De cerca

Paisajes del Litoral

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Las canciones, las poesías y las pinturas del artista misionero vuelven, una y otra vez, sobre las selvas y los ríos de esa geografía que marcó su infancia. Mientras se prepara para celebrar sobre el escenario sus 90 años, reflexiona sobre la vida, la muerte, la creación y la filosofía.


Ramón Gumercindo Cidade vive en un mundo imaginario hecho de ilusiones coloridas. En su planeta habitan palabras, canciones, pinturas y lleva la risa como bandera. En su luminosa casa del barrio de San Cristóbal, la que comparte con su compañera Teresa, una «kuña pora» (muchacha hermosa, en guaraní) paraguaya que ofrece café con bizcochitos y galletitas, se lo escucha cantar con la voz de un cardenal que llena todos los rincones del Litoral, o recitar a los cuatro vientos la poesía que va brotando de su boca como un manantial de metáforas. Cuando es el silencio el que se impone, seguro que está en la planta alta, en su atelier, dándole vida, en un lienzo, a uno de los tantos paisajes que habitan en su memoria.
El hombre conocido artísticamente como Ramón Ayala nació en 1927 en Garupá, Misiones. Desde la infancia lo acunaron los ritmos de la Argentina, Paraguay y Brasil: un universo de tres fronteras, tres lenguas y tres culturas interconectadas. La misma tierra colorada, los paisajes de ríos y el verde de la selva. En el medio, la gente que inmortalizó en sus canciones: «El mensú», «El cachapecero», «El jangadero» y «El cosechero».
En la adolescencia, cuando falleció su padre, con su madre y sus hermanos se mudaron a Buenos Aires. Vivió en Dock Sud y en Villa Urquiza, en Posadas. Aprendió a tocar la guitarra escuchando la radio y prestando atención con los cinco sentidos. Al subir a un escenario cambió el apellido Cidade (ciudad en portugués) por el artístico de Ayala. «Lo encontré más cerca del pueblo», explica.
Como las fronteras son mentales, divisiones creadas por los burócratas, Ramón Ayala unió esa cultura mestiza que marcó su crianza en un ritmo al que bautizó gualambao. «Es una criatura asombrosa, mezcla de guaraní, portugués, castellano y africano, que asoma sus hocicos con toda la pretensión de ser usable y querible para el futuro de la Argentina y también de Latinoamérica», define. «Quiero que el ritmo sea una voz de Misiones, distinta a todas las voces de la Argentina. Es un ritmo medio extraterrestre», le dice el artista a Acción, ilustrando con sonidos vocales y con sus manos esa clave de 12×8 que es el latido mismo del monte.
–¿Cuál es su secreto para tener esta energía a los 90 años?
–Primero y principal no me drogo, no bebo y no fumo, pero pienso que una de las características de tener una vida larga y luminosa es la risa. El otro día vino una señora, me agarra la mano y me dice: «Ramón, usted es mi salvador». Le dije que no soy salvador, no soy Jesucristo, no soy nada. Soy un hombre que está sentado frente a la vida, la quiero y la uso como debe ser. La vida es una magnánima y maravillosa aparición de la naturaleza que te favorece, porque no existe un capital en todo el planeta Tierra más importante, porque el oro está facultado y celebrado por la vida porque estás vivo. Te morís vos y es un cacho de mierda el oro, lo fundamental es la vida: hay que cuidarla, hay que vivirla. Soy un enamorado de la vida, la valoro, la quiero y la vivo intensamente. Creo que esa es la forma de vivir, ¿para qué te han regalado la vida si sos un estúpido que anda en penumbras? Vivir intensamente cada día, como si fuera el último: ese es el secreto y, por eso, tengo el sentido del humor incorporado.
–¿Cómo se lleva con la idea de la muerte?
–No me apresuro a la muerte. Tal es así que le hice un poema: «Muerte que vas frente a mí con tu cara de calavera, no te detengas aquí muerte que vas por ahí, donde acá un noble poeta, que lo único que ama es la vida en fiesta y el amor de la mujer y la amistad del amigo y la luz del claro día, muerte no te detengas ante este feúcho que no aporta nada a tu capital de muertos».
–¿Y el futuro?
–El futuro es hoy. Hoy tenés que vivir como si fuera el último día, mañana es una prolongación del hoy y pasado mañana es una súper prolongación del hoy anterior. Así que vos tenés que estar viviendo el hoy con toda tu sabiduría y con toda tu alma y nada más. Y morirte estando en el hoy, cagándote de risa: esta es mi filosofía y la practico a rajatabla.

