11 de junio de 2023
Luego del éxito de Cometierra, la escritora retoma la historia de su protagonista para narrar la violencia de género con un toque entre realista y fantástico.
Dolores Reyes ya perdió la cuenta de los ejemplares impresos de Cometierra. Su primera novela apareció en 2019 y desde entonces agotó once ediciones en Argentina, se distribuyó en España y los países de América Latina y fue traducida a doce idiomas. La vidente que busca mujeres desaparecidas conmovió como pocos personajes de la ficción contemporánea a lectores muy distintos y el suceso abrió también la expectativa por la continuación de la historia, algo que acaba de concretarse con la publicación de Miseria.
Reyes nació en 1978 en Caseros, provincia de Buenos Aires, donde todavía vive. A los 14 años comenzó una militancia política que más tarde se trasladó a las acciones por la ley de interrupción del embarazo y ahora a problemas socioambientales. Estudió Profesorado de Enseñanza Primaria y Griego y Culturas Clásicas en la UBA y trabajó como docente hasta marzo de este año. «No tengo forma de conjugar una cosa con la otra», dice en alusión a su trabajo como escritora.
«Acompañar la novela es vertiginoso: una entrevista atrás de la otra, una feria atrás de la otra. Tanto leer como escribir requieren otra temporalidad, concentrarte, meterte en una trama», afirma Reyes. El proceso recién comienza: después de la presentación de Miseria en la Feria del Libro de Buenos Aires seguirá un viaje a España y «un largo período de encuentros con lectores».
–¿Cómo fue escribir Miseria después del suceso de Cometierra? La primera novela abrió un mundo de personajes, pero al mismo tiempo debió ser una presión para la segunda.
–Durante el proceso de escritura me aíslo lo más que puedo. Cuanto más me aíslo, mejor. Si bien esa presión existe, en el momento de sentarme a escribir estoy sola con mis personajes y con la trama. Tenía claro lo que quería contar, aunque es cierto que con Cometierra tuve una libertad absoluta, porque ni siquiera sabía que iba a ser un libro. Y cuando salió la expectativa era que lo leyeran algunos amigos, no más que eso. Ahora sabía que mucha gente esperaba otro libro, porque me lo decían de todas las formas posibles. Eso sí fue muy distinto y a la vez yo no me quería repetir en cuanto a las formas. Entonces hice un movimiento que fue tomar a Miseria, un personaje secundario que aparece al final del libro anterior, ponerlo a la par de Cometierra y construir una novela a dos voces.
«Tenía claro lo que quería contar, aunque es cierto que con Cometierra tuve una libertad absoluta, porque ni siquiera sabía que iba a ser un libro»
–La repercusión de Cometierra fue y sigue siendo extraordinaria. ¿Qué observás en la recepción del libro?
–Los lectores se ven identificados por distintas problemáticas, se sienten muy próximos a lo que la novela propone. Y hay cuestiones, como las relaciones entre hermanos, las primeras relaciones sexo afectivas, la pérdida de la madre, las violencias machistas, que hacen que también lectores muy lejanos tengan algún tipo de acercamiento o empatía con los personajes. Las violencias son sistémicas y eso hace que la novela sea leída de una manera particular. Algunas muy impensadas: hace poco terminé una entrevista y la periodista me contó que ella llevaba el nombre de su abuela, a la cual no conoció porque fue asesinada a golpes por su abuelo, algo que yo construyo en el inicio de Cometierra como una ficción. Los lectores traen historias como devolución, no solo me dicen qué les pareció la novela sino cómo el tema de las violencias atravesó sus vidas.
–De la primera novela a la segunda hay un paso del barrio al tránsito entre la provincia y la capital y una observación más intensa de la violencia contra las mujeres. «Tu don es de oro», le dice Miseria a Cometierra en ese contexto, pero ella lo siente también como una maldición.
–Si bien los personajes son cercanos en cuanto a edad y procedencia social, también son muy distintos en cuanto a su personalidad. Cometierra duda con respecto a qué hacer con su don. Miseria está decidida desde el vamos, segura de que Cometierra es la mejor vidente del mundo y quiere que vuelva con todo: «Acá desaparece gente todo el tiempo», dice. Y Cometierra odia ese don en el sentido de que va hacia la ciudad y ve que ahí, con tanta circulación de gente, la violencia hacia las mujeres y la explotación de los cuerpos femeninos es todavía mayor. Pensaba en cómo impacta esa situación en una piba, qué mensaje recibe, y traté de acompañar esa experiencia con los ojos de Cometierra.
–Más allá de las protagonistas, el tema de los lazos y la solidaridad como fuerza de las mujeres es central.
–Sí, yo sentía que en Cometierra había trabajado mucho la relación de hermanos. En Miseria me movió tener dos protagonistas mujeres. Primero está la amistad fuertísima entre ellas y después Cometierra sale a la ciudad, busca a alguien y ahí aparecen los lazos entre mujeres, incluso entre mujeres de distintas procedencias y de distintas edades. Cometierra se encuentra con otras formas de buscar, con otras formas de acompañarse, de cuidarse, otras sabidurías transmitidas entre mujeres. Son saberes que han sido perseguidos durante años, incluso con la vida de las mujeres en nombre de ciertas creencias que son las oficiales, como la de una mujer que se embaraza del Espíritu Santo que viene en forma de paloma a visitarla, que pare y sigue siendo virgen. Todo lo demás sería brujería, paganismo. Incluso invoco el tema de la partería tradicional, fuera del sistema de la medicina y de los hospitales, donde muchas veces se violenta a estas pibas chicas, que quedan embarazadas sin demasiados recursos, solas. En vez de acompañar, de contener, hay a veces una bajada muy despectiva hacia sus vidas en general. La voz de la mujer embarazada, que va a parir y pone el cuerpo, no interesa. El saber y la decisión son del otro. Es impresionante que las cosas continúen así, y ni hablar cuando se trata de mujeres «de bajos recursos», como se dice con un eufemismo.
