de aprender, la entrega en cualquier trabajo y el no subestimar ninguna faceta, por más experiencia que tenga. Tuve una educación familiar y teatral que me construyeron así.
–Te desenvolvés en ámbitos bien distintos.
–Sí, yo puedo trabajar en el ámbito comercial, en el nacional, en una cooperativa, en el circuito off, en una película pochoclera, en otra de autor, en Telefe, en El Trece o en la TV Pública. Soy abierto y amplio.
–¿Qué importancia le das a esa libertad?
–No tiene precio. El sentir que no tengo compromisos con nadie es una sensación indescriptible. Que no te reclamen, que no te echen nada en cara. Yo trabajo donde me gusta y tengo esa oportunidad mayúscula que es poder elegir.
–¿Cómo podés encarar cuatro, cinco trabajos al mismo tiempo?
–A veces me lo pregunto, y me di cuenta de que el propio trabajo me retroalimenta. Yo salgo de un ensayo a las doce de la noche y estoy pila para seguir con otra cosa. Me energiza el trabajo.
Ficciones en danza
En el segundo semestre del año, la pantalla grande ganó terreno en la agenda de Cáceres: se estrenaron la comedia Las Ineses y la testimonial Operación México. Y ya se embarcó en el rodaje de El jardín de la clase media. «El cine me encanta, creo que 2016 fue mi año de cine, porque lo arranqué con Cien años de perdón, una película de suspenso de Daniel Calparsoro. Después, en Las Ineses hice una comedia, dirigido por Pablo José Meza. Y también se estrenó Operación México, basada en la novela de Rafael Bielsa, en la que me pongo en la piel del montonero Edgar Tulio Valenzuela, alias Tucho. Ahora estoy en medio del rodaje de El jardín de la clase media, un policial de Ezequiel Inzaghi, donde interpreto a un político en ascenso que está jugadísimo. Y después tengo otras dos al hilo: Punto muerto, un guionazo de suspenso de Daniel de la Vega, que me tiene inquieto, y cuando termine me voy a Brasil a filmar Happy hour, una coproducción en la que viajaré con Pablo Echarri».
–En teatro, este año estuviste con Pieza plástica, que dirigiste en el Centro Cultural San Martín, y con Pequeño circo casero de los hermanos Suárez, con el que saliste de gira por el Gran Buenos Aires…
–Pieza plástica ya está en su segunda temporada y es una adaptación de una obra alemana que dirijo y es protagonizada por Brenda Gandini, Joaquín Berthold y Shumi Gauto, que hace foco en una familia desquiciada de clase media. Y con Pequeño circo… vamos teniendo distintas funciones por el Gran Buenos Aires, en el marco del programa «Acercarte». Es un viaje mágico que hacemos con Luciano Castro, Marco Antonio Caponi, Marita Ballesteros y Cutuli, que aborda el regreso al hogar del hijo no pródigo, un hombre con retraso mental que viene de trabajar en un circo lumpen que quiebra.
–Además de la televisión abierta, también llegaste a Netflix con la serie Estocolmo.
–Sí, la historia transcurre en dos tiempos que se combinan. Hay tres años de diferencia que van y vienen. Yo interpreto a un fiscal de la Nación, un tipo turbio, con aspiraciones políticas, que tiene a un medio hermano que está en el negocio de la trata de personas. Entre ellos dos aparece una periodista manipuladora, en la piel de Juana Viale. La serie habla de la corrupción del Estado, de la codicia de la política, de la Justicia y de todos los que encubren para que el negocio exista y persista. Luego hay una parte de amor, un triángulo y todo eso, pero en lo que a mí me toca, el motor de Estocolmo pasa por las ambiciones.
Prestigio y popularidad
Cáceres estudió y se formó durante 10 años con Alejandra Boero, precursora del teatro independiente, fundadora del teatro-escuela Andamio 90. Gracias a ella el actor y director tuvo un faro, una guía que le allanó el camino. «No tuve una relación tan íntima y creo que fue bueno mantener cierta distancia con Boero, típica de maestro-alumno. Igual siempre se preocupó por mí, ya que además de hablarme como a un futuro actor, me preguntaba cuestiones particulares, algo así como una abuela», recuerda Luciano con afecto.
–¿Boero fue responsable del tipo de artista que sos hoy?
–Fue fundamental en mi carrera y todo el tiempo aparece en mi mente, simplemente porque fue mi formadora, no solo como actor, sino como hombre de teatro. Alejandra me inculcó todo tipo de conocimientos, como de iluminación, escenografía, por eso yo, ahora, como director, tengo muchos recursos. Estuve becado en su teatro-escuela Andamio 90, y allí fui acomodador, boletero y hasta estuve en la construcción del lugar, picando paredes, pintando, limpiando.
–¿Cómo vivís la dualidad del actor nacido en el teatro que se hace popular en televisión?
–Sí, yo vengo del teatro, que es donde me siento más cómodo. Pero hoy, a los 39 años, puedo decir que aprendí un oficio y que eso abarca todo: el teatro, la televisión y el cine. Antes yo era más idealista, pensaba que el actor verdadero era solo el de teatro, y hoy lo veo como algo más integral.
–¿Qué te dio el oficio de actor?
–Me permitió encontrar mis intereses, mi personalidad y mi decencia. También expandirme. Es bueno tener un oficio, resalto esta palabra más allá de la profesión. Yo soy un profesional, me fui formando en diversas tareas, pero tener un oficio, haberlo mamado, haber crecido y saber manejarlo, es esencial para mí.
–¿En algún momento tuviste cierto prejuicio con respecto a la tele?
–Claro, yo antes no me hallaba del todo en la tele. Y así lograba tener solo participaciones o personajes que no duraban mucho. Simplemente porque no terminaba de soltarme. Venía de una educación teatral si se quiere estricta, con una Alejandro Boero que no comulgaba con ese medio. En teatro hay maratónicos ensayos, no así en tele. Pero vuelvo a lo del oficio, del que vivo, y la tele forma parte de él.
–Siendo un bicho de teatro, ¿tratabas con desdén al galancito de televisión?
–Un poco sí. Hacía 200 obras, me mataba para juntar unos mangos, todo valía para no ir a la tele. Porque Alejandra era así, nos metió en la cabeza el ensayar, el laburar, el vivir por y para el teatro. Para ella, ir a la tele era como prostituirse, un sacrilegio, algo terrible.
–¿Así fue hasta sus últimos días?
–En sus últimos tiempos, la viejita fue más flexible y comprendió que un actor también podía vivir de la tele sin perder cotización ni prostituirse. Y hoy entiendo que mi formación teatral y el haber hecho todo lo que hice me curtió y me sirvió para nutrir a los personajes televisivos.
–¿Cómo te llevás con la exposición mediática y la masividad?
–Me agarra con experiencia, sólido, bien parado, entonces la llevo con tranquilidad, no tambaleo. Íntimamente no me cambió en nada, sí en el afuera: adonde vaya, me conocen. Pero entiendo que es algo momentáneo y que, como conozco la vida del actor, esto es algo que va y viene.