Canción del trabajador
Cuando en 1962 Ramón Ayala viajó a Cuba, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, conoció al Che Guevara. Y entonces descubrió que «El mensú», esa canción del trabajador explotado de su tierra, era cantada por el Che en los fogones revolucionarios de la Sierra Maestra. De hecho, varios de sus compañeros de lucha sabían la letra de escucharla una y otra vez, interpretada por el revolucionario argentino.

–¿Por qué al Che le gustaba «El mensú»?
–Porque mis canciones tienen un tinte social, un enfoque que se detiene sobre la vida del hombre, tanto en la alegría como en el amor, los sueños, la desesperanza, la lucha y la esperanza. Entonces he hecho esa canción para esos hombres, porque nunca he hecho nada que fuera conspirando contra el futuro, ni contra el tiempo, ni contra la salud. Hay que ser como uno es o como uno piensa que es. Me gusta ser siempre verdadero y poner al servicio de esa verdad todo el talento, el conocimiento o la sabiduría que puede haber adquirido.
–¿Cómo nació «El mensú», esa obra tan emblemática en su carrera?
–Íbamos paseando con mi hermano en Misiones y me dice: «Mirá ese tipo, parece una hormiga, lleva un bulto encima que parece tres veces más grande que él». Ese es un cuadro vivo pintado, hay que ponerle un marco y ya está. Y así salió la canción al hombre, al trabajo.
–¿Qué disco o canción que aún no escribió le gustaría hacer?
–Tengo un plan que, más que una canción, es hacer un disco que se llamará Cantando con los próceres. Va a empezar con Mariano Moreno y dirá: «A través del oleaje que me rodea y que me está llevando a las profundidades, veo allá lejos las lucesitas de mi Buenos Aires. Me voy yo y mi tierra queda, pero va a quedar rastro de mi huella en el corazón de los hombres de verdad, que amen nuestra magnífica tierra. Me voy yendo para siempre, por imperio de las maniobras lamentables, los malos argentinos que venden la patria y de los bandidos que la circundan. Me voy para siempre, pero también para siempre me quedo, no seré simplemente una calle ni una avenida: voy a ser un pueblo que avanza, para defenderlos de las hormigas peligrosas». ¿Por qué no hay un disco dedicado a los próceres? Para muchos Belgrano es solo una avenida, nada más. Y la gente anda paseándose por ahí sin saber que es un tipo que dio su vida por la patria.

El ADN de la tierra
El arte de Ramón Ayala es consecuencia natural de sus vivencias. Anda y pinta, respira y escribe, sueña y canta. Hasta el momento, ha compuesto más de 300 canciones populares. También atesora una obra pictórica inmensa y lleva nueve libros publicados, entre los que figuran Las trincheras ardientes del Paraguay, Cuentos de la tierra roja, Juan de los caminos. Por estos días, está escribiendo un volumen de poesía y cuentos que se titulará Canto integral de la Patagonia.
«Nosotros tenemos un caudal, un patrimonio musical y poético extraordinario, por eso nunca me enrolé en ningún proyecto extranjerizante, porque no tengo tiempo. Es tan inmenso el capital que tenemos para descubrir y muchos no se dan cuenta, porque todo lo que suena extranjero parece que fuera verdadero. Y entonces tratan de pintar su propia música con la tonalidad extranjera, sin saber que la única forma de ser ellos es teniendo su propia voz. Cada día que pasa soy más argentino, porque me di cuenta de la magia que tenemos, la barbaridad de país y de capital humano. Lástima los que tienen mente corta, no les da para ver el horizonte y se embarcan en esas vías que les programan las cabezas», dice, en su cruzada cultural.

