6 de marzo de 2022
Figura clave del rock latinoamericano, la vocalista de Aterciopelados evoca sus comienzos y analiza el panorama actual. Música, feminismo y pandemia.
Andrea Echeverri recién se había recibido de licenciada en artes y estaba buscando su propio rumbo. Vivía en un hogar típico de clase media del barrio El Chicó, en Bogotá. Era la menor de cuatro hermanos. Su padre era odontólogo y su madre ama de casa. Un día se encontró con un amigo que estaba yendo al ensayo de una banda.
Y, sin saberlo, su vida cambió para siempre. «¿Usted canta?», le preguntó el joven. «En mi casa todo el mundo canta», respondió. «¿Y quiere estar en una banda?», siguió él. «Bueno, vamos a ver», se entusiasmó ella.
Su amigo no le dijo nada más y la llevó a encontrarse con su destino en el barrio popular de Restrepo, donde ensayaba el grupo punk La Pestilencia. «Llegamos y era la casa de Héctor Buitrago. Yo quedé flechada totalmente», recuerda. Esa tarde de 1998 se comenzó a gestar la gran bestia pop colombiana: Aterciopelados. El camino los llevaría a estar más de 30 años juntos sobre los escenarios. En Colombia su primer trabajo, Con el corazón en la mano, fue tan popular como El amor después del amor de Fito Páez. Se fueron de gira con Soda Stereo por Estados Unidos. Se adelantaron al Me too con canciones como «Cosita seria». Su mezcla de rock con boleros y serenatas, su estética kitsch y colorida, sus letras con mensaje y los videos de «Bolero falaz» y «Florecita Rockera», que no dejaban de rotar en la cadena MTV, enamoraron a los jóvenes de los 90.
Cuando se cumplieron los 20 años de El Dorado (1995), que vendió un millón de copias, se editó un disco tributo con figuras de la música iberoamericana como Carlos Vives, Enrique Bunbury, Gepe, Camila Moreno, Kevin Johansen y Paulinho Moska. En buena medida, la proyección internacional de la música colombiana reciente tiene su base en las canciones de Aterciopelados. «Li Sumet de Bomba Stéreo siempre dice que le enseñamos cómo se hacía y J. Balvin, según me contaron, cantó nuestros temas en los actos de su escuela», dice la icónica cantante, que se convirtió en una voz femenina de referencia en el rock latino.
Echeverri está en su casa de Teusaquillo, en las afueras de Bogotá, la que se compró con una parte del adelanto que le dieron por la grabación de La pipa de la paz. Allí vive con su pareja Manolo y sus dos hijos, Milagros y Jacinto. Cuando no está componiendo, se refugia en el taller de cerámica. En noviembre de 2021 inauguró una gran exposición en Bogotá titulada Ovarios calvarios, en contra de la violencia de género, con videos, cerámicas a gran escala y tres canciones originales en las que participaron La Muchacha Isabel, Las Añez y Vir Quintana.
En el medio de la pandemia grabó con Buitrago el nuevo disco de Aterciopelados, cada uno desde su casa. El álbum conceptual Tropiplop, el número once de la banda, se editó a fin del año pasado: son quince canciones que hablan de la corrupción política en su país, el ambientalismo y la experiencia de ser mujer en el show bussiness, encapsuladas en una matriz de electrónica, pop, folclore y rock. Un paso más en la búsqueda de una música original que acompañe su tiempo y también sus vidas. Uno de los cortes fue «15añera», una grabación donde canta a dúo con su hija de 19 años, otra vez uniendo generaciones.
–El tema remite a la relación de tu familia con la música y a la continuidad de las mujeres cantantes: primero tu madre, después vos y ahora tu hija.