«Cometierra se encuentra con otras formas de buscar, con otras formas de acompañarse, de cuidarse, otras sabidurías transmitidas entre mujeres.»
–Entre los personajes que retornan está la seño Ana, la maestra de Cometierra. ¿Por qué te parece importante?
–La seño Ana no se fue nunca. Es un personaje que me gusta mucho, además, y visita a Cometierra en sueños, entonces no le interesa demasiado dónde está. Vuelve a la noche, vive en sueños y le recuerda lo que no resolvió y dejó abierto. Es una figura de protección. La seño Ana es el segundo cuerpo que recupera Cometierra, cuando ella es chiquita, y lo hace por medio de un dibujo. Después la seño Ana la acompaña siempre, y además se aproximan por la edad, porque ella muere a los 23 años, Cometierra crece y eso cambia la forma de conversar entre ellas.
–En una época se habló de la literatura del Conurbano, para dar cuenta de un sector de la nueva narrativa. ¿Te sentiste comprendida en ese rótulo?
–En relación a Cometierra me han dicho tantas cosas: literatura feminista, género negro, realismo mágico… Tiene elementos de distintas cosechas, de distintos géneros, pero lo de literatura del Conurbano es una casilla más. ¿Existe la literatura porteña, por ejemplo? ¿Tiene importancia que exista o que no exista? No siento que el lugar de procedencia me determine sino que me da herramientas. Para escribir hay que mirar muchísimo, hay que escuchar, y la mirada y la escucha la tengo puesta ahí, pero como escritora busco algo lo más libre posible. Elijo construir ficción desde ese lugar porque hay una violencia muy particular hacia estos cuerpos femeninos y jóvenes y por otra parte coexisten otras violencias, como la precarización de la vida y la pobreza. En el cementerio de Pablo Podestá, a 150 metros de donde se abría Cometierra, están Araceli Ramos y Melina Romero, víctimas de femicidios muy resonantes que me marcaron muchísimo como persona. ¿Por qué contarlo desde otro lugar? A veces me dicen que mis libros son duros y yo contesto que cualquier noticia en referencia a una mujer asesinada y a lo que hacen con los cuerpos es mucho más espeluznante que lo que hago con la ficción, donde soy muy cuidadosa. La realidad siempre es mucho peor.
«A veces me dicen que mis libros son duros y yo contesto que cualquier noticia en referencia a una mujer asesinada es mucho más espeluznante que la ficción.»
–Cometierra está dedicada a la memoria de Araceli Ramos y de Melina Romero. ¿Intentaste escribir sus historias?
–Tenía un cuento, «Flores para Araceli». Es un caso muy tremendo, la piba tenía 19 años, era la mayor de varios hermanitos que vivían con la mamá. Ella va a lo que era su primera entrevista laboral y se encuentra con un femicida que ya había matado, que la secuestra y le hace grabar videos hasta que finalmente la mata. Me pasó algo muy particular, esos rebotes impensados que tienen los libros y ahora lo puedo contar. Sabía por compañeras que habían sido docentes de Araceli que la familia se había mudado, por la tristeza que les daba seguir en el mismo ámbito, pero no sabía dónde. El año pasado me empiezan a etiquetar y a mandar un posteo en donde la mamá de Araceli –yo no la conozco personalmente– contaba que en Bajo Flores, donde estaban, una profesora de la escuela dio para leer Cometierra al curso donde iba una de las hermanas. Y había escrito un posteo terrible, diciendo «si conocen a la escritora díganle muchas gracias por mantener la memoria de Araceli». Hasta ahí cuento, era fuertísimo. Tuve que esperar un par de días para contestar.
–Ese es otro aspecto del fenómeno, la lectura de Cometierra en las escuelas. ¿Cómo observás esa experiencia?
–Tampoco lo esperaba. En los 90 jamás íbamos a leer sobre relaciones sexuales o sobre pibes que fuman en un libro. Leíamos cosas más lejanas, siempre escritas por hombres, y tampoco por contemporáneos. No gente de acá a la vuelta que escribe ficción. Ahora muchos profes están atentos a lo que se está escribiendo y también a los gustos de los alumnos y a tratar de ganarlos como lectores.
–A propósito de los rebotes de las lecturas, ¿te planteás que tus libros apunten a un efecto en particular?
–No. Soy medio obse con que los lectores no se aburran. Hoy la atención es muy distinta, tenemos muchísimos factores de distracción. A veces ni siquiera leemos una noticia y la vemos en redes. Eso impacta en la lectura y en la concentración. En Cometierra se ve mucho más el intento, los capítulos son cortos y tienen un gancho para capturar al lector. Igual ahora en Miseria me animé a expandir la escritura, pero siempre trato de que resulte atractiva y que no decaiga. Me encantan las lecturas que se arman. Algunas las espero porque sé que dejé algo abierto, pero muchas veces me sorprende cómo impactan las historias en cada lector.