Las trincheras ardientes del Paraguay, editado por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación en 2015, es un libro de casi 300 páginas en el que, a través de las memorias de su madre, María Morel, Ayala aborda la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870). «La guerra más lamentable de Latinoamérica, este exterminio entre el humano conducido siempre por fuerzas exteriores a nuestro continente, es como ir a matar a un hermano tuyo en la casa de otro. Por medio de este libro me di cuenta de que soy una consecuencia de la Triple Alianza», cuenta Ayala, sobre este trabajo que no se consigue aún en librerías.
El 2017 será un año de festejos permanentes por sus 90 años. El 14 de julio tocará en la sala porteña Trilce y, además, en los días venideros tiene previsto presentar su libro Cuentos, poemas y relatos del camino. «Porque es en el camino donde van fluyendo cosas en la medida que vos seas capaz de presentirlo, de verlo, de detenerte a saborearlo o capturarlo para hacer una canción», afirma el hombre que supo capturar esas imágenes y transformarlas en una obra de arte.
–¿De dónde brota tanta inspiración?
–Creo que la música está dentro de uno, como cuando uno ama a una mujer: donde vayas te acordás de ella. Es como un amigo del alma, con el que siempre estás dialogando. Pasa igual con la poesía, donde vayas te vas a encontrar con tu otro yo que te dice «vos sos esto». Primero tiene que gustarme a mí, satisfacerme, si no soy un falso conmigo mismo. Si no te respetás vos mismo, sos una mierda.
–¿Cómo fue que comenzó a pintar y cuánto tiempo le dedica?
–A la pintura ahora la tengo un poco en la banquina, porque soy un aventurero del arte. Para pintar soy un autodidacta, como todo en la vida, como en todos los oficios. Tengo la facultad de presionarme sobre el trabajo y hundirme un poco con él, porque he leído también sobre la vida de los pintores y sobre las técnicas. Al conocer la vida del pintor y las búsquedas, también me embarqué en ellas y me metí en el proceso. No es producto de la casualidad, sino de la causalidad.
Las pinturas de Ayala, al igual que su música y sus poemas, giran en torno a un paisaje de selvas y ríos. Nunca faltan la luz del sol ni una mujer. Los hombres suelen estar trabajando o fundiéndose en esos colores vivos. En los 60 viajó durante casi una década y conoció España, Suecia, Francia, Italia, Rumania, Chipre, Uganda, Kenia, Tanzania, Líbano, Turquía, Kuwait, Irak e Irán. Visitó la iglesia de los adoradores del diablo en Kurdistán y las islas de los pescadores de perlas en el golfo Pérsico.
En cada lugar en el que estuvo tocó sus canciones y pintó cuadros, que quedaron para siempre en esos países. Pero lo más importante fue el capital humano que cosechó en su travesía por el mundo. «Tengo muchos amigos, fruto de la admiración por mi obra. Son todos inteligentes, porque para tener un amigo consciente y luminoso tiene que ser un tipo que conozca algo, que tenga cierta cultura y ame la palabra», dice, mientras mira uno de sus cuadros, que representa a un grupo de personas saliendo de una mezquita.
–¿Siempre fue una persona tan espiritual?
–Siempre fui un tipo que me conduje por imperio de voces interiores: contra viento y marea yo quería hacer tal cosa y me metía ahí.
–¿Usted sabe quién es Ramón Ayala?
–Me he dado cuenta de que no tengo religión, no tengo dios, no tengo iglesia, no tengo nadie que me perturbe, ni nadie que me venga a enseñar cómo vivir, cómo respirar. Si ya la naturaleza me ha dotado, dicen que dios habita en el cuerpo del ser humano, para qué necesito intermediario. Yo vivo entre el poema, la risa y el chiste.
–¿Y el amor?
–Me considero un romántico, hay que serlo porque si no lo sos no sabés lo que es la vida. La vida es un romance, la vida es una magia que te han dado por una putísima casualidad, porque para que nazcas vos han muerto miles de espermatozoides que iban a consolidarse y te tocó a vos. Entonces vení a este mundo a disfrutar, no a joder.

Fotos: Jorge Aloy

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