–Pues sobre todo mi madre es muy importante para que yo termine cantando. Desde que tengo memoria, mi mamá con su guitarra acústica era la reina en todas las fiestas. Todo el mundo se sabía las canciones y había celebraciones colectivas en torno a los boleros, las rancheras y los tangos. Tengo recuerdos de ella cuando cantaba con un trío llamado Los Isleños. Y en un momento le propusieron grabar, pero eso no estaba bien visto. Ella era madre, ama de casa y como ese rompimiento en el momento no se pudo dar, no se dedicó a la música. Eso sí se dio conmigo: es pura herencia mi canto. Yo canto como ella, aunque después de treinta años hay un desarrollo propio. Soy una florecita rockera, pero esto me viene de herencia. Mi hijo estudia piano y mi hija estudia batería y ahora empieza psicología. La canción «15añera» se la había escrito cuando ella cumplió 15 años. Lo más bonito fue grabar el video. Fue difícil que la cantara: un día vino con el novio al estudio, porque ella no está muy metida en este mundo.
–¿Se puede comparar la relación que tenías con tu madre y la que tenés con tu hija?
–Pues hay muchas cosas diferentes, pero también otras muy parecidas. Cuando tú creces, para definirte tienes que rechazar a quien te creó, eso pasó y va a seguir pasando, aunque es un mundo diferente. Me cuestiono mucho eso porque nuestra generación tuvo en general padres autoritarios y nosotros nos volvimos rebeldes. Esta generación de padres es muy poco autoritaria, es como que a veces digo faltó autoridad, porque tienen muchas libertades que no han tenido que pelear. Ella es re-feminista y está en un lugar más allá del mío. No tengo resuelto eso de «mira la esencia no las apariencias», por eso hago canciones como «El estuche», «Piernas», «Cuerpo», porque tengo que pelear con eso. Vivo en el show business, por eso escribí «Antidiva», pues porque esto no es para patitos feos sino para cisnes. Y acá estoy yo peleando porque no importa cómo te veas, mientras que a ella de verdad eso no le importa. Ella es regia, dice «yo soy como quiero». Esas son unas cosas bonitas producto de las luchas que uno ha hecho también, pero ella arranca más adelantico.
–¿Las canciones son para poder hablar de tus conflictos internos, para hacer una catarsis o reflexionar en voz alta?
–Uno busca, trata de sumergirse en uno mismo y es un poco pensar en voz alta, un poco de terapia no solo mía sino colectiva, porque al final uno vive en un planeta y está compartiendo un montón de problemas con otra gente. Eso es bonito, porque al final se ve que uno siembra pensamiento con las canciones. Con mi hija misma lo veo y luego con una cantidad de personas más jóvenes que siguen a Aterciopelados, porque estamos dando mensajes feministas y ecológicos, antibélicos. Aunque la música que predomina afuera es sexual, hay gente que siente que son otras cosas las que importan.
–En «Amo de casa» hablás de las nuevas masculinidades.
–Esa es muy chévere y tiene humor. Tengo recuerdos de niña de oír a mi papá y mis hermanos hacer chistecitos sexuales y yo pensaba «qué onda, que huevonada». A mí me molestaban de verdad, pero estaba aceptado eso en la charla cotidiana. En esta canción me fui por el lado del humor. «Tu nueva masculinidad excita mi curiosidad», digo. Quedo chévere. Esa canción nació con Kevin Johansen, que vino una vez a tocar y nos encontramos para componer. Él tenía esta idea del amo de casa. Al final de esa que nos inventamos no quedó nada, pero la idea siguió en pie. Y fue en la pandemia que vi a mi pareja lavando el baño con guantes de plástico y lo amé como nunca.
Florecita rockera. La cantante pasa sus días en su casa de Teusaquillo, en las afueras de Bogotá, entre la composición y el taller de cerámica.
JUAN ANDRES MOLINA
–¿Hay una canción que te defina?
–Podés rastrear en mis canciones la pura arqueología de mi vida. Escribí mucho y cada etapa de mi vida está representada por una canción. En el momento de ser mamá hice el disco de ser mamá. Ahora escribo «15añera» porque estamos que nos ahorcamos con mi hija. Es lindo crear algo bonito así surja de un sentimiento incómodo, feo o triste, como las que hice sobre la violación. Supongo que debe haber de todo, incluso ahora que todo el planeta está cayéndonos encima, hay músicas donde todos se la pasan perreando. Eso está bien, pero de pronto si uno puede llenar esos espacios que hacen falta, mucho mejor. En la canción «Plañidera» digo: «Y si no quiero que bailemos /si lo que busco es que todos chillemos». Yo veo el futuro gris, con políticos que se aferran al poder. Pero por suerte en Aterciopelados también están las canciones de Héctor que son una cosa divina, que son esperanzadoras, que están llenas de esa paz que tiene él, de esa alegría. Entonces en los conciertos están las mías que son como peleonas, tristes o raras, y después llegan las de él. Están «Meditacielo» y «Tu amor es», que cuando las canto en un concierto realmente siento que todo el mundo se lleva un poquito de amor.
–En Aterciopelados siempre hubo una idea de reflejar la identidad de su país, ese es el sello del grupo. ¿Fue algo que surgió naturalmente?
–Fue natural y fue pensado. Estudié artes, entonces esta cosa de buscarse a sí mismo y construirse era parte del ejercicio. En una clase nos preguntaban, ¿qué le gusta a usted? Así te empezás a construir, sino uno es como una masita muy derivada de sus papás, del colegio. Necesitás desarrollar una estética, una simbología, una manera de comunicarse que después lo podés usar vistiéndote, haciendo canciones, parándote en un escenario, escribiendo tus comunicados de prensa. Cualquiera sea el reto creativo tú lo aplicas desde esa construcción que comenzó leyendo Simone de Beauvoir, reconociendo a San Victorino que es un lugar muy popular de acá donde hay mucho esoterismo, el kitsch o la influencia de Beatriz González, una artista pop colombiana que es como la Andy Warhol de acá. Así empecé a construir mi visión, mi estética. Luego conocí a Héctor que era un ser nunca visto, fundador de un grupo punk y entonces esa unión rompió una cantidad de cosas, barreras de clases, hasta nos fuimos a vivir juntos cuando en mi casa daban alaridos. Aterciopelados tiene esa cosa muy natural porque es un amor que nació ahí, fuimos novios, después eso se rompió pero igual siguió la cercanía. Después hay toda una cosa bien pensada, porque lo recuerdo a Héctor hablando de que teníamos que hacer algo diferente. Hacía referencia a Sugarcubes, le gustaba esa banda de Björk, pero no para que hiciéramos lo mismo, sino algo que respirara identidad, que fuera único y que creciera de los corazones nuestros.
–¿Qué mirada tenés de Aterciopelados como ícono de la cultura rock de América Latina?
–Uy, pues Aterciopelados es mi primer gran amor. Tenemos canciones que son importantes para la vida de muchas personas, que se ponen en los casamientos y las fiestas. Los niños en los kínder cantan «Florecita Rockera». Son canciones que nos definirán por siempre. A la vez es un lugar tolerante, porque somos personas muy diferentes. La canción «Dúo Dinámico» explica esas diferencias. Héctor está muy metido con la ecología. Yo estoy más con el feminismo y los derechos humanos. Y el grupo nos cobija a los dos. Somos amigos. Mucho tiempo trabajamos juntos. Hubo discusiones, nos peleamos, hubo tres años que no nos hablamos y luego volvimos por el festival Rock al Parque, porque nos insistieron mucho para que tocáramos juntos. Poquito a poquito otra vez estamos como hermanitos. Ya nos conocemos tanto que de alguna manera nuestras personalidades se controlan y, además, por el paso del tiempo hubo como traslados cerebrales. Antes, Héctor era el loco de atar y ahora es medio yogui, es todo peace and love. Y yo estoy un poco desequilibrada. Esa combinación es chévere, porque soy como una cometa y él me trae. Me siento muy feliz. Siento que es mi amigo y lo admiro. Y creo que él también siente lo mismo. Aterciopelados es una maravilla. Somos un tesoro sin descubrir.
Andrea Echeverri. Aterciopelados.